No es fácil ver a un gigante directamente a los ojos. Con frecuencia, se habla de Miguel de Cervantes como el autor del alma española, y de William Shakespeare como el inventor de la británica. Pero, ¿cómo podemos afirmarlo si tantísimas personas ya no sabemos de qué hablaban ambos escritores?
El Día Internacional del Libro se celebra el 23 de abril principalmente por la supuesta coincidencia de las muertes de ambos autores (el español murió el 22, pero fue enterrado al día siguiente; el inglés murió el 3 de mayo, pero en el calendario juliano usado entonces, era 23 de abril). Así, con una semana de diferencia, desaparecieron los así llamados pilares de la literatura universal.
No obstante, como suele ocurrir cuando les estampamos el sello de “clásico” a obras y figuras del pasado, corremos el riesgo de reducirlos al libro decorativo en todas las casas, ese abierto perpetuamente en una página nunca leída o con tapas de cuero reluciente en el rincón menos visitado.
Uno era un guerrero y fue apaleado por la guerra; el otro, quizá de vida disipada, pero también hombre de familia, escribía sobre esos hombres de acción. Nunca sabremos si uno estaba consciente de la existencia del otro, pero se puede fantasear con La tragedia del Manco de Lepanto , por William Shakespeare, y El ingenioso Bardo de Avon , por Miguel de Cervantes. De todos modos, ellos dos abrieron más puertas a la fantasía de las que hemos terminado de abrir.
Recientemente, Salman Rushdie escribió en New Statesman que las contradicciones que animan las obras de ambos autores son su mayor legado. Reyes y putas, hadas y brujas mezcladas con princesas y santas, ingenio y humor ensangrentados, comedias sostenidas por la brutal realidad de sus contextos: en las obras de Cervantes y Shakespeare, ningún personaje es demasiado pequeño para soportar sus hondas reflexiones humanas.
“En sus diferencias, encarnan oposiciones muy contemporáneas, al igual que, en sus similitudes, concuerdan en mucho de lo que aún es útil para sus herederos”, concluye Rushdie, quien ciertamente ha entretejido las letras de ambos gigantes en sus propios relatos, tan fantásticos que resultan realistas.
El gran legado de ambos es, pues, la paradoja. La hicieron la sustancia de sus tragedias, comedias y todo lo que están en medio. Los autores más entronizados son leídos con pereza en algunas escuelas, quizás porque hemos olvidado que lo que sus obras enseñan es a aprender mejor, a salir al mundo, a hacerlo nuevo. Si esta efemérida sirve de algo, que sea para leerlos más y leerlos mejor.
El italiano Italo Calvino dijo célebremente que un clásico es el que nunca termina de decir lo que tiene que decir. Dejemos que Cervantes y Shakespeare nos hablen.
Han pasado cuatro siglos, pero no llegaremos tarde a ellos si hasta ahora los leemos, porque ellos siempre están a tiempo.