El cine es lugar ideal para inventar la libertad. Ahí se recrean cuentos y verdades, mitos e historias, ficción y realidad, amores y odios, fe religiosa y racionalidad científica. Todo, en fin.
El cine es parasitario. Cualquier cosa le sirve para estructurar mundos desde imágenes en movimiento. Ahora lo hace el director Ridley Scott, quien vuelve a contarnos una historia que casi todos conocemos desde niños: la de Moisés enfrentado al poder de un faraón.
Esa lucha es compleja: son dos visiones de mundo entre dos personas que se criaron juntas. Cada una se dice la voz de un dios.
Así, Ridley Scott nos da su versión del hecho fundacional del pueblo hebreo con su película Éxodo: dioses y reyes (2014), con la opulencia que él cree debe dársele a un drama bíblico, donde los dioses son protagónicos y los humanos son sus cajas de resonancia e, incluso, sus víctimas.
Lo sabemos, el señor Scott sabe moverse muy bien en medio de la corrección formal de una película y, esta vez, él ha puesto su empeño en hacer un filme grandote; sin embargo, esto no es lo mismo que una película grandiosa.
Con el apoyo de tecnología de punta, como hace poco lo hizo Darren Aronofsky con su filme Noé (2014), Éxodo: dioses y reyes se delimita a ser un excesivo espectáculo visual, muy de brocha gorda, con algunas pinceladas que –en vano– intentan retratar a sus distintos personajes.
De esa manera, con experiencia más que con maestría, Ridley Scott excita la piel del espectador sin que la película cale hondo con su historia, desordenada por secuencias. Es así cómo el mejor momento visual deviene en el peor enunciado narrativo: las famosas plagas de Egipto.
Entre langostas, moscas, aguas rojas, enfermedades, cocodrilos y otros designios, como la ilógica matanza (dictada por Yahvé) de primogénitos egipcios, todo ello con eficacia visual, no hay drama alguno en pantalla y el filme tiene la hondura de un resumen futbolero televisual al final de la jornada.
En efecto, lo peor de la película es su propia opulencia (o sea, en el pecado lleva la penitencia). A veces, más bien, el filme se asemeja a un fastuoso videojuego; ergo, se cae por su ausencia de profundidad temática o de personajes. Sin peso dramático, los actores Christian Bale (Moisés) y Joel Edgerton (Ramsés) parecen maniquíes en ventana de tienda.
Mejor no hablemos de la sensualidad desperdiciada por indiferente de la bella actriz María Valverde: ¿en qué estaba usted, señor Scott?
La fotografía de Dariusz Wolski cede ante el logro digital y la música del conocido Alberto Iglesias cansa con sus imitaciones de la de Vangelis. Ni hablar del montaje, parece hecho a manotazos.
Éxodo: dioses y reyes ha generado polémicas religiosas. ¿Para qué?, si está tan claro que se trata de una pésima película. La única fe o religión que despierta este filme es la del bostezo, ¡y por 151 minutos!
Con todo, (yo) rescato un diálogo válido para el actual conflicto palestino-israelí: el faraón, con el cuerpo de su hijo muerto en brazos, le dice a Moisés: “¿Qué clase de pueblo adora a un Dios que es capaz de matar a niños recién nacidos?”, y Moisés de manera distante responde: “Ningún niño hebreo murió”.
ÉXODO: DIOSES Y REYES
Exodus: Gods and Kings
ESTADOS UNIDOS, 2014
GÉNERO: Épico
DIRECCIÓN: Ridley Scott
ELENCO: Christian Bale, Joel Edgerton, María Valverde
DURACIÓN: 151 minutos
CINES: CCM Cinemas, Cinemark, Cinépolis, Nova Cinemas, Citi Cinemas