Hubo un tiempo, añorado y dichoso, en el cual dioses y humanos interactuaban en un plano de absoluta igualdad y semejanza. Discutían ideas, se recriminaban (o aplaudían) recíprocamente y se beneficiaban en dos direcciones merced a la ejecución de sus planes. Algunos humanos –como el caso del Pélida Aquiles, el de los pies ligeros–, llevaban su osadía al extremo de mostrar el puño al cielo, en inequívoco gesto de desafío.
En palabras de Norman Austin, Ulises –el único que puede ser llamado hombre del tiempo––, es expulsado de los límites de este como castigo de los actos impíos de sus compañeros. El héroe homérico –llamado indistintamente Odiseo, nombre griego original que ha permanecido en la penumbra marginal–, es el último de los personajes épicos que desafió a los dioses. Otros mitos occidentales lo hicieron también (p. ej. Don Juan o Salomé), pero no vivieron para contarlo. Lo principal, en consecuencia, reside en considerar a Ulises como el único héroe que logró ser inmortalizado como autor de la muerte del tiempo.
Veinte años después
Al cabo de veinte años de su partida de Ítaca, el héroe homérico retorna a su patria natal tras haber superado las mayores pruebas que ser alguno –mortal o divino–, haya debido soportar. Muchas de ellas las ha franqueado, gracias a su ingenio para integrar las más refinadas estratagemas. Empero, para Ulises, el más cruel de los infortunios resulta ser el olvido de los dioses. Estos, al finalizar La Ilíada con la destrucción de Troya, se han retirado a la parte trasera del escenario. Peor aún, han abandonado a los héroes helénicos a su suerte.
Al final de un periplo inacabable, Ulises recala en la isla de Ogigia, refugio de Calipso, la semidiosa que habita en soledad. Ogigia –u Ortigia– pareciera ubicarse en el Mar Jonio, aunque Bérard la emplaza en las costas de Marruecos.
Lo cierto es que este refugio de Calipso se anticipa en aproximadamente veintiocho siglos a la trampa del Tiempo que inmoviliza a Roberto de la Grive –protagonista de L’isola del giorno primo –, de Umberto Eco. En Ogigia perdura también el secreto de la inaccesibilidad que ocultara a Macondo, y que desviaba de su ruta a quien quisiera llegar a ella por las rutas de la convención.
Calipso hace tambalear la férrea voluntad que impulsa a Ulises a regresar a Ítaca, al lado de su amada Penélope. Al margen de las limitaciones existentes para los amancebamientos entre semidioses y mortales, Calipso tienta a Ulises sobre la propuesta de hacerlo inmortal, mediante el consumo de la ambrosía.
El genio de Monteverdi y el invento del soliloquio
En el momento en que Claudio Monteverdi –el más glorioso hijo de Cremona–, inicia la composición de Il ritorno d’Ulisse in Patria , ha comprendido que la exposición lineal de la ópera como obra de arte, se encuentra agotada como experimento. Por vez primera, un compositor netamente polifónico ha encaminado sus esfuerzos creativos hacia una visión simbólica de los actos que dioses y mortales realizan en conjunto.
Empero, algunas de las figuras que Monteverdi integra a la trama de su novedosa ópera (Poseidón, Atenea y el propio Zeus), no son otra cosa que encarnaciones atemporales de la futilidad de las acciones humanas en su lucha contra los habitantes del Olimpo. En otras palabras –y a contrapelo de la dramática exposición sinfónica de Chaikovski, dilucidada más de dos siglos después–, la lucha contra el fatum será siempre infructuosa.
En Il ritorno d’Ulisse in Patria , el fatum se transforma en un personaje más. Tal circunstancia se hace patente, en tanto el aria o la romanza se utiliza como vehículo para la expresión de las emociones. En una trama lineal, el “aria” monteverdiana se asimila a una suspensión del tiempo convencional: un instante de deliberación del personaje, consigo… o en conciliábulo con los dioses.
