Víctor Fernández G.
Perseguidos por las autoridades, señalados por políticos y líderes religiosos, marginados de los reconocimientos oficiales, y menospreciados por los medios de comunicación: en Costa Rica los roqueros han aprendido a hacerse oír mientras nadan contra corriente. Siempre.
La historia del génesis de la escena roquera costarricense, si bien es rica y amena, ha sido poco documentada, especialmente el período de tiempo entre inicios de los años 60 y finales de los 70, en vista de la escasa (por no decir nula) cobertura que estos artistas recibían de parte de la prensa, además de la propia naturaleza informal de las agrupaciones, la mayoría de corta vida y sin obra grabada.
Afortunadamente la memoria histórica de los roqueros empezó a cobrar forma en los últimos 15 años, gracias al interés de los mismos músicos y de distintos autores para reconstruir lo sucedido a los pioneros del género. En dicha línea son especialmente valiosos los dos volúmenes de la serie de discos 20 años de rock nacional –editados por Sony Music en el 2002–, así como los aportes de figuras ligadas a la escena musical, como la periodista Ana María Parra; el crítico Alberto Zúñiga, y el gestor cultural y curador Rodolfo León ( el Fo ), entre otros.
La socióloga Priscilla Carballo Villagra entrega este año una de las investigaciones más formales que la academia ha emprendido sobre el tema con Por los caminos del rock: Aproximaciones al desarrollo del rock en Costa Rica 1970-1990 (Editorial Arlekín). El estudio fue financiado en parte con dineros del programa estatal Proartes, en la categoría de investigación cultural y administrativa, y se presentó a mediados de agosto.
La autora se dio a la tarea de rastrear a músicos que participaron del gremio roquero en distintas décadas y entrevistarlos. Así, el libro se fundamente en conversaciones con roqueros tan reconocidos como Narciso Sotomayor, Gerardo Mora, Alexánder Loynaz, Bernal Villegas, Alberto Chávez, Carlos Calilo Pardo, Federico Fico Dörries, Roberto Pana y Abel Guier.
Pese a que la obra de Carballo en sus intenciones parece amplia en la cobertura de la escena roquera, en su esencia es más cercana a una guía biográfica de las 20 agrupaciones de música original seleccionadas por la autora, cada una con un apartado propio. El criterio de la investigadora para escoger a las bandas no es claro, pues las características entre ellas son disímiles (algunas son agrupaciones de culto, otras tuvieron un impacto mínimo; varias grabaron varios álbumes frente a otras que no plasmaron nada en disco o casete).
Por las calles del rock es un libro que se hace recomendable para melómanos y entusiastas de la creación artística costarricense. Dicho eso, la obra tiene carencias significativas pues su única fuente son las entrevistas de los músicos participantes, sin que sus declaraciones se contrasten con otras evidencias o actores de la época, por lo que se toma por correcto todo lo que las fuentes dijeron. Esto lleva a que, por ejemplo, en bandas que fueron conocidas por las contrastantes personalidades de sus integrantes, se dé como única la versión del músico que sí participó de la investigación.
El libro también se queda corto en ahondar en hechos fundamentales de la historia del rock en el país, y un par de páginas se hacen insuficientes para desarrollar historias como las del Festival en el Sol, Radio U, el concierto de la Fosforera o los bares de San Pedro y La California. Estos temas, abordados en apartados diferenciados de las biografías de bandas, se sienten como una probadita de algo que estaba para ser banquete.
La obra se apega a su naturaleza académica y su redacción es tan fría y distante como lo son la mayoría de las tesis de posgrado. Esta elección de estilo de parte de la autora si bien es válida (especialmente en círculos universitarios), no hace justicia al carácter coloquial y divertido de la narración que hicieron los intérpretes incluidos.
El proceso detrás de este libro se siente apresurado, posiblemente porque la fecha de entrega estaba enmarcada en el cumplimiento de las condiciones de Proartes. Solo así se entiende que la autora explique que le fue imposible entrevistar a una figura clave del rock de los 80 y 90 como la vocalista Marta Fonseca, quien está de más decir es bastante accesible y sigue activa como artista. Sobre esta línea, Carballo lamenta no haber contado con testimonios de mujeres militantes del rock tico de antaño (todos sus entrevistados son varones), aunque al igual que Fonseca, en su investigación tampoco incluyó, por ejemplo, a Miriam Jarquín, quien incluso fue excluida en el libro del capítulo dedicado al grupo Igni Ferroque, pese a ser la voz de algunos de sus canciones más reconocidas.
Lo apresurado de la entrega también se evidencia en el acabado final del texto, que adolece de la debida revisión filológica.
Pese a lo anterior, Por las calles del rock es un paso en la dirección correcta. El libro ayuda a hacer visibles a los verdaderos pioneros del rock en nuestro país, desmitificando la creencia popular de que el género echó a andar a partir de Café con Leche y José Capmany, cuando mucho antes de La modelo ya otros habían dado la lucha para abrirse un espacio en las radios y los bares con guitarras eléctricas y canciones originales.
Bien dice la autora que su obra no está cerca de ser concluyente y que su aspiración es que otros investigadores presten atención al medio artístico y aborden otros ángulos que ella no pudo incluir en su trabajo.
Al rock tico le queda mucho por contar.