Esperando a Godot (1952) no es solamente uno de los textos más importantes del siglo pasado, sino uno de los más relevantes de todo el bagaje dramatúrgico de occidente. Su fuerza radica en la infinita variedad de interpretaciones que hay sobre sus significados más profundos. Esto mantiene –aún hoy– a toda la fauna teatral especulando a su alrededor.
Además, el texto fue pionero al articular mecanismos como la fragmentación, la supresión del tiempo y la discontinuidad de la historia. Cuando nadie había pensado en la noción de posmodernidad, Samuel Beckett (Irlanda, 1906-89) ya escribía desde allí.
Durante el estreno de la obra en el Teatro Nacional, el elenco defendió con tesón su trabajo. La dupla de Gogo y Didi desplegó ese humor beckettiano que nos empuja a la vergonzosa disyuntiva de reírnos o no de la tragedia ajena. Las palabras, gestos y silencios de ambos protagónicos retrataron sus esfuerzos inútiles para darle algún sentido al mundo desolado que habitan.
Los enigmáticos Pozzo y Lucky dejaron bien establecida la capacidad del ser humano para degradar a sus congéneres, y el mensajero diluyó con exasperante cordialidad la última esperanza de que Godot apareciera. En conjunto, la propuesta actoral sostuvo el viaje de ida y vuelta entre el humor y el horror o entre la inacción y el entusiasmo.
El diseño de iluminación y los efectos sonoros acompañaron la marcación de movimiento escénico para enfatizar la circularidad del tiempo o resaltar los absurdos rituales con los que se llenan las horas, mientras no sucede nada. La luz subrayó momentos claves como la escena en la que todos los personajes reptan sin poder levantarse y también anticipó, con violencia, las entradas de Pozzo y Lucky.
Lo negativo de la puesta tuvo que ver con la inexcusable mutilación que se hizo del libreto. Líneas de diálogo y pasajes completos estuvieron tan ausentes como Godot. De los dos actos, el segundo resultó el más damnificado.
A modo de ejemplo, puedo señalar que en el texto original, cuando el mensajero pregunta por “el señor Albert” (actos I y II), Didi le contesta que es él. Haber suprimido estos diálogos atentó contra uno de los temas fundamentales de la obra: la anulación de la identidad. Beckett insiste en este aspecto al hacer que sus personajes le digan Bozzo a Pozzo o Godet a Godot. Los nombres se confunden o se modifican para sugerir que, como individuos, nos vamos diluyendo en el olvido.
Por otra parte, la edición del texto redujo la duración potencial de la puesta. Esto es una concesión para un público menos obligado a experimentar, en carne propia, el tedio vital de los personajes. Beckett fue un escritor que nunca hizo concesiones de forma o fondo. Cada palabra, silencio y acotación de su dramaturgia tiene efectos previstos. Al modificarlos, se simplificaron algunos temas de fondo y se le puso azúcar al trago amargo de aguantarse la representación completa.
A pesar de mis objeciones, considero que esta versión de Esperando a Godot fue trabajada con esmero en sus niveles actoral, plástico y de dirección. Experiencia y juventud se aliaron, en este proyecto, para mantener la vigencia de un dramaturgo empeñado en recordarnos que los seres humanos somos más absurdos que sus personajes de ficción.
En el futuro, el colectivo escénico Crono tendrá el reto de asumir el texto en su integralidad. Si no es así, los fieles seguidores del irlandés saldremos del teatro con la sensación de habernos quedado esperando a Beckett.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Luis Fernando Gómez
Dramaturgia: Samuel Beckett
Producción: Grupo Crono
Elenco: Rodrigo Durán Bunster (Gogo), Oscar Castillo (Didi), Pablo Morales (Pozzo), Viviana Porras (Lucky), Eu Fajardo (Mensajero)
Vestuario: Rolando Trejos
Iluminación: Pablo Piedra
Escenografía y utilería: Giovanni Sandí, Carlos Ureña
Sonido: Claudio Schifani
Movimiento escénico: Mimi González
Espacio: Teatro Nacional
Función: Viernes 22 de mayo de 2015