Jorge Grané felixelarquitecto@gmail.com
E n los últimos tiempos, la neurociencia nos ha llenado el cerebro con información sobre cómo funciona la mente y el rol de las neuronas en nuestros pensamientos. Unos aparatos espían nuestras ideas y amplían los conocimientos neuronales que empezaron a gestarse en el siglo anterior, desde que Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de 1906, inició la teoría llamada “doctrina de la neurona”.
Casi ninguno de los problemas que trata hoy la neurociencia ha sido totalmente resuelto, lo que incita a esperar los nuevos descubrimientos. La curiosidad y el asombro populares llevaron a que algunos neurocientíficos decidieran incursionar en las librerías, con títulos tan atractivos como Usar el cerebro (Facundo Manes) y Ágil-mente (Estanislao Bachrach), que pronto se convirtieron en éxitos de ventas.
Sorpresa... El prefijo “neuro-” antecede a las más variadas disciplinas, y así encontramos que se habla de neuroanatomía, neuroética, neuroarquitectura, neuroe-conomía o neuromagia.
Con gran rapidez se formaron grupos de expertos que investigan esos temas, y hasta se han creado focos de enseñanza, como la Academia de Neurociencia para la Arquitectura, en California. Esta se ocupa de la neuroarquitectura con el objetivo de crear ambientes que contribuyan al bienestar de los usuarios, pensando en estados de ánimo más que en emociones..
La aparición de esas disciplinas coincide con otra novedad en el campo del conocimiento: la interdisciplinariedad. Esta consiste en asociar los postulados, principios y escenarios de dos disciplinas afines con el fin de enri-quecer mutuamente sus conocimientos.
De esa manera se ha llegado a descubrir que disciplinas, antes desligadas, tienen elementos que las vinculan fuertemente. Así llegan a sorprendernos las coincidencias que ocurren entre quehaceres aparentemente disociados.
La arquitectura y la magia coinciden en el hecho de que ambas se basan en la manipulación de la sorpresa y la emoción.
Neuromagia. Si nos interesamos en la neuromagia, podremos encontrar que esta “revela qué le pasa a nuestro cerebro cuando nos dejamos engañar por la manipulación de los sentidos”. Así lo afirma el mago Andrés Reznik, quien ha escrito un libro sobre el tema.
Sin que la mente lo note, el mago puede inducir a la persona a que tome una decisión determinada por él.
Con la magia se trata de crear una sorpresa en el espectador y de provocarle una emoción que ya intuía. Para esto, el mago monta su espectáculo, que puede ser humilde y callejero, o espectacular y escenográfico.
Con habilidades de prestigitador, el mago nos muestra y nos oculta el objeto; distrae nuestra atención y nos induce a observar hacia otro lado mientras prepara su truco ante nuestros ojos, que “no ven”. Después del engaño viene la esperada sorpresa.
Aunque toda sorpresa debe ser –obviamente– inesperada, en el acto de magia existe la expectativa creada por el resultado, aunque esto no minimiza la emoción final.
Arquitectura. Después de lo antedicho, descubrimos que lo que se aplica a la magia bien puede servir para la arquitectura en su relación interdisciplinar. Vemos que ambas disciplinas tienen intrigantes puntos en común, lo que hace que nos interesemos en los procesos y objetivos que las hermanan.
En el acto mágico ocurren pasos secuenciales que incluyen la atención, el interés, el asombro, la ilusión y el aplauso. Esto coincide, por ejemplo, con lo que pasa en el acto arquitectónico del japonés Tadao Ando, cuando sugestiona y anticipa al visitante de la Capilla de la Luz en un largo y sereno recorrido, preparándolo para sorprenderlo con su obra.
Arquitectura y magia manipulan nuestra percepción al extremo de forzarla. Este ardid fue explotado en el estilo barroco eclesiástico, cuando los excesos decorativos convertían la arquitectura en ilusionismo, y el ornamento distraía la atención destacando un éxtasis divino. Así ocurre en las iglesias de los arquitectos Neumann y Zimmermann.
Ilusionismo. Lo que más vincula a la magia con la arquitectura es la intención de provocar emociones, o de producir sorpresas que nos alerten sobre un hecho singular que nos llama la atención.
Recientemente, el obelisco de la ciudad de Buenos Aires amaneció sin la punta (una pirámide), que fue “depositada” frente a la puerta de un museo: en realidad, es una copia. La punta verdadera no puede verse desde las calles porque fue cubierta con cuatro paredes verticales.
Si tales sorpresas no ocurren, no habrá magia ni habrá arquitectura. La diferencia entre ellas es que el acto mágico es efímero, pero la arquitectura permanece y, con el tiempo, se afianza fuertemente en nuestra memoria.
Arquitectura y magia se comportan como espectáculo (se necesita al espectador), y así podemos observar que, frecuentemente, el acto arquitectónico actual supera al ilusionismo en el arte del engaño, buscando llamar la atención con excesos.
En París, el arquitecto Jean Nouvel pretende construir un edificio levemente inclinado; esto perturbaría la percepción del desconcertado espectador quien vería afectado su sentido de verticalidad. Ya lo perturban los dos edificios Kio de Madrid.
Delicado equilibrio. Nuestra mente es ahora manipulada de tal manera que percibimos realidades diversas representadas por mecanismos perceptuales artificiales.
La arquitectura y la magia son disciplinas afines, pero el hecho arquitectónico últimamente se excede en lo que tienen en común: el acto de sorprender y emocionar.
Sin embargo, la sorpresa no debe convertirse en sobresalto, ni la emoción en pánico. Estimulada por la tecnología, la arquitectura puede constituirse en un espectáculo de malabarismo en el que la sobreactuación y el exceso buscan ahora provocar el asombro en manos de Zaha Hadid, Frank Ghery y Santiago Calatrava.
La arquitectura es un acto fundamentalmente urbano, y es en la ciudad donde se lleva a cabo el espectáculo, con el peligro de que los ciudadanos se sientan perturbados por la equivocada presentación del mago-arquitecto, quien busca destacarse con su sobreactuación.
Es importante cuidar este delicado equilibrio entre arquitectura que emociona y magia que sorprende, para que los arquitectos sepan aprender, de la neuromagia, los adecuados trucos que servirán a la arquitectura.