Un dibujo publicado en un periódico francés en agosto de 1917 muestra a un soldado que interpela a uno de sus colegas, manchado de pintura: “De civil trabajabas de decorador: ¿qué demonios haces ahora?”, y el otro responde: “Decoración para una tragedia…”.
Francia entró en la Primera Guerra Mundial con un grado cero de camuflaje: sus soldados, ridículamente vestidos con pantalones rojos, eran objetivos regalados a los alemanes; pero la de 1914-1918 no fue la guerra relámpago tan esperada. Se estancó rápidamente y, con el desarrollo de las trincheras, se volvió una guerra de posiciones donde la supervivencia dependió del silencio y de la invisibilidad de las tropas.
En esas circunstancias, el Estado Mayor reaccionó prontamente para ocultar sus operaciones y apeló al camuflaje. Como defensivo, el camuflaje procuró disimular puntos estratégicos, como puentes, carreteras, canales, vías férreas y a veces pueblos enteros. Como ofensivo, el camuflaje tendió trampas e instaló puestos de observación apenas a unos metros del frente enemigo.
Los expertos. La Sección de Camuflaje se creó dentro del ejército francés el 4 de agosto de 1915. Se la inscribió bajo el signo del camaleón, animal simbólico bordado sobre los brazaletes de los miembros del grupo.
El equipo de camuflaje estaba bajo el mando del sargento y pintor mundano Guirand de Scévola, quien fue de los primeros, desde 1914, en interesarse en las posibilidades del camuflaje de guerra. Scévola empezó proponiendo esconder los cañones debajo de telas, pintadas con motivos geométricos en tonalidades presentes en la naturaleza. Logró convencer a sus superiores, y el arte tuvo un lugar en la guerra…
Francia reclutó poco a poco a un verdadero ejército de artistas, quienes participaron en el esfuerzo de guerra armados de pinceles en el frente del engaño. La Sección Francesa de Camuflaje reunió hasta 3.000 artistas y contrató cerca de 80.000 obreros –entre ellos, 15.000 mujeres–. Objetivos: disfrazar, esconder, tapar, engañar, trucar, desestabilizar, burlar, frustrar…
Se formó así un insólito equipo de trabajo que reunió a decoradores de teatro, escultores, carpinteros, chapistas y mecánicos.
Los cubistas eran sospechosos de tener una estética muy germánica porque mercaderes de arte alemanes compraban sus obras, pero se convertirán en los primeros contribuyentes a la muy útil Sección de Camuflaje. Los cubistas dominaban el arte de romper las líneas de un objeto, de alterar las formas, de descomponer los planos, de perturbar la percepción. Ellos pintarán telas, cañones, camiones y aviones. La escritora Gertrude Stein relató que Pablo Picasso gritó cuando vio el primer cañón camuflado: “¡Somos nosotros los que hicimos esto!”.
Por su parte, los pintores académicos se destacarán en el arte de crear falsedades impecables: vehículos falsos, bosques falsos, y soldados falsos que sobresalían de las trincheras para incitar los alemanes a salir y a quedar al descubierto para dispararles.
Falsedades maestras. Con los decoradores de espectáculos se podrá hablar propiamente de un “teatro de las operaciones”. Por ejemplo, se retomará la idea de los decorados creados para el montaje de la obra de teatro Chantecler , de Edmond Rostand, hechos en 1910: unos inmensos árboles, con raíces y ramas desmontables, cuyos troncos vacíos podían recibir escaleras para que se subieran los actores y apareciesen por algunos orificios. Un árbol de este tipo podía esconder un periscopio y convertirse en un puesto de observación a varios metros de altura.
Sin embargo, ¿cómo edificar ese árbol en un terreno arrasado, desolado, donde cada detalle es perfectamente conocido por todas las partes? Los dibujantes reptaban muy cerca del árbol para traer un bosquejo lo más fiel posible, representando hasta la textura de la corteza y la vista del árbol desde el lado enemigo.
Luego, los obreros construían una réplica blindada en piezas y la acercaban al árbol real por una trinchera igualmente camuflada. Durante una noche sin luz de Luna, los soldados franceses disparan para tapar el ruido de los trabajos. El verdadero árbol se derribaba y se escondía en la trinchera. Se erigía finalmente el simulacro de árbol, atornillado.
Todos los trucos estaban permitidos. Se escondían puestos de observación dentro de cadáveres falsos de soldados o de caballos. Se hacían falsos aeropuertos, falsas estaciones de tren, falsas vacas, falsos vehículos, falsas columnas de soldados que aparecían a través de lo que se podría interpretar precisamente como un error de camuflaje, y los cañones enemigos desperdiciaban sus municiones sobre cartón piedra.
Para tapar convoyes de tropas o materiales, carreteras completas se escondían detrás de kilómetros de paisajes pintados sobre tela, situados según la perspectiva de los alemanes.
En el camino de las Damas, en una sola noche, los soldados desplazaron, a unos 400 metros, piedra por piedra, una capilla entera que servía de punto de mira a la artillería alemana: durante 48 horas, esta descargó sus obuses en una falsa dirección.
Otro París. El trabajo de transformación del paisaje no paraba nunca, pero el desarrollo de la aviación de reconocimiento obligaba a pensar en instalaciones más y más sofisticadas. El camuflaje ya no podía conformarse únicamente con una visión horizontal: debía tomar en cuenta la nueva perspectiva aérea, que constituyó una revolución de la aprehensión del espacio.
Para responder a los cambios producidos por el desarrollo de la aviación, la realización más ingeniosa quizá haya sido la instalación de una réplica del alumbrado de una parte de la ciudad de París, a varios kilómetros al norte de su ubicación original, en plena campiña.
Ese inmenso montaje, invisible de día, tenía como propósito proteger a París de los bombardeos nocturnos. Mientras el verdadero París quedaría en la penumbra, las luces se activarían en esta zona, y harían creer a los aviadores alemanes que sobrevolaban la verdadera capital, y que allí debían tirar sus bombas.
La instalación estaba lista para funcionar a partir de septiembre de 1918; sin embargo, nunca se activó por el acercamiento del fin del conflicto.
La inventiva de la Sección de Camuflaje se convirtió muchas veces en una especie de realismo mágico que irrumpió dentro del escenario de la Gran Guerra. Los artistas de la sección se volvieron rápidamente populares dentro del ejército por el servicio brindado y porque ofrecían fantasía y sentido del humor a pesar de la crueldad de la guerra.
Esa función era muy solicitada por los soldados: los pintores de camuflaje tenían un estatuto aparte. Trabajaban en talleres evitando las trincheras y los combates. Sus condiciones de vida eran mejores, y el peligro, menor, salvo durante las misiones de reconocimiento e instalación.
La coexistencia de todos estos artistas de tendencias opuestas se volvió a veces difícil, y las ideas estéticas también se enfrentaron; pero los artistas del camuflaje se apasionaron por el trabajo que les fue confiado, e intentaron siempre mejorar las técnicas de engaño.
A finales de la guerra, en este momento de la historia, cuando todavía se consideraba que la Primera Guerra Mundial había tenido ganadores, el ejército francés condecorará a aquellos artistas con medallas que no fueron de papel maché.
La autora es Master en filosofía del arte y en relaciones internacionales; dirige la Alianza Francesa en Costa Rica.