Madrid
Leopoldo María Panero, poeta transgresor y de culto en algunos círculos pero de escaso éxito editorial entre el gran público, falleció en un centro psiquiátrico. Tenía 65 años.
Panero murió la noche del miércoles a causa de un fallo multiorgánico en el hospital Rey Juan Carlos I de Las Palmas de Gran Canaria, en las Islas Canarias, informó su editorial Huerga y Fierro.
Panero, nacido en el seno de una familia de poetas de Madrid, es considerado una figura importante de la poesía contemporánea española. Su primer libro de poemas fue Por el camino de Swann en 1968. En los años posteriores publicó dos de sus poemarios más conocidos: Así se fundó Carnaby Street (1970) y Teoría (1973).
Su obra se encuadró en el llamado grupo de los "Novísimos" que integraba a nueve autores que, según la crítica, renovaron la poesía española en la segunda mitad del siglo XX.
Sin embargo, su trayectoria se vio truncada por problemas de esquizofrenia y otra índole, que le forzaron a vivir prácticamente recluido en centros psiquiátricos desde finales de los años 70. A pesar de todo, Panero siguió escribiendo durante estos años.
En 2004, los músicos Carlos Ann y Enrique Bunbury, exlíder de Héroes de Silencio, publicaron el disco Leopoldo María Panero en el que musicalizaron y cantaron algunos de los poemas más atormentados del poeta.
Bunbury dijo entonces que los versos de Panero "son mejores que el 99% de las letras que se escriben hoy en día".
Panero vivía en unidades psiquiátricas de las Islas Canarias desde hacía 20 años. De vez en cuando concedía entrevistas de televisión, en las que respondía de forma inconexa a las preguntas mientras fumaba un cigarro detrás de otro.
"El mundo es un manicomio", dijo en un encuentro con internautas del diario madrileño El Mundo en el 2011. "Mi epitafio será algo así como el gran poeta maldito que fue tratado injustamente".
Este es uno de los poemas de Panero, El loco:
He vivido entre los arrabales, pareciendo
un mono, he vivido en la alcantarilla
transportando las heces,
he vivido dos años en el Pueblo de las Moscas
y aprendido a nutrirme de lo que suelto.
Fui una culebra deslizándose
por la ruina del hombre, gritando
aforismos en pie sobre los muertos,
atravesando mares de carne desconocida
con mis logaritmos.
Y sólo pude pensar que de niño me secuestraron para una alucinante batalla
y que mis padres me sedujeron para
ejecutar el sacrilegio, entre ancianos y muertos.
He enseñado a moverse a las larvas
sobre los cuerpos, y a las mujeres a oír
cómo cantan los árboles al crepúsculo, y lloran.
Y los hombres manchaban mi cara con cieno, al hablar,
y decían con los ojos «fuera de la vida», o bien «no hay nada que pueda
ser menos todavía que tu alma», o bien «cómo te llamas»
y «qué oscuro es tu nombre».
He vivido los blancos de la vida,
sus equivocaciones, sus olvidos, su
torpeza incesante y recuerdo su
misterio brutal, y el tentáculo
suyo acariciarme el vientre y las nalgas y los pies
frenéticos de huida.
He vivido su tentación, y he vivido el pecado
del que nadie cabe nunca nos absuelva.