Los monos no bailan, y los tipos duros tampoco, según nos enseña el título de una novela del escritor-boxeador Norman Mailer. De los monos uno sabe muy pocas cosas –la verdad sea dicha esta vez–, excepto que algunos nos abrazarían como a hermanos si trepásemos a nuestro árbol genealógico, del que nos miran algunas sombras de cuatro manos inquietantes.
Subir al árbol genealógico es como volver al barrio. Ya que nos gusta poco fraternizar con los otros cuatro primates, suponemos que nuestro árbol genealógico es el olmo que dio la pera humana.
Volviendo a los tipos duros según Mailer, si él tiene razón, entonces el Padrino, don Vito Corleone, no era un tipo duro pues bailó en la boda de su hija: mala señal. Ya nos parecía que, en el fondo, don Vito era un señor burgués muy middle class, quien ansiaba que, en vez de ser mafioso titulado, su hijo Michael fuera gobernador o senador.
Don Vito Corleone solo trató de acercar el delito a la política, habida cuenta de que otros ya se ocupan del hacer el trabajo inverso.
Revolviendo a los monos, que no bailan, los zoólogos han vuelto a descubrir lo que todos sabíamos: que solamente el ser humano baila a un ritmo. Los otros animales solo se mueven, a veces coordinados, como los cardúmenes que están siempre inundados de peces –como no podía ser de otra forma, claro está, porque en los cardúmenes no hay más cosas–.
Como fuere, ciertas aves son excepcionales, como la cacatúa Snowball, que baila al ritmo de una canción en una performancia unipersonal en un video de You Tube.
El neurólogo Oliver Sacks afirma que el sentido del ritmo aparece espontáneamente en los niños, pero no en los otros primates (Musicofilia, cap. XIX). Por tanto, añade, el sentido del ritmo es filogenético; o sea, hereditario en el ser humano.
El problema es este: ¿cómo puede heredarse tan universalmente una característica “inútil”? La evolución no gasta energías en retener caracteres innecesarios: los elimina o los reduce a la insignificancia.
Por tanto, no hemos terminado de leer este artículo y ya estamos ante un dilema: 1) o el ritmo es insignificante y la evolución se olvidó de él, 2) o el ritmo es importante y la evolución humana lo protege.
El número 1 cierra el asunto e invita a pasar a la página 3. El número 2 nos lleva a repreguntar: ¿cuál es la utilidad filogenética del ritmo?
Falta una respuesta única, pero algunos científicos suponen que el sentido del ritmo es un ingrediente que ayudó a unir a los grupos de seres humanos en los orígenes del Homo sapiens , hace demasiados años.
Ritmo es repetición. Sobre el ritmo se alzó la melodía: ya tenemos la música. “Las artes ayudaron a cimentar los grupos y a promover la organización social”, dice el neurólogo Antonio Damasio ( Y el cerebro creó al hombre, cap. XI). El rock, tan nuevo, viene de esta anciana línea.
Al fin, hacemos música agradeciéndole que la música nos hizo.