Cuando Nacer Wabeau habla de Tahar Djaout, se le humedecen los ojos. Aquel era poeta y periodista; escribió una vez: “ El silencio es la muerte / y tú, si callas, vas a morir ”. En 1993, fue uno de los primeros asesinados por los integristas islámicos de su país, en plena guerra civil. Hoy, es una de las inspiraciones de Condenado sin proceso .
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Wabeau, filósofo y escritor argelino-costarricense, presentará este miércoles su segunda novela en la Alianza Francesa (barrio Amón) a las 6:30 p. m. Publicada por Uruk, la obra narra una historia que cruza Argel, París y Nueva York, atravesada por el terror de la guerra, la insensatez de la intolerancia y el absurdo del terrorismo.
“¿Por qué parece que las dictaduras odian a la inteligencia humana?”, se pregunta Wabeau. El caso de Tahar Djaout fue uno entre miles: más de 200.000 perecieron en los años 90 y 400.000 salieron exiliados cuando los radicales islámicos y la dictadura militar se enfrentaron. En Condenado sin proceso , el protagonista también es periodista: Omar escribe en la clandestinidad sobre la violencia que embarga a su nación.
Resistir. “El tema visible de la novela es el terrorismo, la guerra, los atentados. El tema escondido en la gente común y corriente, como usted o yo, es el diálogo entre culturas, el intercambio”, explica Wabeau.
Exiliado en Francia con su esposa, Omar entabla amistad con un judío, Jacob, quien lo ayuda a llegar a Nueva York. Es el año 2001; el terrorismo lo alcanzará allí también.
De este modo, Condenado sin proceso se perfila como una novela global, que busca las conexiones que mueven al mundo, que parecen no tocar a personas que simplemente están tratando de hacer su vida.
“Si ves los medios de comunicación masivos, en cuanto al tema de guerra y refugiados, el otro es un enemigo. Para mí, el otro no es un enemigo. Yo veo al otro como la otra mano necesaria para aplaudir”, dice el autor.
Anteriormente, Wabeau había escrito sobre los niños que viven en las calles de América Latina. Sin embargo, sus amigos argelinos le preguntaron por qué no escribía ahora sobre lo que habían vivido. En especial, le interesó esa saña del poder con los intelectuales: al cantante Matoub Lounès lo asesinaron con 78 disparos, para aniquilarlo a él y a su memoria. Por supuesto, fue imposible: las palabras quedan.
“En un año mataron a 56 periodistas en Argelia. Muchos trabajaron bajo seudónimo. Había varios periodistas que sufrieron atentados. El director de un periódico conocido de Argel sufrió dos atentados y no sabemos cómo sobrevivió”, recuerda Wabeau.
La brutalidad contra la que protesta la novela es la del fundamentalismo, también. Para Wabeau, no se trata de la religión, que cualquiera debería poder profesar en paz; es un asunto político y económico.
“Cuando alguien practica su religión, hay que respetarla. Cuando trata de imponerte su visión de mundo es otra cosa, es política. Por eso utilizo una frase allí acerca del islamismo político, que es crear un partido y llamarlo en nombre de Dios. Para mí, es una especie de ‘fascismo verde’. Te dicen que es algo de cultura, pero, ¿es cultura de la mujer llevar un velo, andar sumisa...? Para mí, la sumisión no es cultura de nadie”, declara el novelista.
En Argelia, las prohibiciones se impusieron rápidamente; aún hoy, se mantienen algunas. ¿Qué pasaría si lo leen allá? “Fatal. No podría entrar sin protección. No tengo ninguna protección menos la estrella de la fe”, considera.
¿Cómo imaginar una resistencia contra la barbarie? “Con nuestras palabras, con nuestros libros. De alguna manera, me parece que este libro es más fuerte que las balas de los asesinos de los poetas”, dice.
La prueba de fuerza está en la historia de Djaout. El poema sigue: “ Y si hablas, vas a morir / Pues habla antes de morir ”.
Recuerda el novelista: “La última vez que lo vi, le pregunté: ‘¿Tú crees que hay esperanza?’ Me dijo en beréber: ‘Nacer, después de una larga noche siempre hay luz’. Siento que siempre me ha acompañado”.