Algunos espectáculos nos hablan aún antes de cumplir con la formalidad de la tercera llamada. En este caso, un par de paneles ubicados al fondo del escenario muestran dos piezas claves de información. A la izquierda, una suculenta manzana roja; a la derecha, el inciso once de la ley penal inglesa que tipificaba las prácticas homosexuales como un delito.
En el centro de ambos descansa un columpio. En este se mecerá, más adelante, el personaje de Alan Turing: matemático, precursor de la informática y héroe británico de la Segunda Guerra Mundial. Su muerte –causada por la ingesta de una manzana con cianuro– puso fin a una vida extraordinaria, pero también al hostigamiento de una sociedad retrógrada que lo condenó por su orientación sexual.
La obra Rompiendo códigos retrata a Turing a partir de sus vínculos afectivos y profesionales. Además, expone las nociones más relevantes de su legado científico. Este material se organiza en una sucesión de saltos temporales a lo largo de tres etapas de su vida: su brillante trabajo para penetrar el sistema de comunicaciones secretas nazis; su amorío con Arnold Murray (Ron, en el libreto) y el homofóbico acoso judicial del que fue objeto.
En su propuesta plástica, el montaje sintetiza diversas atmósferas que surgen del adecuado encuentro de las proyecciones multimedia y el diseño de iluminación. Secuencias de números y figuras abstractas se funden con ambientes claroscuros para sumergirnos en territorios a medio camino entre una pesadilla y la compleja mente de Turing. De este modo, se subraya y amplifica el injusto destino del protagonista.
Los elementos de utilería son apenas los necesarios para ubicar espacialmente las acciones. Títulos proyectados en los paneles establecen las coordenadas geográficas y cronológicas de los hechos. Este recurso le permite al espectador mantener la ilación de un relato fragmentado y discontinuo.
El desempeño del elenco es consistente en la caracterización de los personajes. En particular, Marco Martín logra otorgarle matices emotivos a la inquebrantable racionalidad de un Turing capaz de explicar su propia muerte como una decisión práctica. El científico –en apariencia arrogante– se vuelve empático al externar sus afectos, temores y contradicciones vitales.
La puesta en escena genera soluciones atractivas para dinamizar la progresión de la trama. Por ejemplo, cuando Turing le cuenta a un policía cómo conoció a su amante, el protagonista rompe su diálogo con la autoridad y se desplaza hacia otro sector en el que lo aguarda Ron. Departe con él y luego regresa al punto de partida para retomar el hilo de su narración. El procedimiento se reitera hasta completar la historia.
Rompiendo códigos es un espectáculo de una profunda dimensión humanista. Alan Turing defendió su identidad más allá de las exigencias morales de su tiempo. Por ello nos legó –no solo valiosos saberes– sino la obligación de romper los códigos sociales que oprimen la impostergable necesidad de ser uno mismo.
Dirección e Iluminación: Fabián Sales. Libreto: Hugh Whitemore. Elenco: Marco Martín, Rodrigo Durán Bunster, Lenín Vargas, Ana María Barrionuevo, Arturo Campos, Shirley Rodríguez, Andrés Montero (voz). Ambientación: Carlos Ureña, Fernando Castro, Fabián Sales. Vestuario: Amanda Quesada. Proyecciones: Leonardo Sandoval, Ana Muñoz. Espacio: Teatro 1887 (CENAC). Función: 27 de febrero de 2016.