Beatriz Zamora arribó a San José proveniente del campo. Empezó su ascenso en los oficios domésticos y, a punta de sagacidad, lo terminó como primera dama. Su marido –el benemérito Ricardo Jiménez Oreamuno– no pudo evitar el odio contra su amada, a quien las lenguas viperinas de antaño le encajaron el mote de la “cucaracha” por sus fugaces antecedentes como trabajadora sexual.
Narrada en retrospectiva, la obra contrasta una serie de hechos históricos con el romance fabulado de los protagonistas. La puesta hace un retrato de Costa Rica, durante los últimos años del siglo XIX y el primer tercio del XX.
A partir de una sucesión de escenas cortas, nos acercamos al pensamiento liberal de Jiménez y a la sensibilidad social de una Beatriz que nunca olvidó o negó su origen humilde.
La brevedad de las escenas hizo que la trama avanzara de forma poco fluida.
Prevaleció la información de contexto por encima del desarrollo –en profundidad– de acontecimientos y personajes. Lo anterior tornó el espectáculo en una experiencia más ilustrativa que dramática.
Por ejemplo, los diálogos que explican el conflicto entre Ascensión Esquivel y José Joaquín Rodríguez (1889) convirtieron una charla de pareja en una ponencia sobre historia electoral. En este y otros momentos similares, el relato amoroso acabó por diluir su encanto en textos de carácter didáctico.
En cuanto a la plástica escénica, destacan dos tarimas circulares alrededor de las cuales giran mamparas que develan u ocultan los espacios de la ficción. Ambos dispositivos parecen evocar el exterior segmentado de una crisálida. Las mamparas fungen como pantalla de proyecciones, cortina de sombras chinescas y mecanismo para delimitar los ámbitos más íntimos de los personajes.
Este recorrido de ida y vuelta entre lo público y lo privado atraviesa, al mismo tiempo, la estrategia narrativa y el diseño espacial, a fin de plasmar la agitada vida de la pareja. El trabajo de mapeo y proyección de imágenes permite diversificar las texturas sobre los dos módulos y, también, aporta a la ubicación geográfica y temporal de las distintas situaciones representadas.
En la función de estreno, fue evidente la dificultad del elenco al movilizar las mamparas. El potencial de una interesante propuesta se vio limitado por la tensa espera de un inminente descalabro. Por fortuna eso no sucedió, pero vale la pena recordar que el mayor servicio que se le puede prestar a un diseño escenográfico es el esmero en la calidad de su factura.
A modo de acierto, La maripos y el presidente diluyó –en su tratamiento– la solemnidad asociada a la evocación de nuestros próceres. Además, al reivindicar la figura de Beatriz Zamora, la obra subrayó que, desde siempre, al patriarcado tico se le calza muy bien la tarea de perseguir a cualquier mujer sospechosa de amar sin pedirle permiso a nadie.
Ficha artística
LIBRETO Y DIRECCIÓN:MELVIN MÉNDEZ
ASISTENTE:PRISCILLA GUTIÉRREZ
PRODUCCIÓN:GUADALUPE ROJAS Y EDWIN LUNA
ELENCO:ARNOLDO RAMOS, DIANA HERRERA, ANA ULATE, GONZALO POLANCO, EDWIN LUNA, KARLA CALDERÓN, SYLVIA SOSSA, MARCO MARÍN, AUXILIADORA REDONDO, JENNIFER BARBOZA Y ARMANDO SOLANO
ESCENOGRAFÍA Y UTILERÍA:CARLOS SCHMIDT
UTILERÍA: EDWIN LUNA
VESTUARIO: KARLA CALDERÓN
ILUMINACIÓN: NEREO SALAZAR
PEINADOS: ADRIANA ALVARADO
PROYECCIONES: NORMAN FUENTES
MÚSICA:ERNESTO RAABE