En un intento por recorrer uno de los acervos más significativos del patrimonio artístico costarricense -como lo es el del Banco Central de Costa Rica- surge la exhibición "Casi invisibles", que se abrió al público el pasado 30 de octubre.
La muestra comprende un conjunto de obras que –a medio camino entre la innovación, la ruptura y la transgresión– han abordado dimensiones de la realidad casi invisibles en sus respectivos contextos.
Algunas de esas obras se produjeron desde posturas críticas que confrontaron los cánones preestablecidos y el universo de imágenes vigente en la historia del arte de Costa Rica.
Otras piezas obedecen a posiciones menos beligerantes, comprometidas con exploraciones esencialmente estéticas. También existen casos en los que el azar y la intuición son la base del hallazgo.
Juntas, todas las obras expuestas conforman un universo de sensibilidades estéticas que vislumbran los vínculos entre los grandes asuntos de la historia costarricense y el ensanchamiento y la diversificación de las fronteras del repertorio artístico nacional.
Territorios rebeldes. La muestra comprende dos grandes apartados: el primero de ellos despliega varias aproximaciones al territorio que se aleja de la mirada “impositiva” –la del colonizador, del explorador o el oligarca–. Bajo el título Territorios indómitos , el eje incluye imágenes que expanden nuestra visión del territorio y las connotaciones asociadas a él.
Un ejemplo de ello es Orquídea , del artista Emilio Span (1869-1944), representativa de los cambios ocurridos en el proceso de secularización de la sociedad costarricense, que permitió alejarse de la imagen religiosa y diversificar los temas artísticos con asuntos de la esfera laica –como el entorno natural–.
Igual de relevantes e innovadoras son las exploraciones producidas por Manuel de la Cruz González Luján (1909-1986), cuyas lacas expresan la experimentación geométrica abstracta de acento minimalista desarrollada por González entre las décadas de 1950 y 1960.
En la representación del territorio, se incluyen las aproximaciones de carácter poético y simbólico a la biodiversidad producidas por artistas como José Sancho (1935), Aquiles Jiménez (1954), Herbert Zamora (1956), Paulina Ortiz, Herberth Bolaños y Pedro Arrieta (1954-2004).
Otros autores –como Rudy Espinoza (1953) y Mario Maffioli (1960)– se esforzaron por visibilizar zonas del territorio nacional que han sufrido abandono. Las obras Paisaje del norte , de Espinoza, y Talamanca , de Maffioli, son parte del recorrido por la exhibición.
Otro abordaje al territorio está en obras que tratan el paisaje cultural en los entornos rurales y urbanos. Así, en la década de 1930, algunos artistas –como González Luján y Carlos Salazar Herrera (1906-1980)– encuentran la representación por excelencia del paisaje costarricense en la casa de adobe y el entorno cotidiano del Valle Central.
La representación del territorio continuó su diversificación durante la segunda mitad del siglo XX con imágenes que enfatizaron en la dimensión formal de la urbe; son los casos de las obras pioneras de Rafael Ángel García (1928) y, años después, de Rolando Garita.
Además, la configuración sociocultural de la época se aprecia en La moneda, de Cinthya Soto (1969). También están las piezas donde se plantea la experiencia personal del espacio urbano, como en Vacío, La Uruca, de Luciano Goizueta (1982).
Pluralidad de rostros. El segundo apartado de la exhibición, Un mundo casi perfecto , concentra su atención en la diversidad poblacional y en los problemas que emanan de su invisibilización. En dichas poblaciones se incluye a las mujeres, cuya participación en el ámbito artístico es cada vez más visible.
Asociado con ello se encuentran las obras El dormitorio, de Flora Luján (1915-1979), y Mujer en la sala , de Ana Griselda Hine. Ambas representan espacios domésticos donde imperan el intimismo, la memoria y el sentido de pertenencia.
Las relaciones intergeneracionales se incluyen en este apartado. Tal es el caso de la obra de Francisco Amighetti (1907-1998), caracterizada por retratar, con una penetración psicológica y social inusuales, escenas cotidianas donde la niñez y la vejez tienen roles esenciales.
Otro tipo de aproximación a esas relaciones la ofrece Sofía Ruiz (1982), quien trabaja sobre la niñez en una forma turbia e inquietante que parece indagar en la psique de los retratados.
Dinorah Bolandi y Francisco Zúñiga (1912-1998) también destinaron buena parte de su obra a la representación de personajes similares en obras como Doña Marina y Cabeza de niño indígena , respectivamente.
No menos importante, la galería dedica espacio a la diversidad étnica y cultural, en la que la población afrodescendiente ocupa un lugar protagónico.
Negros de Limón –conocida originalmente como Venta de negros– es una de las primeras aproximaciones artísticas a la representación de la población afrodescendiente de nuestro país, históricamente descartada de la noción del ser costarricense.
La referencia a la afrodescendencia se manifiesta con términos distintos en Máscaras , de Max Jiménez (1900-1947), y en Canción a la orilla del mar , de Leonel González (1962-2013).
La realidad socioeconómica se aborda mediante la representación de los sectores productivos más desfavorecidos por los modelos de “progreso” ensayados en el país.
Durante los primeros años de su carrera artística, Jorge Gallardo (1924-2002) trató de forma sistemática asuntos relacionados con la realidad sociocultural, económica y laboral de los sectores más desposeídos: Trópico ilustra esta tendencia.
Con un trabajo compositivo y cromático magistral, dicha pieza ofrece un retrato polifacético del ambiente del trópico. Su representación lo muestra como un espacio biodiverso y pluricultural donde el pasado, el presente y el futuro coexisten, del mismo modo que lo hacen las poblaciones indígena, negra, mestiza y de origen caucásico.
Aquel es un trópico vivo, donde los vínculos se construyen desde el afecto y la solidaridad, pero también desde la explotación y la desigualdad.
Aún vigentes. Casi invisibles reúne obras que –pese a sus diferencias y sin necesariamente habérselo propuesto– han iluminado realidades víctimas de una especie de no-existencia.
Probablemente hoy no sea tan fácil advertir el carácter innovador de estas obras porque buena parte de sus aportes integran ya nuestro mundo cotidiano. Sin embargo, es cierto que los problemas de fondo de los asuntos que la colección expone aún tienen vigencia pues nos recuerdan la importancia de prestar atención a los aspectos de la realidad que son incógnitos, casi invisibles.
La autora es curadora de artes visuales de los Museos del Banco Central.