Moribundo en Barcelona, Jesús Mosterín tal vez haya oído los aleteos del gallinero “nacionalista”, una de las expresiones de la irracionalidad, que él tanto despreciaba. “Yo no me he apeado nunca de la razón. Si escribo de toros o cristianismo no es por interés personal –ahora me interesa más la cosmología–, sino por servir la función subsidiaria del intelectual: explicar aquello que la gente quiere saber”, había declarado el filósofo al diario barcelonés La Vanguardia en el 2011.
En contraste, a Jesús Mosterín le habría gustado saber que, un día antes de su muerte, el Premio Nobel de Fisiología había recaído sobre los descubridores de los “relojes biológicos”, que regulan los ritmos circadianos (día-noche). En su libro Crisis de los paradigmas en el siglo XXI (p. 138), Mosterín había descrito lo que años antes se sabía sobre aquellos “relojes”.
Ambas anécdotas: un aquelarre nacionalista y un descubrimiento científico ilustran las amplias fronteras entre las que se movió la curiosidad de este asombroso filósofo español: las preocupaciones humanas y la conquista de la naturaleza. Mosterín enseñó: 1) la felicidad solo puede derivar del conocimiento de nosotros mismos y de nuestras sociedades; 2) llegaremos a tal conocimiento si hacemos filosofía y ciencias sociales basadas en las ciencias naturales.
El filósofo racionalista y procientífico Jesús Mosterín de la Heras murió el 4 de octubre a los 76 años, luego de una intensa vida intelectual que lo llevó a escribir más de 30 libros y a dictar cursos en muchas universidades.
Él había nacido en Bilbao en 1941, estudió lógica y matemáticas en la Universidad de Münster (Alemania), y fue profesor de filosofía y lógica en la de Barcelona desde 1982.
Hace dos años, a Mosterín se le diagnosticó un raro tipo de cáncer de pulmón, originado en la aspiración involuntaria de amianto a los 14 años. En marzo del 2015, cuando supo de su mal, el filósofo escribió un artículo en el que manifestó: “No tengo ganas de morirme, pero tampoco tengo la intención insensata de vivir el mayor tiempo posible. La muerte que yo preferiría sería el suicidio sereno y asistido”.
Digna estirpe
Sería tedioso mencionar los títulos de sus libros, de modo que solo detallaremos que pueden dividirse según sus temas: obras de lógica matemáticas (como el Diccionario de lógica y filosofía de la ciencia ), teoría de la ciencia (como Epistemología y racionalidad ), biología (como El reino de los animales ), sociología científica (como La naturaleza humana ), ética (como La cultura de la libertad ), historia de la filosofía (como El pensamiento arcaico ) y respeto por los animales (como A favor de los toros ).
También fue amigo de la divulgación filosófica, e Internet brinda numerosos videos de conferencias y polémicas en las que él participó irradiando un aire de profesor distraído que se exaltaba cuando oía tonterías –como las de los toreros, a quienes tildaba de “mequetrefes”–.
Mosterín integra la dinastía de los filósofos de curiosidad universal, que igualmente hurgan en los misterios del bien y del mal como en las matemáticas, la física y la biología. Fue así un sucesor de los materialistas presocráticos, Aristóteles, Descartes, Leibniz, Russell, el Círculo de Viena, Francisco Miró Quesada, José Ferrater Mora y Mario Bunge.
Se adscribió a la filosofía analítica, que, basada en los trabajos del lógico alemán Gottlob Frege, a comienzos del siglo XX dio origen a una tendencia filosófica que, según él, “valora la claridad y la precisión del discurso, y no desprecia la lógica ni la ciencia” ( Ciencia, filosofía y racionalidad , p. 34). Sin embargo, criticó también la deriva microtemática, reiterante y elusiva de la realidad donde cayó la filosofía analítica a fines de los años 40.
