Luego de una década de noctámbulo trabajo ad honorem, Diego Delfino se ha convertido en el nombre de referencia cuando se habla de periodismo digital en Costa Rica. Incómodo o inspirador según el lente a través del cual se lo mire, algo es innegable: no hay cómo obviar la pluma rica con la que emite sus opiniones. Tras una década de voltear cabezas a punta de artículos y columnas, Delfino decide caerle mal al mundillo literario costarricense y publica Mi novia se cayó en un pozo ciego, su primera novela.
En un país donde nadie lee pero todos escriben, y donde la literatura trata más del sufrimiento que del goce, Delfino optó por escribir una nouvelle de apenas cien páginas en las que narra, en breves relatos que rara vez superan una página de extensión, la melancólica historia de amor y desamor –y todo lo que hay en el medio– entre Santiago y Elena: náufragos en los ríos que conducen, inexorables, de la pubertad a la adultez joven, del colegio al campus universitario, de Turrialba a San José.
Heredera de la menospreciada tradición de lectura liviana y entretenida que dos décadas atrás instauró Lara Ríos en Costa Rica –Pantalones largos mediante–, la obra de Delfino es una revisita a todos los vericuetos liosos que trazan el camino entre la niñez y la vida adulta; un recuerdo de las banalidades, las torpezas, los errores, las lamentaciones, los ríos de lágrimas núbiles que terminan por forjar el ser humano que seremos.
Pozo ciego es el retrato adolescente por excelencia: un grito hiperbólico y fatalista ante el amor cruel, el Amor con mayúscula, el Amor pasajero con que se estrena la cédula.
“En la cama, boca arriba, absorto. En el techo, encuadrada de esquina a esquina, su imagen intacta. Restriego mis ojos. Sigue ahí. Prendo la tele. Sigue ahí. Apago y abro un libro; no hay caso…, sigue ahí. Tomo mi diario y por primera vez en mucho tiempo escribo una sola línea: ¿Quién es esta mujer y qué ha hecho conmigo?”.
Dedicada a Los Fabulosos Cadillacs –agrupación argentina de ska , banda sonora de los días de camisa celeste y zapatos sucios–, Pozo ciego no es una novela con ritmo: es el ritmo .
Pese a su brevedad, la melodía del texto, la sucesión de frases que son al tiempo letales y enternecedoras le basta para crear, en cada relato, universos enteros en los que no existen la floritura ni el adorno: existe la coherencia.
Son universos en los que un pulpero utiliza la frase “Es como si lo rigiera una dictadura de tristeza” para referirse a un joven comprador de tabaco a quien conoce apenas de vista, y el yo lector se lo cree.
Lo cree porque Pozo ciego es también un contrato entre autor y quien lee; es un acuerdo de regresar, ambos, juntos, a días más inocentes: los que solo existen en la memoria y en la nostalgia; los días en los que las horas corrían sin tanta prisa por llegar a un sitio desconocido, y la vida real –la vida fuera de la casa de los padres; la vida de salarios y de cuentas por pagar, de amigos que se casan y se reproducen– no era siquiera una amenaza en el horizonte. Mano a mano, narrador y lector hacen un viaje al pasado para entender este presente absurdo, enloquecedor.
“Por momentos, Elena trastabilla, parece que vuelve; pero es un paso al frente y tres atrás. La veo alejándose mientras transita por ese jodido umbral que separa al iluso del adulto, al ordinario del excepcional. Es la pérdida de la inocencia a patadas. El fin de la infancia”.
Desde su trinchera, Delfino ha sido crítico con el oficio periodístico. Ha disparado incontables veces contra la prensa cuadrada, corporativa, timorata y ansiosa que rige este país. Desde su revista digital 89decibeles.com, que dirige, y desde la revista de cultura Su Casa, que edita, Delfino ha sido la oposición al reportero convencional. Delfino, antiperiodista.
Mi novia se cayó en un pozo ciego es también una antinovela porque rompe con los cánones pretensiosos y autoindulgentes de lo que solemos considerar literatura “de verdad”.
Pozo ciego es la muchacha más guapa del cole, la que se ríe con ligereza a la distancia, pero que de cerca conversa de cualquier tema con la inteligencia y sensibilidad de una mujer adulta.
Es una antinovela porque halla su mayor brío en la supuesta futilidad que podría achacársele; porque se regocija de ser literatura no maldita ni transgresora, sino literatura de gozo puro: gozo per se .
Así las cosas, antes de que la ilusión de los días que se fueron se agote y el presente regrese a arruinarnos la tarde, digámoslo: Diego Delfino, antiescritor.