A Samuel le anuncian la muerte de Clara y, aunque él nunca la conoció, va tras las pistas de ella y termina enamorado. Así se desarrolla La invención del amor , novela del español José Ovejero que ganó el XVI Premio Alfaguara de Novela en el 2013.
Ovejero inició esta historia con esa escena: un hombre, medio ebrio, recibe una llamada en la madrugada. El suspenso y la confusión por las cuales se deja llevar le permiten examinar las relaciones humanas y, especialmente, sus tensiones en época de honda crisis. Viva conversó con el autor, quien se encuentra en gira promocional de la novela.
¿Por qué Samuel se sumerge en esa farsa?
Creo que, aunque él dice que está ‘bien’, como diríamos muchos en general, ‘pues, no estamos mal’, eso no basta para llenar una vida. Echa de menos la pasión, el riesgo, el vértigo, y él entra jugando. Al principio, no parece que se vaya a meter en esa historia, pero, poco a poco, le va tomando el gusto a arriesgar, a no saber qué va a pasar, a abandonar la zona de confort, a jugar. Quizás jugamos demasiado poco. Poco a poco, se va obsesionando con esta chica, porque él no ha conocido una pasión así y se la inventa. Es un poco como lo que hacemos cuando leemos: inventar o participar en la invención de algo que no está en nuestras vidas, pero que podría estar o haber estado.
¿Por qué le interesaba a usted, como autor, esa cadena de imposturas y falsedades?
Pues que a mí me pasó lo mismo que a Samuel: me fui divirtiendo conforme iba escribiendo, porque no sabía dónde iba a parar, no sabía cómo acababa ni qué personajes iban a salir, pero, según iba avanzando en la impostura de Samuel, me iba interesando también cómo resolver cada una de esas situaciones que iban surgiendo y cómo ir convirtiendo esa historia en la que alguien imagina el amor en algo mucho más real. Él, poco a poco, va alejándose de esa invención para intentar meter todo aquello en su propia vida.
¿Cuánto se pierde el autor en la ficción que crea y de la que es cómplice?
Uno se mete en la historia y, para poder escribirla, tienes que identificarte, en cierto sentido, con los personajes. Sabes que no son tú – además, no deben serlo –. Tienes que intentar sentir lo que sienten, te implicas en la novela, pero lo mismo que Samuel, intento que eso que estoy inventando no sea una especie de sustituto de la vida. No soy de esos autores que considera que la literatura es más importante que la vida o que prefieren vivir en los libros. Yo prefiero vivir en la calle. Luego, de vez en cuando, me detengo a escribir sobre lo que estoy viviendo o de cosas que me llaman la atención.
Si el amor idealizado es una ficción, ¿sigue la estructura y las normas de la ficción?
En cierto sentido, sí, porque lo que la ficción normalmente hace es ir ahondando poco a poco en los personajes. En casi todas las novelas, hay algún juego de transformación del personaje. Cuando nos enamoramos partimos de una ficción, la construcción del otro, al que a menudo conocemos muy poco realmente; entonces, nos lo inventamos, nos inventamos a nosotros mismos para seducirlo. En la novela de esa relación, van apareciendo nuevos datos, tensiones porque las cosas no son ideales, como al principio; van apareciendo conflictos, van habiendo posibilidades de desenlace, por lo que se parece.
¿Es posible un amor que no esté filtrado o mediado por esa ficción constante?
No. Las relaciones humanas siempre tienen una parte de ficción. Nunca lo mostramos todo ni podemos mostrarlo ni conocer al otro completamente. No me parece malo porque hay quien lo interpreta de una manera moral ('no, es que no nos damos'), pero es que no es posible. Es parte de nuestra vida la ficción, que no es lo mismo que la mentira.
El Madrid que vive Samuel es el del estancamiento de sus 40 años, pero también el de la crisis. ¿Cómo afecta esta situación las relaciones humanas?
La crisis, que tiñe la atmósfera de la novela, afecta las relaciones interpersonales en cosas muy prácticas. Cuando más de la cuarta parte de la población activa está en paro, genera muchos conflictos en los hogares. Cuando te desahucian, cuando te echan de tu casa por no pagar una hipoteca en la que habían puesto cláusulas abusivas, por supuesto afecta de una manera gravísima a cualquier familia. Ya no solo te afecta cuando te sucede, porque se genera una sensación de temor, de falta de esperanza, de esa situación en la que lo mejor que te puede pasar es que no te pase nada. Es una cosa muy triste para un país.
¿Qué puede hacer el escritor en tal situación?
Hay escritores que te dirían 'nada'. Lo mío es escribir ficción y no tengo por qué mantener ningún tipo de compromiso con la realidad. A mí me parece una postura posible. Sería exigir a Kafka que tuviera una postura política. Hay otros que pensamos que sí, que la literatura puede hacer algo, aunque no tenga obligación de hacerlo. A mí no me interesa solo ese mundo de ficción, sino su relación con la realidad. La literatura no está para dar soluciones realmente, sino para mostrar, para hacer hincapié en determinadas fragilidades de la sociedad, en las zonas de tensión. Crear una atmósfera emotiva en la que los lectores se reconozcan. Hacer pequeñas invitaciones sobre ese poder de la imaginación que no solo es útil en el nivel individual, sino también en lo social. Solo imaginando un nuevo tipo de sociedad, un nuevo tipo de democracia, aunque no lleguemos a ella, podemos movernos. Solo quien imagina es capaz de cambiar y de ir a otro sitio. La posibilidad del escritor la literatura es muy limitada. Lo que puede hacer es desdoblarte y mantener viva una especie de resistencia en tus artículos, entrevistas, aprovechando todo lo que rodea a la escritura, aprovechando que tienes una tribuna pública.
¿Para qué continuar haciendo novelas de ficción?
A corto plazo sirve muy poco. La literatura no puede intervenir a nivel inmediato, o sus posibilidades son muy limitadas. Más en general, la ficción sí sirve. De eso hablaba Susan Sontag en Contra la interpretación, en el que decía que nos exige que desarrollemos características como la sensibilidad, el interés, cierta capacidad de juicio, cierta neutralidad ante la historia, características que necesitas para ser activo en la vida política, en la vida social. Lo que hace la buena ficción es llevarnos a un mundo que no existe, pero no para que nos refugiemos en él, sino porque nos desvela cosas sobre el mundo en el que sí vivimos, y nos permite enfrentarnos a él. Una sociedad sin ficción es mucho más pobre por esa limitación de la imaginación.