Me alegra pensar que este libro les dio a miles de personas
solitarias y asustadas algo en qué apoyarse.
Patricia Highsmith
Christine Vauchon subió sonriente al escenario del inmenso Cine Yara repleto para la función especial de Carol en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, y yo sonreí también porque la conozco como la notable productora de cine sobre diversidad sexual, cuyo trabajo ya mereció el premio anual de Frameline en San Francisco. En La Habana, frente a ese vetusto cine, está el parque Coppelia donde Jorge Perugorría y Vladimir Cruz revolucionaron el 7º arte y la cultura latinoamericana compartiendo helados de Fresa y chocolate , merced a Titón y Tabío.
Aclamada por la crítica de cine mundial como una película exquisita, la odisea femenina de Carol y Therese sorprende no como un eslabón más en el reiterado calvario del amor erótico, sino por el final esperanzador y fielmente hermoso que la narradora Patricia Highsmith, obligada al seudónimo, mas dueña de su optimismo lúcido, quiso darle a la pareja que imaginó. Resultado inusual en una escritora cuya rebeldía y escepticismo, sin embargo, también salvaron al Señor Ripley de sus escabrosos relatos.
El precio de la sal (luego llamado Carol ), escrita a los 30 años, combina dos experiencias puntuales de la autora y conmueve íntimamente a los espectadores que sueñan con el amor erótico en travesías tan fallidas como maravillosas ( El camino real, de Jennie Olson, y Beautiful Something, de Joseph Graham –del Festival LGBT de San Francisco–, son ejemplos brillantes de esos anhelos), así como nuestro Presos (Esteban Ramírez), Dos besos (Francisco Lombardi, Perú) y Siempreviva (Klych López, Colombia) ofician el sacrificio de jóvenes ingenuas arrastradas por impostores en entornos de violencia.
Su primera y más famosa novela, Extraños en el tren , la recreó Alfred Hitchcock con meticuloso horror. Carol fue apenas la segunda en su prolífica carrera, y podría pensarse como una fantasía que el resto de su obra y vida, más sombrías, fue relegando.
La letra escarlata (cacería de brujas en Massachusetts) es una de las adaptaciones que distinguen a Phyllis Nagy, experta guionista que supo expresar en Carol la fría elegancia y las buenas maneras con que se ahogaban los sentimientos más profundos en los años cincuenta de la nueva York y el viejo puritanismo. Sus alusiones sagaces a temas como la rutina del American Way of Life, el alcoholismo en los hombres, la custodia parental, el crush y la polimorfia sexual, enriquecen un filme que, sin ser pretencioso, sí es magnífico.
El cine de Haynes. Sus encuentros sutiles y a la vez luminosos contrastan con la mediocridad de sus parejas masculinas, irrelevantes en un filme tan radicalmente femenino como Las memorias de Antonia (Marlene Gorris); mas dirigido por un hombre que ya exploró el tema y la época con enorme acierto y empatía, Todd Haynes, autor de la conmovedora Lejos del cielo (título esclarecedor en su connotación religiosa).
En su variada y estupenda filmografía, encontramos la legendaria Poison (producida, sí, por Christine Vachon), inspirada en Jean Genet, así como obras sorprendentes sobre David Bowie, Iggy Pop y Bob Dylan (en la que Cate Blanchett interpreta a este en una parte).
Es asombroso cómo Haynes une su radical cuestionamiento de las convenciones sociales y artísticas con su impecable puesta en escena de Carol , también road movie , que recuerda realizadores clásicos del Hollywood de los estudios, donde cada personaje, diálogo y objeto son y están exactamente en el punto preciso.
Su mirada dulce e incisiva la construye desde la empatía que solo es posible en la coincidencia de una opresión desgarradora y una militancia activa que lo ha llevado, desde los márgenes, a poder debatir en los escenarios del mainstream , donde talento y coraje forjan su creciente relevancia y nutren las visiones renovadas de jóvenes espectadores que rompen estereotipos.
El entrañable personaje de Meryl Streep en Los puentes de Madison enfrenta una disyuntiva semejante, en la que su matrimonio es una prisión campestre análoga a la celda urbana de Carol, mas su liberación en el filme de Clint Eastwood, como en el romanticismo, solo será posible con su muerte (al igual que también le ocurre a su boxeadora –Hillary Swank– en Golpes del destino ). No es casual que estas sean las alternativas porque el género es destino y condena, no naturaleza; razón que aún no permea la conciencia colectiva debido a la misoginia institucionalizada (la masculinidad se elabora sobre el repudio de la femineidad). Sobre este tema crucial que explica la violencia doméstica que sacude el subcontinente, el corto brasileño O Corpo de Lucas Cassales que ganó el admirable 43 Festival de Cinema de Gramado, Brasil, nos abofetea con su cruda síntesis del dominio execrable del macho humano sobre bestias y hembras –el dejo despectivo es del contexto– en la cultura dominante global.
Ya en la incisiva Notas de un escándalo (Richard Eyre) una sensual Cate Blanchett se ve acorralada por una amiga que se siente traicionada por su pasión erótica con un tercero (un joven estudiante). Como Jasmine , de la mente insumisa de Woody Allen, ella construyó una mujer falsa y superficial, que navega en la ostentación, cuya esterilidad afectiva la destruye.
Ahora, la magnífica actriz australiana nos da a una mujer fuerte y decidida, que conserva la dignidad que le niega el machismo imperante y libera su verdadera naturaleza (su lesbianismo asumido es la huella de su libertad, lo propio de la condición humana). Una iniciativa que comparte, en el fondo aunque no en la forma, con los dos valientes protagonistas (Mya Taylor y Kitana Kiki Rodríguez) de la tempestuosa Tangerine (Sean Baker) y con el brillante protagonista (Davide Capone) de Más oscuro que la media noche (Sebastiano Riso) –ambos filmes encendieron el Ícaro en Antigua Guatemala–.
En otra actuación memorable, laureada en Cannes, Rooney Mara que nos había cautivado como la ingeniosa y atrevida (La) chica del dragón tatuado (David Fincher) aquí es una fotógrafa incipiente (Therese), indecisa mas no insegura, que se abre a la vida y sus oportunidades con una convicción admirable y una belleza dulce y curiosa que me recuerda a Audrey Hepburn.
Personaje shakesperiano y no kafkiano, da cuerpo a un amor prohibido que se ofrece como fruta paradisíaca, lecho de ternura, y nos hace agradecer a Prometeo salvarnos de la abulia y la simpleza.
Debe subrayarse también la destreza en la fotografía de Edward Lachmnan, que no interrumpe el despliegue de emociones contenidas, y revela los rituales que agobian a los personajes, con uso sugestivo de vidrios y espejos, así como maestría en los encuadres y movimientos de cámara. La escena más erótica del filme es, a la vez, refinada y carnal, con un plano en cruz digno de los clásicos; el nexo espiritual trasciende las apariencias. Pienso, al concluir, que la fuerza las acompañe … (por cierto se aprecia en Mad Max : Fury Road y en El despertar de la fuerza la irrupción de formidables figuras femeninas, interpretadas por Charlize Theron y Daisy Ridley, respectivamente, tan guapas como competentes en sus papeles. Porque The times they are a changin’ ..., tanto en 1964 cuando la cantó Bob Dylan como hoy mismo).
Luego de disfrutar de nuevo este esmerado relato en el Cine Magaly puedo repetir con desbordada alegría y, El Fausto (Goethe) como advertencia, omnia vincit Amor et nos cedamus Amori (Virgilio, Bucólicas ).