En las páginas de la novela del argentino Manuel Puig The Buenos Aires Affair , Gladys Hebe D’Onofrio se sumerge en la lectura de la revista Rico Tipo . Más allá de la ficción, en la vida real, muchos disfrutaron otra novela de Puig: de Pubis Angelical (1979), publicada inicialmente como 16 folletines en una revista femenina. Como muchos personajes de Puig, Gladys es un ser lleno represiones y dilemas que, a la vez, vive en la Argentina, donde el cine hollywoodense, los boleros, las novelas rosas y los magazines componen la cultura popular. Ella es un ser humano común, al igual que el mismo Puig.
“Uno de los protagonistas de esta novela soy yo en buena medida, y a través de él estoy saboreando las películas más denigradas y las letras de los boleros más bochornosas”, confesó el escritor en 1975 en una entrevista que concedió a la revista colombiana ECO . En aquella ocasión se refirió a su cuarta novela, El beso de la mujer araña , que publicó un año más tarde.
Puig y otros autores latinoamericanos crearon literatura como si armasen un rompecabezas. Ellos contrariaron la tradición de realismo mágico utilizando como piezas el cine más comercial, las novelas más cursis y la música más sentimental. Muchas de estas manifestaciones se engloban con un término específico: kitsch .
La exaltación del ‘mal gusto’. Kitsch es una palabra de significado y origen discutidos. Para algunos proviene de la pronunciación yídish (dialecto judío-alemán) del término inglés sketch (esquema, boceto).
Desde el siglo XIX se ha utilizado kitsch para referirse a ciertos productos culturales. Inicialmente, la expresión contaba con un matiz despectivo porque designaba el “mal gusto”; sin embargo, el auge de las teorías posmodernas revalorizó el concepto y se estudió su influencia en los medios de comunicación y el arte popular.
Uno de los autores que discutieron sobre la cultura popular fue Umberto Eco en Apocalípticos e integrados (1965). “Recordemos que ese libro fue publicado antes de la eclosión internacional de la literatura latinoamericana. La narrativa europea estaba dominada por las preocupaciones formales y el nouveau roman –la nueva novela francesa–, en la que lo que se narra pasa a un segundo plano, hasta el punto de plantear la muerte del personaje y de la novela”, explica el escritor Carlos Cortés.
El kitsch después del ‘boom’. El mérito de los autores latinoamericanos fue insertar el kitsch en la literatura de dos maneras: en el modo de contar sus historias o a través de personajes que disfrutaban estos tipos de arte. Todos esos escritores surgieron a finales de los años 60 y pertenecen al ‘posboom’ latinoamericano.
Carlos Cortés resalta a tres escritores de esa vertiente: “Los autores del ‘posboom’ desconfían del mundo total de novelas como Cien años de soledad , de los megarrelatos y el realismo mágico. El más importante es el cubano Guillermo Cabrera Infante, con Tres tristes tigres (1967). Los otros dos autores esenciales de esta corriente son Manuel Puig, a partir de La traición de Rita Hayworth (1968), y el peruano Alfredo Bryce Echenique ( Un mundo para Julius , 1970)”.
El escritor cubano Severo Sarduy definió el estilo de estos autores como “neobarroco”: en este convergen la parodia, el carnaval y el juego. Cortés añade que en las obras de aquellos autores se introducen otros elementos:
“La cultura popular (de los medios de comunicación), especialmente el cine, la radio y la prensa popular, el lenguaje coloquial, el humor y aspectos de lo que podríamos llamar la ‘sensibilidad pequeñoburguesa’”, afirma Cortés
Desde el punto de vista social, el kitsch era una alegoría de los nuevos niveles económicos. Los personajes, generalmente pobres y marginados, copiaban comportamientos burgueses como medio de movilidad social o para huir de su realidad. Así, en El beso de la mujer araña , las constantes referencias al cine de Hollywood introducen un mundo de confort diferente del ámbito latinoamericano.
Manuel Puig pareció estar de acuerdo con esas aseveraciones pues, en la entrevista con ECO , recordó que los hijos de los inmigrantes en la Argentina no contaban con una tradición; además, debían aprender el español en la escuela o la calle porque en sus casas solo se hablaba algún idioma europeo.
Para aprender estilos de vida y el idioma español, los hijos de los inmigrantes debieron acudir a “modelos totalmente irreales, como el cancionero, los subtítulos del cine, la radio, el periodismo más popular y, en particular, el tono truculento del tango”, afirmó Puig.
Un kitsch policiaco. Un ejemplo de los personajes subalternos aparece en la novela The Buenos Aires Affair (1973), una de las menos conocidas de Puig y, además, censurada en la Argentina de su época. The Buenos Aires Affair es una suerte de novela policial que narra el encuentro amoroso entre una escultora poco exitosa, Gladys Hebe D’onofrio, y Leopoldo Druscovich, editor de una revista de arte. Se conocieron cuando, a la orilla del mar, la artista buscaba piedras que le sirvieran para crear esculturas.
La riqueza de la novela radica en el “ collage verbal ” que lo conforma: por ejemplo, los capítulos III y VI (“Acontecimientos principales de la vida de Gladys” y “Acontecimientos principales de la vida de Leo”, respectivamente) son escritos a la manera de una reseña periodística o de una revista de modas.
Además, cada capítulo está precedido por un epígrafe, donde se narra una típica escena de filmes hollywoodenses.
Todas las películas citadas representan alguna escena heroica protagonizada por una diva del cine: dos ejemplos son Greta Garbo en La dama de las camelias (1936), y Marlene Dietrich en El expreso de Shangai (1932). Irónicamente, cada capítulo evidencia cómo Gladys se distancia de esas actrices y mujeres que ella admira.
Puig toma textos hallados de la cultura de masas y los convierte en un arte mayor, de la misma manera que Gladys recoge piedras a la orilla del mar. En The Buenos Aires Affair , Puig “habla” a través de Gladys: “La obra era esa, reunir objetos despreciados para compartir con ellos un momento de la vida, o la vida misma”.
En la literatura actual se ha diluido la presencia del kitsch como pieza fundamental. Sin embargo, las obras de Cabrera Infante, Bryce Echenique y Puig ofrecieron memorables –e irónicas– páginas a la literatura latinoamericana.