El pintor Shih Chang es un devoto de los templos que se erigen en su natal Taiwán, a pesar de que no venera a ninguno de sus dioses. Él no les dedica serenatas de inciensos ni levanta plegarias piadosas: Chang toma a los dioses de sus faldas, los baja de las nubes y los captura en intensos cuadros de lienzo, de la forma que a él más le plazca.
Entre los recintos taoístas y budistas que cubren Taiwán, Shih Chang sólo es un admirador de su arte y su diseño. Por esto, los familiares y los amigos taiwaneses del pintor no esconden la incomodidad cuando Chang muestra a las deidades transformadas en sus pinturas.
A Chang le sorprende cómo, hace miles de años, un sujeto tuvo la ocurrencia de imaginar un colosal dragón o un furioso guardián de varias cabezas. El artista explica que por esa razón siempre se ha inclinado hacia los motivos orientales: a pesar de que su formación es occidental, sus pinceles apuntan hacia el Oriente.
Recuerdos animados. Un niño taiwanés de apenas 12 años de edad cruza el océano Pacífico y aterriza en un salón de clases repleto de un idioma totalmente desconocido para él. No hay otra alternativa: su familia abandonó su país, pero todo el mundo que él conoce ha quedado atrás.
Shih Chang regresa constantemente a su infancia a través de la pintura. Él detalla que algunas de sus obras son retratos de la adaptación por la cual pasan muchos jóvenes e inmigrantes. “A veces uno sigue la corriente para no caerles mal a los demás”, recuerda.
Cuando las explicaciones de Chang están a punto de quedar en el aire, él las aterriza en alguna pintura: se dirige rápidamente a su computadora y muestra Home Made Robot, pintura en acrílico que hizo en el año 2012 para ilustrar parte de su infancia y su afición por Gundam, famosa serie animada japonesa.
El interés de Chang por el arte comenzó desde muy joven frente a la pantalla del televisor y sobre las páginas de los mangas: sus primeros modelos fueron los dibujos animados de Dragon Ball, caricatura que se convirtió en clásico. Entre los planetas Namekusei, Kaio y la Tierra, aquel joven estaba cerca de Asia, su mundo.
En el año 2010, Chang ingresó en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica. “Al principio no me gustaba nada. No me ubicaba; no veía un propósito”, confiesa. Al año siguiente dejó la escuela y viajó a Taiwán, donde estuvo varios meses.
Allá rebuscó una nueva vocación en el diseño gráfico. Sin embargo, en los templos budistas encontró su propia Iluminación: los colores y las formas de aquellos santuarios le revelaron que sus manos debían estar llenas de pintura, y no sobre un ordenador. Así retomó sus estudios en la UCR, y en el 2013 se graduó en la especialidad de Pintura.
Nuevos templos. Las figuras mitológicas, como el León de Fu, inspiran mucho respeto en los compatriotas del pintor. Aún así, las deidades milenarias visten trajes cosmopolitas y escupen rayos de energía en los cuadros de Shih Chang. Los dioses bajaron al panteón de las celebridades, como algún Godzilla ejecutivo.
Ahora, Chang pasa la mayor parte del tiempo en su taller pues quiere dar forma a su primera exposición individual: un gran trozo de tela pintado de color naranja viste la pared de su habitación, y de él pende la cabeza de un León de Fu, guardián de Buda que Chang ha traído a la vida en varias ocasiones.
Durante el año 2014, el trabajo de Chang se ha enfocado en la pintura. De tal dedicación surgió Reap Without Sowing, acrílico que hoy atavía las paredes grisáceas de Avenida Escazú. El cuadro mide 150 x 148 cm; por él, Chang recibió una mención de honor en el XI Valoarte, que se celebra desde finales de septiembre.
Antes de realizar esa obra, el artista pintó Unthinking Obedience, un cuadro de casi dos metros de ancho y alto que representó, sobre todo, un reto técnico: Chang tomó sus álbumes familiares y se propuso recrear la imagen que tuviese más detalles.
El artista escogió una fotografía vacacional de su familia en un lujoso templo budista de Taiwán: “Siento que mucha gente no asiste por devoción a esos templos; en realidad, asiste sólo para escapar de su rutina. Más que religión, esos sitios se construyen ahora como atractivos turísticos, para vender. Aún así, los padres llevan a sus hijos pues es una tradición que no se cuestiona: sólo debe hacerse”, explica el autor.
El cuadro destacado en Valoarte fluye por una temática muy similar: la religión es un negocio unilateral donde las personas piden favores a cambio de nada.
Carlos Guillermo Montero Picado, director de la Cátedra Francisco Amighetti de la UCR, recuerda las tendencias de su alumno:
–Chang es un joven valor promisorio, que por su origen y el enfoque temático y crítico de su obra llamó inmediatamente mi atención como curador. La mención de honor que mereció en Valoarte indica el interés por su obra, más global que otras; también demuestra un coqueteo del mercado local que se siente atraído por nuevos valores. Además, tras el pintor premiado se esconde un grabador talentoso”.
A su vez la historiadora del arte María Alejandra Triana Cambronero evalúa la obra más reciente del pintor: “Chang quiere que pensemos, con cierta ambigüedad, acerca de otros tipos de tensión social, tales como el hecho de que no todo aquel que siembra cosecha, ni todo aquel que cosecha ha sembrado. En cuanto a su medio de expresión, la producción de Shih Chang se suma a la cada vez más palpable nueva pintura costarricense”.
La casa de Shih Chang y de sus padres es un templo custodiado por criaturas inmortales: las religiones son la pretensión más terrenal de un mundo fantástico.