Marcia y Adalberto preparan los últimos detalles de su cena navideña. Tal y como lo han venido haciendo desde la temprana muerte de Isabela –su hija adoptiva–, acogerán a un indigente para conmemorar la fecha y mitigar la ausencia de la niña. En esta ocasión, el favorecido es un arisco vagabundo que se hace llamar Búho.
La llegada de Búho no es tan casual como aparenta. Responde a un plan que irá destapando los más terribles secretos de los tres personajes. La trama se construye a partir de revelaciones y giros sorpresivos en el devenir de los acontecimientos.
Uno de los aspectos más relevantes del espectáculo es la correspondencia entre sus capas formales y temáticas. Por ejemplo, el dispositivo escénico mimetiza un lujoso comedor con acabados en metal y vidrio. El carácter aséptico del lugar remite a la impecable imagen que quiere proyectar la pareja. Al mismo tiempo, los adornos de cristal anuncian la fragilidad de algo que está a punto de romperse.
El piso también juega con esta estrategia al dividirse en baldosas cada vez más pequeñas, como si se encogieran o se redujeran hasta la nada. El diseño está lleno de sentido al sugerir el inevitable declive de la pareja, causado por la presencia hostil de Búho.
Por otra parte, la profusión de espejos en todas las superficies del escenario le ofrece a la audiencia diversas perspectivas de la obra. Los espejos multiplican la mirada de los espectadores mientras fragmentan y distorsionan a los personajes. El efecto resultante es el de un espacio tomado por un mal sueño.
Esta atmósfera ominosa se ve amplificada por la eficaz integración de secuencias de video. El uso de imágenes muestra a una Isabela fantasmagórica correr por el lugar o sobreponer sus facciones en el rostro de Marcia. Otras proyecciones generan pausas reflexivas luego de alguna revelación importante.
No me resultó oportuno el acompañamiento musical en los pasajes de mayor carga emotiva. En reiterados momentos, sentí que las melodías competían –en protagonismo– con los diálogos. Si la música incidental se diseña para provocar emociones en el público, en este caso terminó por dispersarlas en medio de tanta saturación auditiva.
La dramaturgia del espectáculo es inteligente y sugestiva. Sin embargo, se ralentiza cuando los personajes se ven obligados a dar información para que la audiencia no se extravíe en las minucias de la intrincada historia. En estos segmentos, se nota al autor luchando por explicar hasta el mínimo detalle de su trama. Esto hace que la progresión dramática pierda intensidad y se debilite en su camino hacia el clímax.
Finalmente, El silencioso vuelo del búho nos recuerda la necesidad de incrementar el apoyo a los esfuerzos dramatúrgicos locales. La mayor riqueza del teatro costarricense no descansa en la infraestructura instalada o en la cantidad de estrenos anuales. Descansa –más bien– en la imaginación de libretistas que trabajan con incentivos limitados. Si nos interesa la buena salud de nuestro teatro, deberíamos apuntar hacia el inmediato fortalecimiento de ese gremio.