Así es,
Igual que lo hice con su documental
De esa manera, somos partícipes de lo que se nos “cuenta” en pantalla, mientras nos absorben las imágenes, o sea, con el manejo que Fernández hace de la imagen, pasamos a ser receptores vivos de aquellas emociones y conceptos que se desprenden desde su documental.
Es inteligente el ejercicio de seducción que el joven Fernández ejerce sobre nosotros como espectadores. Creo que no se trata solo de saber hacer cine, Juan Manuel tiene, además, el don para hacerlo a la perfección, por lo menos en lo que a documentales se refiere.
Abro paréntesis aquí para señalar que él participó como montajista en el largometraje de ficción titulado
De vuelta al largometraje documental
Se trata de un documental sobre sujetos rocanroleros venidos desde abajo (en términos sociales), que sufren sus propios y distintos procesos de degradación o de mejoramiento con la pobreza a cuestas y, esto es lo medular, con el amor a la música como eje de vida. Ellos son: Álvaro, Eduardo, Juan y Eddy Vargas.
A ratos con humor, en otros con dolor, con denuncia social a cada momento, con arte lírico, con drama lacerante, crítica política, no importa el tono, Juan Manuel Fernández enriquece su contenido en los límites mismos entre el documental y la película de argumento.
Ese es su gran riesgo y, bien solventado, es su gran mérito (aplausos). Se muestra en la línea de grandes realizadores como Dziga Vertov, el gran Joris Ivens, Robert Flaherty, Mario Craveri o el extraordinario Werner Herzog. ¡Casi nada!
Debe verse este documental, para disfrutar de sus logradas imágenes, incluso de sus transiciones, de su mezcla de sonido y de su contenido. Es punto alto del cine costarricense.