“Después de leer a Mafalda me di cuenta de que lo que te aproxima más a la felicidad es la quinoterapia” dijo Gabriel García Márquez en alguna ocasión. Esta desenfadada aseveración de un colombiano universal se suma a la extensa cadena de opiniones confiables que permiten colegir que el icónico y entrañable personaje de historieta ha entrado “como ella por su casa” en el sentimiento y en el espíritu de diversas generaciones a partir de la década de 1960.
A pesar de que Joaquín Salvador Lavado (“Quino”) dejó de dibujarla en 1973, Mafalda siguió creciendo sin abandonar la infancia, de manera que muy pronto superó las fronteras argentinas y latinoamericanas. En su periplo mundial de cincuenta años la niña melenuda e iconoclasta logró de forma sorprendente ser traducida a por lo menos treinta idiomas.
Son variadas las versiones que han pretendido explicar la proyección ecuménica de la tira. La balanza parece inclinarse a favor de quienes se refieren a la calidad del contenido textual por encima de la del trazo y la composición.
Así las cosas, Quino podría ser una suerte de iluminado sociólogo que transmite con éxito enormes cargas de significado a través de dibujos que son poco o nada fuera de lo común. Por supuesto, hay quienes se ponen a favor del equilibrio, sosteniendo que el feliz resultado de Mafalda es una apropiada conjugación de forma y contenido.
Ironías. Si se pretende indagar si Mafalda ha tenido puntos de contacto con la percepción de la realidad y con la obra de poetas, narradores, productores audiovisuales y otros artistas latinoamericanos, es necesario esbozar una semblanza del personaje acudiendo al conjunto de rasgos de la condición humana que representa.
En tal sentido hay acuerdo en que Mafalda viene siendo una chiquilla espontánea, irreverente, franca, dotada de demoledora ironía y poseedora de una ingenuidad que usa el pesimismo para desnudar la sobrecogedora realidad.
Además, Mafalda ha sido destinada a dar razón, desde su mirada precoz, de un mundo echado a perder por los adultos. Como necesario complemento, Quino, “el sociólogo” (cabe aquí también “el demiurgo”), ha dado, a su protagonista, la compañía de otros seres que encarnan rasgos humanos bien característicos, los que en buena cantidad de situaciones son puestos a contrastar con maestría para lograr los efectos deseados.
No es un secreto el afecto que profesó el inefable narrador argentino Julio Cortázar por el trabajo de Quino. Fue tal el beneplácito que le proporcionó la historieta y el respeto generado en él por la personalidad de la niña, que respondió: “No tiene importancia lo que piense yo sobre Mafalda, sino lo que ella piensa sobre mí”.
De otro lado, comentó así el filósofo y semiólogo italiano Umberto Eco, reconocido fanático del comic y autor del prólogo a la edición sobre Mafalda publicada en su país en 1969: “Ya que nuestros hijos se preparan para ser, por elección nuestra, una multitud de Mafaldas, no estaría mal tratarla con el respeto merecido por un personaje de la realidad”.
A su vez, Enrique Sánchez Hernani, periodista y poeta peruano nacido en 1953, siente que muchos de los que empezaron a escribir poesía en la adolescencia fueron tocados por diferentes actitudes y sentires del personaje. Sánchez menciona puntos de convergencia entre “esa perenne niña” con aspectos de su propia obra: amar a los Beatles ( Vinilo: 42 poemas del rock’n roll ), y sentir terror por las guerras y desdén por el mundo que gravita en torno al mercantilismo.
Por su parte, el poeta ecuatoriano Edwin Madrid manifiesta que la desobediencia de Mafalda es elocuente al criticar las cosas más políticamente correctas, dejando al desnudo la realidad social de cualquier país latinoamericano. “Tal vez esa ironía se refleje en el título de mi poema Poeta tonto bruto, palabras que mamá me grita cuando se enoja”, expresa Madrid.
Resonancias. En la perspectiva del poeta salvadoreño Otoniel Guevara (1967), el espíritu de los personajes de Mafalda fue precursor de las luchas civiles emprendidas por muchos artistas en las décadas del 70 y el 80. A su parecer, “Quino encarnó para la inmortalidad los versos con que García Lorca sugiriera inocentemente una forma de lucha: El poeta / es un niño ”.
