Víctor Hurtado Oviedo, editor vhurtado@nacion.com
En los periódicos, el tiempo es cosa del pasado: cuando uno ve el reloj, se percata de que apenas quedan dos minutos para alistar la tercera entrevista de la hora, pero el ministro no aparece. Uno aprende que los ministros son como las llaves: cuando se los busca, siempre están en otra parte.
Para evitar hundirse en una entrevista de profundidad, estudiosos de la comunicación proponen técnicas infalibles dentro de lo probable. Así, se recomienda el plan B: “No tenemos plan A, pero el plan B es el siguiente”.
El plan B consiste en un degradé de preparación. De mayor a menor preparación de la entrevista, las preguntas deben ser: 1) “¿Qué piensa usted de la situación política?”, 2) “¿Qué piensa usted de la situación?”, 3) “¿Qué piensa usted?”, 4) “¿Qué?”.
La pregunta más demoledora es la 4 pues, emplazado de modo tan hábil y total, el señor ministro perderá el control de la situación cual si la situación fuera su ministerio, comenzará a hablar más que lo prudente y se tornará en un surtidor de titulares.
Hay otro ámbito de preguntas igualmente interesantes, que nos llevan a inquirir sobre temas tan inciertos como la vida y tan seguros como la muerte.
¿Qué es la vida? Es difícil contestar tal pregunta, así que pasaremos a la siguiente: ¿qué es la muerte? En términos de la física, la muerte es la vuelta a la normalidad. La muerte es la devolución final de la energía que substrajimos a nuestro ambiente mientras vivíamos (Brian Silver : El ascenso de la ciencia , cap. XVII).
El Sol dona luz y energía a las plantas; estas almacenan energía que los animales consumimos para mantener nuestro metabolismo; es decir, la reproducción de nuestras células. En el universo conocido, es insólita esta substracción de energía para mantener sistemas cambiantes y calientes. Somos raros como una rueda que suba sola un tobogán.
Lo normal es que todos los sistemas aislados (cerrados) se enfríen, se desordenen y se paralicen; pero los seres vivos somos sistemas abiertos pues consumimos y devolvemos energía y átomos. La vida es tener 37 grados de temperatura cuando el aire apenas llega a 20. La vida es ilógica.
La muerte es el fin de nuestro comercio con el entorno. Adquirimos la temperatura del ambiente (disipación entrópica), y nuestras células se deshacen como muñecos de arena.
Se rompen las membranas de las neuronas; estas se desordenan; se desconectan las sinapsis, y nosotros (es decir, ellas, las neuronas) dejamos de pensar.
La segunda ley de la termodinámica indica que todo ambiente aislado tiende al desorden y al frío, y el universo es uno de tales ambientes. El universo ya está muerto: solo faltamos nosotros.
Somos átomos unidos por la casualidad y que van contra la corriente universal: aprovechemos –no discriminando a prójimos ni a prójimas– el milisegundo de la eternidad que nos regaló el azar.