Víctor Hurtado Oviedo, editor vhurtado@nacion.com
La edad de piedra es aquella de la que ya nunca nos movemos en llegando a ella. Se aconseja que este parqueo etario se produzca a los 50 años, cuando empezamos a regalar los consejos que no quisimos recibir porque, a los 20 años, la vida es eterna. Nos gusta la frase de Menandro “Muere joven el elegido de los dioses” siempre que otro haya ganado esas elecciones. En tales asuntos, lo mejor es la cortesía: “Usted primero”.
No nos tornamos viejos: los demás se vuelven jóvenes. Viajamos mirando el espejo retrovisor. Envejecemos cuando empezamos a cantarles a los otros con la voz de la experiencia.
La experiencia es la película de nuestra vida que proyectamos a los otros cuando ni siquiera la hemos dirigido. Envejecemos cuando la madre naturaleza se cansa de esperarnos despierta.
Envejecemos cuando nuestra edad se parece a cualquier canción “entonada” por Alejandro Fernández: no queremos oírla.
El envejecimiento se parece a las funciones de cine: cuando creemos que aún estamos a tiempo, la función ya ha empezado: así nos lo explica el médico Francisco Mora Teruel en su libro El sueño de la inmortalidad (p. 61).
Francisco tiene el mal gusto profesional de contarnos la verdad y nos revela que la vejez se inicia alrededor de los 30 años, cuando nuestro organismo comienza a desorganizarse empezando con las hormonas (substancias que producimos para que se activen muchas funciones corporales).
Desde los 30 años declina la producción de la hormona dehidroepiandrosterona (“antienvejecimiento”), cuyo nombre, de pronunciarlo, se llevaría nuestros mejores años de vida. “Dehidroepiandrosterona” parece el abecedario en desorden y el código Enigma en una sola palabra.
“Dehidroepiandrosterona” es una palabra tan extensa que debemos plegarla para meterla en la memoria. Una conferencia sobre la dehidroepiandrosterona siempre empieza tarde: cuando terminan de anunciar el título.
Por su número de letras, la dehidro-etc. es la novela rusa de las hormonas, y en periodismo se recomienda ponerla si falta mucho para completar un artículo.
El doctor Mora Teruel añade que la disminución gradual de aquella hormona reduce la tasa del metabolismo basal, lo que ignoramos qué sea, pero asusta.
Resulta que algo hay de cierto en un dictum , un dicho de los estoicos: empezamos a morir cuando nacemos. Don Francisco de Quevedo nos explicó bien aquella filosofía en los resignados sonetos de su Heráclito cristiano .
La vida comienza a morir a los 30 años, pero renace cada día si tenemos motivos para acompañarla. Con 96 años, el gran filósofo Mario Bunge ha publicado su autobiografía , de memoria abrumadora. Bunge se retiró de su cátedra a los a 90 años. Cinco años después le preguntaron cómo se sentía, y respondió: “No tan bien como cuando tenía 90”. Jesús dijo: “Anda tú y haz lo mismo”.