En Costa Rica, el escritor y poeta Rafael Ángel Herra (1943) opina que Mafalda es tan latinoamericana como lo son los Buendía de García Márquez, y que parece existir un punto de traslape entre Quino y las letras hispanoamericanas. “Este traslape se produce, por un lado, entre el relato crítico, pero a la vez impotente frente a la realidad –sobre todo política–, y, por el otro, el humor de las caricaturas, que funciona como recurso enfocado con precisión hacia el mismo lugar en que la prosa se vale de metáforas o incluso de reconstrucciones históricas”, dice Herra.
Para el también narrador costarricense Rodolfo Arias Formoso (1956), como icono de rebeldía, Mafalda encontrará resonancia en cualquier personaje femenino de la narrativa. “Creo que el espíritu 'mafaldesco' se cuela por doquier en mi obra, desde Génesis Artavia (melenuda, ácida por ratos, tremendamente inteligente) hasta Marie Rousseau (melenuda también, pequeñita, artística), pasando por personajes de cuentos (Xinia, Taijitu en gris) y sin dejar de lado a la Gurrumina (novia del Tertuliano)”, expresa Arias.
Desde el punto vista del pintor y productor audiovisual Marco Chía (1970), la claridad y el humor ácido de Mafalda han dejado una huella profunda en los artistas e intelectuales latinoamericanos. Chía cree que los artificios gráficos de Quino favorecen la verosimilitud de sus personajes y está seguro de que la influencia estética del creador de Mafalda ha llegado a los story boards de diversas generaciones de cineastas a partir de la década del 60.
“Sin ser cultivador habitual de la caricatura, me encanta sentirme inmerso en el caudal de artistas éticos que no han dudado en poner el dedo en la llaga al representar la realidad, como Quino y Fontanarrosa, y los costarricenses José María Figueroa, Hugo Díaz y Mecho”, expresa Chía.
Como el arte. Si hay un analista que ha explorado con ojo avizor la cinematografía contemporánea latinoamericana buscando puntos de coincidencia con el espíritu de Mafalda, es el escritor y crítico de cine Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Colombia, 1955).
Según él, esos lugares de encuentro, más hipotéticos que verdades a ultranza, existen en cuanto el poderoso personaje infantil de Quino representa, desde una especie de pesimismo crítico, la aspiración idealista por un mundo mejor en un entorno de contradicciones sociopolíticas.
Para ejemplificar su parecer, Muñoz Sarmiento cita las películas Un lugar en el mundo , de Adolfo Aristarain; Caballos salvajes , de Marcelo Piñeyro, y Nueve reinas , de Fabián Bielinsky.
Después de expresar con detalles sus razones, Muñoz concluye: “Mafalda y el cine latinoamericano contemporáneo no sólo se han encontrado de frente, sino que en el curso de los años han visto plasmados los terribles laberintos, a la vez que las probables salidas, a sus más enconadas preguntas en el tiempo actual: el tiempo de los asesinos”.
Por supuesto, no todos los intelectuales consultados aceptan de buena gana lugares de encuentro entre la filosofía generada por el emblemático personaje de Quino y las diversas modalidades artísticas latinoamericanas.
Sin embargo, quiérase o no, el arte goza de cierta afortunada arbitrariedad a la manera de “la licencia poética” que le permite incomodar al establishment por ser un objetor permanente de la realidad a la que también subvierte, afirma, niega, recrea e imagina. En eso, el arte se parece a Mafalda. Por supuesto, parodiando las palabras del poeta Osvaldo Sauma, “ni a esa niña ni a la poesía Platón las querrá jamás en su República”.
Vuelta al mundo. El Ministerio de Cultura y Juventud y La Nación presentan la exposición +El mundo según Mafalda del miércoles 26 de marzo al domingo 13 de abril, de lunes a domingo de 11 a. m. a 7 p. m., en la Casa del Cuño (antigua Aduana de San José). Entrada gratuita. Es una actividad de interés cultural dentro del Festival Internacional de las Artes.
El autor es poeta y promotor cultural.