A diferencia del recitativo utilizado en el Orfeo , Monteverdi integra en el aria un soliloquio de mayor o menor duración (según sea el caso), en el cual se concreta el momento de mayor intimidad del intérprete con el público. Tal espacio es generalmente de una extraña belleza, y alcanzará en el bel canto su máxima expresión.
Supervivencia por encima de las predicciones
Los otros elementos, presentes protagónicamente en este novedoso enfoque del drama musical, son el propio Amor (cuya musicalización es harto frecuente); la fragilidad humana; la Fortuna ––acaso la más veleidosa de las deidades––; y el infaltable Tiempo. Al decir de Jacques Attali, el Kronos griego es el dios de la decisión, de la lectura del presagio, del augurio y de la elección. Su hijo, Zeus, “es el que existe en todo tiempo”.
Es evidente que Claudio Monteverdi experimentó con el Ulisse la tentación que sublimara en L’Incoronazione di Popea , o bien en La Favola d’Orfeo –sus otras óperas de relevancia–, o, con mayor razón, en Arianna y su supérstite Lamento : nos referimos a la necesidad de superar la camisa de fuerza que le imponía su libretista, Giacomo Badoaro.
«Cue´ntame, Musa, la historia del hombre de muchos senderos…»
Il ritorno d’Ulisse in Patria equivale al triunfo de la emoción en el drama lírico.
Su inalcanzable melodía –para utilizar la acertada expresión de Pierre-Jean Rémy–, levanta holgadamente el telón de boca de lo que será la ópera de los siglos XVII y XVIII.
El desaparecido musicólogo austríaco Nikolaus Harnoncourt, en posesión de las claves de la nueva estética musical, afirmó que “la música elocuente de Monteverdi releva al mundo feliz del arte madrigalesco”.
El éxito de Monteverdi
Claudio Monteverdi no conoció en vida el triunfo inapelable de su amado Ulisse . La sociedad musical, incluida la veneciana, fue pródiga en críticas respecto a su melodía: se dijo que no era suficientemente “bella” como para cumplir las reglas estéticas más imperativas. La respuesta del cremonés fue un prodigio de sencillez y de eficacia: “Vuelvan a pensar, todos aquellos que entienden de música, en las reglas puras de la armonía, y créanme entonces que el compositor moderno tiene solo la verdad como principio”.
Sin Monteverdi, y sin su Ulisse , la historia de la ópera hubiese extrañado esa inédita conjunción de drama y comedia, que alcanzó su pináculo en el Don Giovanni mozartiano. Autor y héroe griego asumen ese carácter de encrucijada que trazará una línea directa hasta Verdi y Puccini, con una sublime escala de abastecimiento en Gluck y Mozart.
Ulises es mucho más que un viajero extraviado en lucha contra el destino: Es el primer viajero en el tiempo… y sobre el tiempo. Tal y como afirma Pietro Citati, Ulises eligió –de una vez para siempre–, entre el mundo mítico en el que no se sufre ni se muere… y el mundo real donde sobreviven la muerte y el sufrimiento: el microcosmos tangible de Penélope.
El triunfo de Ulises
Il ritorno d’Ulisse in Patria obtuvo un éxito clamoroso en Venecia, donde fue estrenada en 1640. Luego de diez representaciones, fue llevada al Teatro Castrovillani de Bologna. Los cantantes fueron Giulia Paolelli como Penélope, Maddalena Manelli como Minerva, y Francesco Manelli como Ulises.
La primera versión moderna de esta obra fue adaptada y dirigida por el compositor y director francés Vincent d'Indy, en el París de 1925. Varios compositores del siglo XX editaron la obra para ser representada. Entre ellos señalamos a Luigi Dallapiccola y Hans Werner Henze. A partir de 1971, con las representaciones en Viena y Glyndebourne, y una rigurosa edición de Nikolaus Harnoncourt, la ópera ingresó de nuevo en el repertorio operístico. Quien esto escribe, tuvo la inolvidable oportunidad de asistir a la representación del Teatro Real madrileño, en abril del 2009, con William Christie dirigiendo a Les Arts Florissants y a Pier Luigi Pizzi como director de escena.