Decía don Isaac Felipe Azofeifa que no había en Costa Rica “una voz como la de Julieta Dobles”. “Siempre he afirmado que Julieta es el caso de la poetisa costarricense de más profunda vocación y de disciplina más intensa”, añadía.
Desde temprana edad se vislumbraba en ella su capacidad creativa y su vocación poética. Tuve el honor de contarla entre mis alumnas y en una oportunidad, al leer un trabajo suyo, estuve tentada de preguntarle, como hizo el padre de Neruda al leer los primeros versos de su hijo: “¿De dónde los copiaste?”.
Hoy, la crítica considera a Julieta una de las voces líricas más relevantes de nuestro país. Es autora de catorce poemarios, cinco de los cuales han obtenido el Premio Nacional de Poesía Aquileo J. Echeverría.
Ella es una de las integrantes de la generación del sesenta junto a Jorge Debravo, Laureano Albán, Carlos Francisco Monge y otros. Es esta la primera generación de posvanguardia.
Amor y patria. Su ideario poético está puntualmente expresado en el Manifiesto trascendentalista, que, en síntesis, considera a la poesía una vía de expresión de las vivencias trascendentales del ser humano y le asigna un compromiso con la evolución humana sin sacrificar su propia naturaleza a los valores particulares de la política, la ética o la sociología.
Para el trascendentalismo, la verdadera imagen poética es aquella que logra transparentar la vida que la motiva, la que no opaca la vivencia, sino que la ilumina en la intuición del lector.
Su poesía está profundamente enraizada en lo humano y su universo poético es amplísimo; en él hay cabida para toda circunstancia humana, para toda vivencia y sentimiento, para todos los seres de la creación. Para Julieta Dobles, como para Terencio, “Humani nihil a me alienum puto” (Nada humano me es ajeno).
En sus primeros poemarios, la autora nos ofrece una cosmovisión de corte existencialista en la que abundan los temas de la soledad, la angustia y el dolor, entretejidos con el tema de la muerte, que prevalece sobre los demás.
En un poema titulado “Compañera” dice la autora: “¡La muerte! / ¿La muerte? / Es un pequeño grano que germina sin cuerpo / en los filos de las cosas perennes, / en las hojas resecas. /En los terrenos húmedos, / entre las lágrimas, en cada amor, en cada árbol derribado, / en todos va la pequeña simiente. / En los recién nacidos / el grano de la muerte / comienza su larga gestación de la sombra…”.
El eje temático que sostiene el andamiaje de su universo poético es el amor en todos sus matices, desde el más sublime amor filial hasta el más apasionado y cargado de erotismo. Amor por los seres humanos, por lo cotidiano, por la naturaleza, por la tierra natal.
La patria constituye otro de sus grandes motivos. Tanto en la lejanía como en la cercanía, aflora el amor a la tierra en sus poemas. El paisaje castellano y los fríos invernales la remiten a su añorado trópico: “Hoy llego a ti desde una tierra / de cimas tropicales”. Al reencuentro con la patria descubre, en lo cercano, ese “maravilloso” de la realidad.
El asombro al contemplar con nuevos ojos el verdor y la exuberancia de su tierra la impulsa a celebrar nuestros árboles, nuestros frutos, nuestras tradiciones, y a hacer un recorrido por el alma secreta de la patria. Esto es su libro Costa Rica poema a poema; en él se hace realidad lo de que “en la poesía se vive como grande lo pequeño”.
El poró, la veranera, el triquitraque, el caimito, el marañón, el café, los tamales, el limón dulce, la guayaba, el itabo, la tortilla se iluminan por la palabra poética.
Magistral sencillez. El tema amoroso queda plasmado fundamentalmente en dos libros: Poemas para arrepentidos y Hojas furtivas.
El discurso poético de Poemas para arrepentidos exalta los múltiples matices del sentimiento: soledad, dolor, desolación, angustia, y expone planteamientos existenciales sobre la vida y la muerte: “Y vivir con la plural incertidumbre / sin saber si realmente este mundo es peldaño / o vertedero aciago hacia la nada”.
En uno de los poemas de mayor hondura y trascendencia, que titula “Caminando en el filo”, alude a la fugacidad de la vida y a la dialéctica amor-desamor, y amor y muerte. Como en el italiano Leopardi, el amor está amalgamado con la muerte: “Fratelli, a un tempo stesso, Amore e Morte ingenerò la sorte” (Hermanos, al mismo tiempo, la suerte engendró el Amor y la Muerte).
Julieta escribe: “Así es la vida, amor / un filo de fulgor entre dos sombras / y por él caminamos / sabiendo que a los lados, / en el núcleo vital de la tiniebla /arde el vacío y trama / la muerte sus olvidos”.
La marca de lo femenino en la poesía de Julieta Dobles está inscrita en su libro Los delitos de Pandora, obra de denuncia y rebeldía ante la discriminación de que ha sido víctima la mujer. Esta ha dejado hoy oír su voz y tiene acceso al quehacer intelectual, pero siempre en condiciones menos favorables y robándole el tiempo a las labores que ancestralmente le han sido asignadas.
Por eso, los poemas de Julieta Dobles surgen “Entre una luz y otra / deber y plenitud, lágrima y libro, / meditando mientras las manos luchan / con la dudosa mina / de hollín de los sartenes / escribiendo en las cortas mañanas aromosas / a ropa enjabonada…”.
Uno de los rasgos más salientes de su poesía es su transparente claridad. Podría hablarse de sencillez, pero más bien cercana a la “difícil sencillez” de la que hablaba Juan Ramón Jiménez, como la poesía de Fray Luis de León, cuya sencillez y claridad no son comparables a la blancura del lirio, sino a la del diamante, producto de esfuerzo y laboriosidad.
Julieta Dobles logra encontrar los términos precisos y enfocar los más profundos temas con deslumbrante transparencia.
A criterio de Gaston Bachelard, “la palabra de un poeta da en el blanco porque conmueve los estratos profundos de nuestro ser”. A mi juicio, nuestra autora da plenamente en el blanco y logra conmovernos y hacernos vibrar hasta lo más hondo. Julieta Dobles apuesta por la belleza y el amor como opciones para afrontar el reto de sabernos mortales.
La autora es presidente de la Academia Costarricense de la Lengua.