Vuelven los rusos. Los espías rusos. Ahora entran a Estados Unidos por la frontera con México, como “mojados”, de la manera más dificultosa, y nadie se lo cree, menos uno como espectador. Lo cierto es que están de regreso con las mismas intenciones de la antigua Unión Soviética y así lo denuncia la película Misión secreta (2011), dirigida por Michael Brandt.
Por supuesto que para contrarrestarlos, a los rusos, Estados Unidos tiene una Central de Inteligencia más inteligente que nunca y con espías más guapos, con don de gentes, finos y elegantes. Los espías rusos, en cambio, son personajes mutilados por dentro, por fuera o en ambas partes, son crueles, psicópatas y cuantas características negativas les quepan.
Así es: antes los espías soviéticos eran malos por ser comunistas; ahora lo son por el hecho de ser rusos, nada más. Sobre esos estereotipos tan maniqueos se concentra el argumento de la película, de las mismas condiciones: el filme es en colores, pero la caracterización de personajes es en blanco y negro.
Lo cierto es que un día, vaya usted a saber por qué, resulta asesinado un senador de Estados Unidos. Todo parece que fue Cassius, espía ruso, quien asesina con un método específico y a quien todos creían muerto.
Para combatirlo llaman a un agente jubilado de la CIA, Paul Shepherdson, quien debe formar equipo con un joven agente del FBI, Ben Geary, para resolver el caso. La primera discusión entre ellos es si Cassius está vivo o muerto, por lo que visitan a otro espía ruso en la cárcel, llamado Brutus.
La trama discurre de manera tan ingenua que ni se entiende el porqué de la violencia cuando esta aparece. Para que quede más claro, imagínense que Brutus, en la cárcel, “canta” a Cassius y lo traiciona solo porque le regalan un radio portátil de baterías. Luego resulta que no hay un solo Cassius, sino que hay siete de ellos.
El guion muestra los nuevos conflictos entre Rusia y Estados Unidos con constantes retrospecciones a los dilemas del pasado (le cuesta mantener la veracidad en presente) y, la verdad, no agarra tensión alguna ni con el pretérito ni con el presente histórico. El argumento se resbala a cada momento, así como de mano en mano se perdió una yegua y, de yegua en yegua, se perdió un caballo.
La trama de espionaje pierde interés bien pronto: más parece un capítulo para televisión llevado a la pantalla grande. Quedan las buenas actuaciones: Richard Gere actúa mejor ahora que antes al ser joven y, además, le responde bien su compañero, el actor Topher Grace.
Por ahí aparece ese gran actor que fue y es Martin Sheen, convertido ahora por la cruel industria de Hollywood en un secundario de lujo. Lo demás es rutinario con esta película, hasta su título: Misión secreta , e igualmente su título original: The Double, que nada tiene que ver con el reciente filme inglés, basado este en la obra literaria de Dostoievski, su segunda novela (aún no llega al país).
Ver o no ver Misión secreta no es ninguna disyuntiva importante, porque hay mejores películas en cartelera. Busque bien.