Durante mis siete años de carrera en la Escuela de Artes Plásticas de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica, en ratos de ocio me ponía a hacer este tipo de trabajos con la técnica del puntillismo y una plumilla de punto fino (0,1 mm). La obra se llama El reloj de la vida; mide 17 por 14 pulgadas de alto y la ejecuté en 1986. Su estructura invita a que la obra se vea de diferentes ángulos.
La técnica se basa sencillamente en poner puntos sobre la superficie de la hoja. Yo dejaba que se acumulasen, y, de esta manera, lo que aparecía me sugería formas reales para seguir el dibujo.
Nunca he trazado bocetos a lápiz antes de empezar un trabajo en puntillismo: siempre me he dejado llevar por el cúmulo de puntos y lo que empiezan a sugerirme. Este tipo de trabajo es como una catarsis para mí pues me permite descansar.
Durante más de un mes, dediqué sesiones diarias de hasta dos horas a elaborar El reloj de la vida . Al contrario de la dirección en la que se mueven las manecillas de un reloj, iba plasmando ambientes de las profundidades de los océanos, formas de algas marinas, hojas que terminan emergiendo, y seres animales como peces y delfines.
Aparecen musas en el espacio de los planetas con estrellas y una luna; hay una superficie de cráteres, y algunas de las musas llevan libros como anotando lo que se da en una especie de creación que va surgiendo en la nada.
Hay áreas que yo trabajaba con los puntos, y debía asegurarme de cubrir áreas con una servilleta de papel blanco para que, al apoyar mi mano, el calor no hiciera que la tinta se expandiese y desaparecieran los puntos.
Para mí, el punto es como el principio de las cosas visibles: un “punto de partida”, un “punto de vista”...; y, al juntarse con más puntos –como una textura nueva– van emergiendo las formas que siento. Algunas me entusiasman para darles tridimensionalidad con luz y sombra; otras apenas se dejan ver o se difuminan hasta desaparecer como si estuviesen dentro de una niebla.
El área de las plantas también cumple su función. Dentro de todo este movimiento aparece una especie de seres humanos casi angelicales (alados) donde plasmo un poema en inglés que dice: “We love each other in such a way that we reach the Moon surface” (Nos amamos uno al otro de tal manera que alcanzamos la superficie de la Luna). Debo reconocer que la palabra “alcanzar” en inglés (reach) la escribí incorrectamente.
Al final termino con una pareja de varón y hembra, unidos en sus cejas por la forma de un ave marina. Ella (la mujer) parece ver hacia el frente, como saliéndose del espacio del papel: hacia lo más lejano, como si tuviera necesidad de algo más que la compañía de su pareja. Él (el hombre) la mira fijamente tratando de encontrar alguna lectura en lo profundo de ese universo femenino que le permita comprender para poder amar a su compañera.
Entre flores, jarrones y movimientos de gaviotas termina el ciclo de la vida volviendo, en dirección contraria a las manecillas del reloj, a comenzar de nuevo “el reloj de la vida”.