Nadie sabe cómo empezó la vida en la Tierra, y no se han conservado documentos de ese entonces pues las familias son muy displicentes con los papeles del abuelo. Los deudos –como su nombre indica, con deudas– acaban vendiendo al peso muerto los papeles precámbricos y la biblioteca de ese tío loco al que se le dio por comprar libros en vez de llevar al estadio a la parentela, que para eso lo visitaba, y la que, puesta a elegir un clásico, prefiere el Liga-Saprissa en vez de a Homero –salvo que sea el de los Simpson–.
No obstante, los parientes ignoran que fue mejor que ese tío sepia haya comprado libros en vez de escribirlos pues, de haberlos redactado, el problema no solo sería hoy de ellos, sino de toda la gente que, siendo menor de edad, fue sorprendida por los mayores y enseñada a leer.
No se conservan documentos ni fotos de aquella antiguedad, y tampoco quedan testigos de entonces; o, si los hay, no aparecen porque no quieren comprometerse. Ante semejante falta de civismo, los biopaleontólogos solo pueden conjeturar cómo empezó la vida en los alrededores del eón arqueano: hace unos 3.500 millones de años, contados a partir del 1.º de enero último.
De aquel entonces solo se han descubierto cianobacterias (bacterias azules) fosilizadas. Se fosilizaron de aburrimiento y soledad, pero nadie les mandó aparecer en el mundo cuando no había nadie. Lo mismo ocurre a los invitados que son impuntuales al revés y llegan demasiado temprano: se fosilizan a la espera de que lleguen las demás personas. Ya en la fiesta, los fósiles son los convidados de piedra.
Averiguar el origen de la vida se dificulta pues los fósiles no hablan: se dedican a la incomunicación, como las cintas de Antonioni, de modo que la mejor forma de guardar un secreto es contárselo a un fósil.
Ante tal silencio, los biopalentólogos presumen que la vida se originó por la concomitancia de la energía (de los rayos del Sol y de las tormentas) y de elementos químicos (carbono, fósforo, etc.) en los océanos: en la llamada “sopa primordial”, que fue asaz grande, pero no figura entre los premios Guinness.
El físico Robert Clarke ( Los nuevos enigmas del universo , cap. VI) supone que las bacterias prístinas cayeron con aerolitos de Marte. Esta es la hipótesis de la panespermia (> todas las semillas), que nos vuelve a todos marcianos de la quinta (y más) generación: menuda sorpresa cuando creíamos que solamente era marciano ese vecino que camina siempre leyendo un libro.
Cualquiera que haya sido su origen, “dadas las condiciones de la Tierra primitiva, la vida fue inevitable”, asevera el biólogo Jon Erickson ( La vida en la Tierra , cap. I). El químico Isaac Asímov comparte esa idea ( Cien preguntas básicas sobre la ciencia , § 91): “La vida se formó como el hierro se oxida”.
La vida (el ADN) fue inevitable, pero no lo son los organismos vegetales y animales, más complejos.
En cierto modo, nuestra verdadera sorpresa sería no existir. Ignoramos muchas cosas de nuestro origen. La antiguedad huye de nosotros, pero la ciencia va tras ella: es más joven y llegará primero.