La imaginación popular se siente muy entretenida con la presencia de los más distintos superhéroes, antes en revistas, luego en televisión, ahora en cine y hasta en videojuegos. De ahí tanta especulación comercial y mediática alrededor del nuevo estreno de un filme con Supermán como héroe. Ahora se trata de El hombre de acero (2013), película dirigida por Zack Snyder.
Precisamente, el realizador Snyder tiene a su haber un interesante filme con esta misma temática, como lo es Watchmen: Los Vigilantes (2009); pero la filmografía de Zack Snyder no es, aún, como hablar de él de manera relevante. Ahora, la película El hombre de acero suma poco o nada a ello.
Sociológicamente, la aparición de los superhéroes se da en un momento en que la identidad política de Estados Unidos necesita conformarse como potencia mundial. De esto ya han escrito bastante los estudiosos respectivos. Ahora aparecen otra vez, en el cine, como un entendible ejercicio comercial de obtener dólares gracias a la pantalla grande con todas las innovaciones tecnológicas.
Algunos analistas, comunicólogos, semiólogos y semejantes siguen estudiando estos filmes desde sus vertientes ideológicas: curiosamente, los superhéroes (algunos con más énfasis que otros) aparecen en momentos en que su país natal –Estados Unidos– se ven inmersos en nuevas guerras más allá de sus fronteras.
No es casual, se dice. En El hombre de acero , el propio héroe saca pecho para decirles a sus enemigos kriptonitas, que él ya no es de Kriptón; dice: “Soy estadounidense”.
Sin embargo, no es el asunto ideológico quien hace de El hombre de acero , esta vez, un filme apenas aceptable, regular o mediocre. Esta cinta se cae por su débil estructuración dramática. A cada momento, las situaciones dramáticas importantes son cortadas para darle lugar al comercial espejismo de la acción violenta, al punto de desaparecer como película del género fantástico.
De esa manera, se empaña no solo el desarrollo narrativo, sino también el diseño de los personajes (la abulia del héroe es desesperante cuando indaga en sus orígenes). La tensión en el filme se muestra tan solo por el carácter catastrófico de sus imágenes. Perdido el mejor diseño de los personajes, la dirección de actores también se esfuma (hay más preocupación por los efectos especiales que deben mostrarse en la cada vez más presente tercera dimensión: 3D).
Lo catastrófico viene a suplantar el desarrollo lógico de la trama, lo narrativo, por lo que se necesita de retrospecciones del todo artificiales. Lo que al filme le importa, ante los espectadores, es el choque visual, la destrucción de edificios, las peleas, el alboroto, la pelotera de planos (sin importarle el encuadre) y lo que sea para excitar la epidermis del espectador.
Junto a ese desbalance, la película contiene mucho ruido, no solo de explosiones, es que hasta la música aturde por excesiva. Es mediocre por razones aquí esbozadas y porque cuando un filme se hace con un ojo en la taquilla y otro en los efectos especiales 3D, se pierde.
Por eso, esta cinta se plagia a sí misma constantemente, con su derroche de tecnología para manipular al espectador, sin ninguna interioridad conceptual (diálogos de puro relleno, sin desarrollo propio). Hasta en su montaje, no encuentra el mejor orden narrativo (es farragoso).
Sobre el nuevo galán, como el hombre que es aleación de hierro y carbono, Henry Cavill resulta del todo inexpresivo, más de lo prudente. El hombre de acero , 2013, es muestra del ocaso de inquietudes e ideales en el cine, es filme contagiosamente alienante, lo que diría alguien: una película peliculera, escurridiza como una liebre.