En las próximas semanas se graduará la tercera generación del Conservatorio El Barco , y esto merece una celebración que incluye a muchas personas, logros y procesos. La celebración implica referirse a Jimmy Ortiz y a su obra, tanto a la más estrictamente coreográfica como a su labor educativa pues El Barco es producto de su visión y su empeño: sin él, la empresa es impensable.
No obstante, reducir el accionar de El Barco al de Jimmy no solo invisibilizaría una parte significativa de su quehacer, sino, peor aun, ocultaría el carácter colectivo que el mismo Ortiz se propuso darle desde un principio.
El Barco es también lo que ha hecho, hace y hará un nutrido grupo de personas dedicadas a la danza, muchas de las cuales se han unido, de forma más o menos estable, en una diversidad de colectivos. Los más conocidos son Cuatro Pelos y Las Hijas de Otro, pero también están Nana+na, Colectivo Clá , La Chancha Valancha, Los Inhato, La Santa Chochera, Inquieta Res, Post Hoc, Grupo Escénico de Paso, Lo que es Arriba y La Piel de Naranja.
Esa lista puede estar incompleta, pero da una idea de la capacidad de El Barco para incubar colectivos. Las personas indisolublemente asociadas a El Barco tienden a conformar colectivos, pero también las hay que han optado por desplegar su creatividad de forma más individual, como Ericka Mata y Estefanía Dondi.
Aun actuando a través de colectivos, es difícil no destacar nombres individuales como los de José Luis Alemán (Zawate), Mario Blanco, Diego y José Andrés Álvarez.
Intensidad. Celebrar El Barco es festejar algo que surge en un momento concreto: lo suficientemente concreto como para permitirnos celebrar la conclusión de la tercera promoción –cada una abarcó cuatro años–.
Como creación institucional, El Barco surgió en el 2002. Sin embargo, es imposible separar nítidamente lo hecho en él de la mano de Jimmy, de la trayectoria anterior de este, en especial de sus años como director y fuerza impulsora del grupo Losdenmedium .
En ese período, anterior a la existencia de El Barco, Jimmy empezó a desarrollar no solo un estilo dancístico, sino –más importante aún– una reflexión y una visión de la danza que en diversos aspectos rompe con lo que otros grupos y creadores venían haciendo.
Celebrar El Barco es conmemorar más de diez años de un proceso particularmente intenso y productivo, ocurrido en lo que oficialmente hablando es el Taller Nacional de Danza, pero que en la práctica es bastante más que lo sugerido por dicho nombre. Más que un taller de danza, El Barco es un auténtico conservatorio dancístico donde se entrenan bailarines y se reflexiona sobre las muy distintas facetas del mundo de la danza, incluidas las teóricas.
Sin embargo, a pesar de la riqueza de los procesos directamente ejecutados por El Barco, reducir su impacto a ello sería ignorar el impacto directo que sus enseñanzas han producido en numerosas instancias externas.
Ello va de los espacios efímeramente convertidos en escenarios por proyectos como el primer No-Silicona, a la proeza (la palabra no es hiperbólica) de transformar –de un modo que se ha vuelto estable– el local de la empresa Gráfica Génesis en uno de los escenarios más activos e interesantes de la danza contemporánea nacional: proceso iniciado en ese primer No-Silicona, el cual ha logrado que, en un espacio en principio ajeno a la actividad artística, se presenten regularmente espectáculos de danza, generalmente de muy buen nivel, algunos de los cuales podrían haberse ofrecido con todo éxito en cualquier escenario nacional o foráneo.
Creadores. Por todo lo anterior, celebrar El Barco representa algo más rico que festejar un taller de danza: es celebrar una serie de personas, procesos, montajes y proyectos que han transformado positivamente el panorama dancístico nacional y regional.
Ello se evidencia en factores como su ya mencionado rol de auténtica incubadora de numerosos grupos, diversamente activos, la mayoría de los cuales basa sus exploraciones en los procesos desencadenados por El Barco.
Esa capacidad de incubar grupos de danza se relaciona con una importante característica de El Barco: su énfasis en entrenar bailarines y coreógrafos; es decir, bailarines que también son coreógrafos, y al revés. Esta característica vuelve inexacto el concebir El Barco como un taller de danza, aunque este sea su status oficial.
De casi todo taller, escuela o grupo de danza salen bailarines que incursionan en la creación coreográfica. La diferencia entre este fenómeno y lo que sucede en El Barco es que en este se provee un entrenamiento que enfatiza esta faceta del mundo dancístico.
El Barco no es una institución de carácter universitario, y los títulos que entrega no son estrictamente académicos; sin embargo, la formación que imparte en los cuatro años del plan de estudios es tan creativa como rigurosa.
Quienes pasan por El Barco reciben una educación que los habilita –de manera a menudo más completa e integral que a los graduados de otras instancias– para trabajar de forma profesional y polivalente en el ámbito dancístico.
Ello va asociado a una visión de la danza que la concibe en su carácter más inmediato de cuerpos que se mueven pautadamente en un espacio escénico, y también como voluntad de pensar sobre esos movimientos, cuerpos, pautas y espacios.
Prestigio y originalidad. El plan de estudios de El Barco no aspira tanto a formar bailarines en sentido estricto –cuerpos altamente entrenados para poder realizar diversos tipos de coreografías– como a formar bailarines y coreógrafos capaces de reflexionar sobre su propio quehacer.
El rigor y la originalidad de los procesos educativos desarrollados en El Barco ayuda a explicar la relativa frecuencia con la que se contrata a sus graduados en el extranjero. En estos momentos trabajan Liza Alpízar en Berlín, Sebastián Méndez en Bruselas, Felipe Salazar en Barcelona, Jesús Prada en Milán, Milena Rodríguez en Quito, y Omaris Mariñas y Luis Sierra en Panamá. Esta lista también puede estar incompleta o haber variado.
Como proyecto dancístico ejecutado en el Taller Nacional de Danza, El Barco está a punto de desaparecer, acaso ahogado por políticas y burocracias culturales estatales con las que desde hace años mantenía una tensa relación. Ello sería lamentable, pero tal vez era inevitable.
Celebrar El Barco es festejar uno de los proyectos dancísticos más creativos, originales y con mayor proyección nacional e internacional de nuestra danza.
Junto a esta celebración institucional, deseo compartir una celebración de carácter mucho más íntimo y personal. Celebrar El Barco es, para mí, festejar un proyecto dancístico que –ejecutado por un nutrido grupo de personas liderado por Jimmy Ortiz– me ha deparado muchos de los más intensos y satisfactorios momentos que he disfrutado a lo largo de los últimos años.
El autor es vicerrector de Docencia de la Universidad de Costa Rica