Ganamos el Premio Nacional del Ensayo con el libro que la Editorial de la Universidad Nacional a Distancia había rechazado. No obstante, por protesta internacional y con ayuda de la Editorial de la UCR y de mi buen amigo Fernando Durán Ayanegui, la EUNED se retractó y lo publicó, y ahora aparece como un Premio Aquileo J. Echeverría.
Comparto el triunfo con mi amiga Olda Acuña, de la empresa Cid- Gallup; con los compañeros que hicieron la primera encuesta sobre antisemitismo en Centroamérica, y con mi gran editor de la UNED, Gustavo Solórzano.
También comparto el triunfo con Dina Rodríguez, vicerrectora de la Universidad para la Paz, la primera institución que abrió un curso sobre el Holocausto, curso de donde salió este libro.
Agradezco también a mis queridos compañeros de la cárcel de Puntarenas, donde se realizó el primer taller de la Shoah. Los reclusos terminaron tan pro judíos que muchos se tatuaron sus nombres en hebreo. ¡Ahora es la moda de la cárcel de Puntarenas!
Genocidio: ¿Por qué cometemos crímenes atroces? es un libro sobre la humillación. La lucha de toda mi vida ha sido contra la humillación que sufrí como judío y como gay en la Costa Rica de los años 50.
No soporto la humillación, no podré soportarla jamás. Por esto me metí en los prostíbulos, y en los hospitales cuando botaban a los pacientes fallecidos de sida en bolsas de basura –me metí con mi amiga del alma, Lisbeth Quesada, que tiene los ovarios más grandes de este país–.
Me metí en las cárceles: entrar allí es tener que estar viviéndola todos los días. Trabajé con mis compañeros rhastas de Limón; con los indígenas de Amubri; con los niños de la calle; con las mujeres masectomizadas que debían salir a la calle con un algodón donde hubo un seno (para luchar contra esto, mi madre creó Fundeso); con mis queridas trabajadoras del sexo, como las compañeras de La Sala y las que van al Hotel del Rey; con las feministas que, cuando iniciamos el primer curso de Feminismo Radical en la UNA, se tapaban la cara para que no las tildasen de lesbianas, como tildan a las lesbianas, a los gays y a todos quienes debimos o debemos taparnos la cara.
Principalmente quiero mandar un mensaje de amor a María del Carmen Villalobos Vega, mi maestra de la Escuela Buenaventura Corrales. Cuando, por ser polaco, la directora me prohibió llevar la bandera de Costa Rica, doña María del Carmen me hizo dar la cara y reclamar.
No pude llevar entonces la bandera, pero la directora debió aflojar y me dio la oportunidad de cantar el Himno nacional (tanto fue el trauma de cantarlo bien, en todo ese alboroto, que es la única canción que puedo recordar completa).
Finalmente, este premio es para Puntarenas. Nací en San José, pero soy porteño naturalizado.
Cuando yo vivía lo peor del antisemitismo y la homofobia, me hice una barra de amigos en el Puerto, quienes, sin ser ni gays ni judíos, me salvaron la vida.
Puntarenas es donde vivo, y no dejaré de luchar hasta que se convierta en la capital de Costa Rica.