Por dicha, en Costa Rica abundan ancianos alegres de alma, sanos de mente y fuertes de cuerpo, que alcanzan una tercera juventud al cumplir ochenta años y la prolongan hasta los cien, saliendo al alba a trabajar los campos con machete. Mientras cortan yuca y siembran milpa estos abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, no es difícil imaginar por qué los antiguos, de instintos más agudos que los nuestros, inventaron la institución del senado, la junta de los longevos con autoridad sobre los asuntos comunes.
Como esos viejos es Gabriel Zaid, el poeta mexicano que cumplió 80 años el pasado 24 de enero. Zaid también labra, aunque con otros aperos; cosecha, pero no grano. Su obra publicada es parca: las obras completas están recogidas en cuatro volúmenes apenas. El primero está dedicado a su poesía; el segundo, a ensayos sobre poesía; el tercero, a la crítica del mundo cultural; el cuarto, se intitula El progreso improductivo y reúne artículos sobre economía, criticando el gigantismo burocrático.
Zaid empezó a publicar a los 18 años, en la revista estudiantil de la universidad donde cursaba ingeniería. Al rondar los 35, empezó a colocar originales en La Cultura en México , suplemento de periódico. Fue entonces cuando sobrevino la matanza de 1968. Al tomar posición, Zaid debutó en la vida de intelectual; es decir, figura pública que influye por medio de lo que escribe.
En esta función, Zaid polemizó con Carlos Fuentes tras un hecho de sangre que volvió a enfrentar al gobierno contra la sociedad civil. Fuentes, quien para entonces ya era un escritor aclamado mundialmente, expresó que no apoyar al gobierno del presidente Luis Echeverría “era un crimen histórico”. Simple periodista aficionado, Zaid envió un texto de una línea a su suplemento: “El único criminal histórico es Luis Echeverría”. Desde entonces, empezó a colaborar con Plural, la revista de Octavio Paz.
Objetor en conciencia. Lo que Gabriel escribe puede ser de importancia, pero no lo es menos dónde y cómo lo publica. Por ejemplo, antes de salir en formato de libro, un ensayo pudo haber aparecido en Vuelta , revista dirigida a una elite culta. Después, condensado y abreviado, el ensayo pasa a la página editorial de un periódico; en los últimos años, en el diario Reforma, hecho para las clases altas y medias-altas de México, platudas e ignaras, pero sin ganas de que se lo recuerden.
Al final, con menos palabras pero más sustancia, el ensayo de Zaid puede llegar a Contenido , revista popular de amplia circulación, a la que los pedantes doctos le hacen el feo, pero que las clases medias-medias y medias-bajas de México han hecho sobrevivir durante décadas porque les sirve un poco de biblia y un poco de enciclopedia.
Eso es así porque Gabriel Zaid confía en la inteligencia: en la suya, sí, pero también en la del señor taxista y del señor peluquero, de la señora secretaria y de la señorita enfermera. En este sentido, se asemeja a San Juan Pico de Oro, que vertía su preciosísima doctrina a los simples, en lenguaje llano y figuras sencillas.
Además, los ensayos de Zaid son valientes. Se podría decir que son valentonadas, pero con la salvedad de que serían la única bravata que no solamente es excusable, sino providencial: la que busca pleito a los grandotes. Grabiel Zaid únicamente polemiza con alguien cuando es más poderoso o más popular. Su espíritu combativo es como el de Pulgarcito: la única pelea digna de hacerse es contra gigantes, gobiernos, monopolios, modas, academias, partidos, ogros.
Si la moda en poesía es escribir lo que le salga de su ronco pecho a un poeta que mantiene virgen su ignorancia cuarentona, entonces Zaid escribe ensayos que encomian la tradición, la prosodia, la métrica y la rima, y las vastas lecturas cosmopolitas que exige un arte que necesita tanta práctica como el ballet clásico. Si los académicos que ejercen cátedras y nóminas en universidades están a favor de la revolución socialista, Zaid escribe a favor del liberalismo democrático.
Si llegan al gobierno economistas tecnócratas consumidos por un celo matemático, Zaid escribirá ensayos que, con la sonrisa del Gato de Cheshire, les dicen en español que no todo lo que hay que aprender lo enseñan en el MIT. Si la mayoría de los intelectuales es jacobina, Zaid escribirá desde la minoría una profesión de fe.
Sabia generosidad. Al igual que sucede con la prosa, la manera en que Gabriel Zaid publica poemas ilumina su carácter: su poesía completa enflaca con cada nueva edición; para abreviarla, Zaid consultó a su público por medio de un cuestionario. Cuando muchos escritores tratan de imponer su gusto, Gabriel, demócrata, recoge votos. Cuando muchos escritores codician obras completas que incluyan hasta las listas de súper, Gabriel escribe: “La experiencia me sirvió para descubrir en ochenta poemas mi verdadera ‘poesía completa’”.
Además de escribir libros, Gabriel escribe listas. Es experto en el género. A partir de esta pasión, han surgido valiosas antologías pues quien dice “lista” dice “índice”: por ejemplo, el Ómnibus de la poesía mexicana . Sus listas también han servido para que numerosos lectores conozcan mejor a poetas oceánicos, como Carlos Pellicer, o conozcan a secas a poetas dignos de ser reconocidos, pero tan sumidos en la oscuridad que únicamente los conocían los espeleólogos: Manuel Ponce o Alfredo Plascencia. El demócrata democratiza.
Con las listas, Zaid ha sabido construir una manera de ganarse la vida pues posee un negocito que produce directorios: listas de contactos en diferentes industrias. Esta capacidad empresarial es una de las grandes conquistas de Zaid porque le ha ganado su autonomía. Con el sudor de su frente, Gabriel se independiza del poder político y del poder económico.
Así como escribe y publica, Gabriel Zaid lee de manera idiosincrásica: regala los libros de su biblioteca, que apenas rebasan los 2.000 ejemplares. En otros letrados hay voracidad intelectual, que puede convertirse en avaricia del espíritu. Contra esa avaricia, Gabriel es generoso. Como símbolo tal vez, regala libros, discos y revistas, los distribuye, los hace circular, diciendo qué le gusto y qué no: ejerciendo la crítica en corto.
Con la voz, Gabriel Zaid ha construido una copiosa obra no escrita que perdura en muchos. Zaid detesta pronunciar discursos y rehúye entrevistas y homenajes. Escribe con sorna: “Les gustaba cómo escribía: por eso lo invitaban a hablar”. Sin embargo, ese esquivar la fama no es por misantropía. Zaid es un conversador extraordinario, sonriente contertulio, tutor aplicado. De un modo socrático, ha sido pedagogo de tres generaciones, con “su amistad, su consejo, a veces sus regaños”.
A Gabriel Zaid no le gustan los elogios. Así pues, lo que se puede decir con objetividad es: a sus 80 años, ha edificado una obra literaria importante, en el contexto de una fructífera generación de la historia cultural de México, la llamada Generación de Medio Siglo.
Con subjetividad, se pueden decir cosas que podrían enojar a Gabriel Zaid. Una es que da ejemplo de vida al cultivar la próspera medianía, tratando de ser útil y feliz, con trabajos de sabio y de cantor.
El autor es director del Instituto de México en Costa Rica.