Un viajero sueco escribió, a fines del siglo XIX, que debajo de cada durmiente de la línea férrea panameña había una parte de un cuerpo de un chino. Decenas de miles de trabajadores vivieron condiciones intolerables, para tejer una trama férrea que simbolizaba el progreso de América. En Panamá, hay más de 140.000 durmientes.
En The Other Side of the Railroads (en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo), Óscar Figueroa profundiza la investigación sobre la historia del progreso que motiva su arte desde el 2007. Tras exposiciones exitosas en sitios como la Tate Modern, de Londres, y espacios josefinos , esta es la muestra más extensa de su trabajo.
La exposición ‘The Other Side of the Railroads’ estará en las salas 2, 3 y 4 del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo hasta el 3 de setiembre.
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“Siempre he tenido una duda, que es si este modelo de progreso y desarrollo ha sido un fracaso, o más bien un éxito. El fracaso de acá es el éxito de otro lugar”, explica Figueroa.
Grabado y gráfica, acumulación de objetos y video entretejen una narración ominosa y enervante sobre la violencia enterrada en nociones de progreso en aquella época, que moldearon la identidad nacional.
Desde entonces, algunos cronistas extranjeros percibían la incoherencia entre la propaganda del “progreso” y lo que vivían su mano de obra. “En algunos textos que tomo para las piezas, dicen que, de una economía como la de Centroamérica, no se puede esperar un futuro prometedor. Ellos ya eran conscientes de lo que implicaba este tipo de modelos de desarrollo”, argumenta Figueroa.
En una de las obras, Complejo de Heródoto , un durmiente arruinado se multiplica infinitamente en un vidrio polarizado. La historia, como desde la Antigüedad, se cuenta por sus hechos gloriosos; en las sombras, permanecen sus víctimas. Hay algo de luto en el trabajo de Figueroa, como en sus dibujos de estructuras férreas, realizados con cabello natural.
“Un viajero explicaba cómo los chinos se suicidaban de forma colectiva por las condiciones laborales en el ferrocarril. Contaba que una mañana se encontraron 60 cuerpos guindando de los árboles, ahorcados con su propia trenza”, señala.
Poético, ritual, devastador: en cada cabello, un silencio se revienta. “Trato de hacer la pregunta sin dar una posición, a pesar de que las piezas son muy políticas”, afirma.
Los paralelismos entre los enclaves tecnológicos de hoy y los bananeros de antaño quedan claros en piezas, como un video en que Figueroa imita el secado de granos de café con teclas de computadora descartadas.
En Sin título (Deméritos) , vemos una serie de cuadros realizados con bolsas plásticas empapadas de plaguicidas, como las usadas en plantaciones bananeras. Uno de los bastidores no aguanta, y el plástico azul se derrama sobre el suelo.
Con él, se derrumban nociones de historia de la pintura y el miedo a la plaga. ‘Con esta pieza, traté de hacer la relación entre ese efecto plaguicida y la historia de la pintura. La historia del arte siempre se ha contado desde los centros de poder. Cuando se habla de América Latina se habla de México, Brasil y Cuba, y el resto queda excluido. Uno de los soportes no resiste esa pintura y se desborda’, explica Figueroa. Como las dudas que suscita la muestra, el olor repelente se queda con uno.