"Algunos visionarios esperaban que [el ángel] fuera conservado como semental para implantar en la tierra una estirpe de hombres alados y sabios que se hicieran cargo del Universo. Pero el padre Gonzaga [….] pidió que le abrieran la puerta para examinar de cerca de aquel varón de lástima que más parecía una enorme gallina decrépita entre las gallinas absortas […]. Argumentó que, si las alas no eran el elemento esencial para determinar las diferencias entre un gavilán y un aeroplano, mucho menos podían serlo para reconocer a los ángeles”.
Ese extracto del cuento Un señor muy viejo con unas alas enormes , de Gabriel García Márquez, muestra la dificultad que hay para reconocer a un ángel indigente caído en los linderos de un pueblo caribeño. Sin embargo, no hubo duda de que era un “varón” y potencial “semental”. Ello intriga ya que los ángeles son andróginos, amén de que carecen de ombligo, por lo que se concluye que ese ángel era un pobre hombre sin madre.
Antes que los ángeles, son los atletas, los actores, los empresarios, los políticos y los rufianes famosos del sexo masculino, los héroes y los antihéroes cotidianos, quienes con sus acciones dan forma a los enunciados de los machos, los muy machos y los supermachos del planeta.
Esa tipología marca una conducta dirigida en parte por las hormonas y por la psique de los hombres, propiedades que surgen por la influencia del cromosoma Y , ausente en las mujeres. De todos los cromosomas, el pequeño Y es el que posee menos genes. Sin embargo, él tiene la información para prender el switch que inicia un programa irreversible que determina todos los caracteres sexuales secundarios del feto masculino. Ello incluye los testículos formadores de espermatozoides, el pene y otras características que se hacen evidentes en los adultos.
Jerarquías y tolerancia. Entre los mamíferos, los humanos tienen un dimorfismo sexual moderado. Dentro de grupos definidos, los hombres son más altos, más hirsutos, más musculosos y su voz es más grave que la de las mujeres. En promedio, ellos tienen una cabeza más grande (son más jupones) y un cerebro más voluminoso que el de las mujeres. Además, los hombres y las mujeres demuestran destrezas y tendencias cognoscitivas diferentes. Esas características son de grado y no absolutas, por lo que no marcan desigualdades en la inteligencia entre los sexos, pero son importantes para definir conductas.
El cromosoma Y funciona de manera parecida en todos los mamíferos, pero el control en el desarrollo es diferente en cada especie. Esto es evidente cuando se comparan características corporales y de comportamiento entre los homínidos.
Por ejemplo, los orangutanes, los gorilas y los chimpancés muestran un dimorfismo más acentuado que los humanos pues los machos son mucho mayores que las hembras. Por otro lado, la proporción en tamaño entre los machos y las hembras de los chimpancés bonobos es similar a la de los humanos.
En los primates sociales, cuanto mayor sea el macho, la dominancia es más lineal. Así, en los gorilas, el macho espalda plateada controla y protege a un harem de varias hembras y domina a los machos de menor rango. A estos últimos se les “prohíbe” copular, so pena de ser castigados por el espalda plateada dominante.
En los chimpancés, la jerarquía es menos lineal. Aunque hay individuos alfa dominantes, algunos machos de menor rango son tolerados y copulan “a hurtadillas”. Los chimpancés machos forman lazos de “amistad” entre ellos e integran pandillas agresivas que se unen para violar, atacar y matar a otros grupos de chimpancés.
Finalmente, los bonobos no instauran dominancias absolutas y viven en una sociedad más “tolerante”, que resuelve sus diferencias mediante encuentros sexuales frecuentes, incluso entre miembros del mismo sexo. En los bonobos, “hacer el amor y no la guerra” se aplica literalmente, por lo que son los verdaderos hippies entre los homínidos.
Componente biológico. En casi todas las sociedades, los hombres cumplen con las expectativas estadísticas de ser “recios”, en especial los jóvenes de entre 17 y 37 años. Ellos beben, se drogan, apuestan, parrandean, pelean por su “honor”, se unen en pandillas y corren riesgos innecesarios en mayor proporción que las mujeres.
En promedio los hombres son menos devotos y fieles con sus parejas, hijos y padres; pero, sobre todo, delinquen, matan y mueren mucho más frecuentemente que las mujeres. Por cada mujer internada en la cárcel hay 10 hombres recluidos, y por cada asesinato perpetrado por una mujer, los hombres cometen 25. Además, en promedio, los hombres padecen de mayor estrés y viven de 7 a 10 años menos que las mujeres, por lo que ser “muy macho” es un peligro mortal.
Las causas de estas conductas están enmarcadas dentro de contextos culturales y sociales específicos, pero tienen un componente biológico que no debe obviarse, sino comprenderse. Por ejemplo, se sabe que la testosterona y otras hormonas producidas por los testículos en cantidades generosas, son las sustancias que en gran parte definen el fenotipo masculino, incluida la calvicie. La testosterona también es sintetizada en pequeñas dosis en los ovarios, e interviene en la conformación de varios órganos, huesos, músculos y el cerebro de todas las personas.
Se ha propuesto que, dependiendo de la psique y del entorno social, la testosterona puede alcanzar niveles “tóxicos” y demarcar el comportamiento agresivo y violento de los hombres. Esta hormona aumenta sus niveles durante el combate y las competencias deportivas. Incluso, en debates intelectuales –como el ajedrez–, la testosterona aumenta en el cuerpo y ejerce influencia en la dinámica cerebral.
Una esperanza... Basados en estudios que relacionan los niveles altos de la testosterona con el comportamiento ofensivo, Corea del Sur mantiene la hipótesis de que “la castración favorece que los hombres violentos piensen con la cabeza”, por lo que ha instaurado la castración química para prevenir la delincuencia recurrente, en especial de los agresores sexuales.
A la vez que los niveles de testosterona y de otras hormonas masculinizantes bajan paulatinamente con la edad, la conducta violenta y riesgosa de los hombres disminuye conforme envejecen. Parece que la falta de testosterona vuelve “mansos” a los hombres, y la vejez es el método que usa la naturaleza para prohibir los excesos de la juventud, bajo pena de muerte…
No en vano García Márquez contrapone en su cuento la imagen del anciano ángel con la presencia de una joven mujer araña: “Sucedió que por esos días, entre muchas otras atracciones de las ferias errantes del Caribe, llevaron al pueblo el espectáculo triste de la mujer que se había convertido en araña por desobedecer a sus padres. La entrada para verla no sólo costaba menos que la entrada para ver al ángel, sino que permitían hacerle toda clase de preguntas sobre su absurda condición, y examinarla al derecho y al revés…”.
Existe la esperanza de que la inteligencia humana se sobreponga a sus genes, modifique la conducta de las personas en aras de una mayor justicia social y evite el devenir de más “mujeres araña” en el circo de la vida.
Aparte de la influencia que el cromosoma Y pueda tener en la conducta, este siempre se acompaña del cromosoma complementario femenino X . Así, mientras las hembras son XX , los machos son XY . Aún más, el cromosoma Y de los machos parece haber evolucionado a partir de un potrocromosoma X de las hembras; es decir, de la “costilla” de Eva y no de la “costilla” de Adán.