Su afán de claridad lo llevó a burlarse de los confusos meandros de los existencialistas y de Heidegger (ni siquiera lo consideró filósofo), y a denunciar el “discurso zafio e intelectualmente deshonesto” de los filósofos posmodernos ( Ciencia... , p. 15). En una entrevista concedida a Ángel Fernández Recuero, Mosterín censuró la “gran mediocridad y la huera palabrería” de los filósofos de la “French Theory”, como Foucault, Derrida, Lacan, Kristeva y Deleuze (a quien llamó “deleuzenable”).
Razón y cultura
La muerte de Jesús Mosterín suscitó obituarios elogiosos en la prensa española; tal vez le hubiese gustado leerlos, pero más le habría agradado ver que algunas ideas suyas se explican a la gente más que anécdotas de su vida, errante por entre países e ideas. A riesgo de simplificarlos, mencionemos algunos temas que él abordó con especial interés.
El filósofo rechazó el etnocentrismo y el nacionalismo pues –además de ser moralmente repulsivos– tales actitudes hacen que la gente confunda los rasgos no comparables con los comparables de las culturas humanas (algunos primates también poseen cultura). Rasgos no comparables: los bailes típicos de Islandia y los de Burundi. Pueden gustarnos unos más que otros, pero ninguno es mejor ni peor, ni más ni menos útil. Rasgos comparables: un cuchillo de piedra y uno de acero. Aquí, el de acero sí es mejor pues es más útil. La utilidad hace que las culturas “atrasadas” adopten los productos de las “avanzadas”.
En cambio, el nacionalismo cocina una olla podrida con todos los rasgos culturales (incomparables y comparables) y termina postulando que “nuestro baile es mejor” y que “nuestro idioma es mejor”; pero los idiomas no son mejores, sino más útiles según el contexto: el idioma quechua no es útil en Tailandia.
En la portería opuesta del etnocentrismo se ubica el relativismo moral extremo; es decir, la negativa a creer en la existencia de normas de convivencia universales. El etnocentrismo se pone como modelo; al contrario, el relativismo extremo niega que haya modelos y normas universales, y pide que cada uno juegue como pueda: que gane el más fuerte o el más inescrupuloso.
Reencuentro natural
El relativismo conduce a atrocidades como esta: aprobemos que en la cultura X golpeen a los niños pues esta es su tradición; nadie debe impedirlo porque toda intrusión sería negar la relatividad de las costumbres, y todas son iguales. A la inversa, Mosterín propone que sí hay normas universales, instaladas en la naturaleza humana pues las normas morales traducen las emociones innatas: “Por muy elocuente que sea una teoría ética, si, a partir de ella, resultan conclusiones contrarias a nuestras intuiciones y sentimientos morales, tanto peor para la teoría ética” ( La naturaleza humana , p. 360).
Aún así, las emociones pueden ser adulteradas por la cultura; tal es el caso de las emociones de protección a nuestra familia y a nuestros amigos, emociones que una campaña nacionalista desvía hacia el odio contra los extranjeros. “Nuestras emociones guían a nuestras teorías, y nuestras teorías educan a nuestras emociones” (idem), postuló Mosterín .
Uno de los objetivos filosóficos de Mosterín fue recuperar la idea de la “naturaleza humana”. Contra idealistas y marxistas, quienes suponen un ser humano-“tabla rasa” y modificable por completo, postuló que hay una naturaleza humana inscrita en nuestro genoma, el que nos hizo mamíferos gregarios. Nuestra condición gregaria hace que convirtamos nuestro natural impulso compasivo en normas morales que crean confianza dentro de los grupos para que sus miembros sobrevivan.
Habría mucho más que añadir sobre su pensamiento: quede para algún día. Valga hoy solamente resaltar su senequista tranquilidad ante la muerte. En el video Mis filósofos de cabecera , Mosterín pidió que le apliquen la eutanasia cuando ya no pueda valerse por sí mismo (ignoramos si se la concedieron).
Más aún, rechazando que lo incineren y destruyan así sus moléculas orgánicas, manifestó: “Mi última voluntad sería que me pongan para que me coman los buitres”, sorprendente pero lógica conclusión en un filósofo racionalista y amigo de la naturaleza.