Actualmente son tres series de Netflix las que me hacen ignorar en cierta medida el resto de la oferta que puede salir por las pantallas del celular, la computadora o el televisor. El único criterio para, en su momento, elegir una por sobre las otras dos es mi estado de ánimo, algo así como tener que elegir entre tres postres muy satisfactorios.
En primer lugar está la genial Black Mirror, serie de ciencia probable, ubicada en un futuro muy cercano y que tiene por contexto las relaciones humanas con, sobre, a través y "a pesar de" la tecnología. Los guiones son de una creatividad que uno agradece en estos tiempos saturados de spinoffs, refritos, secuelas, precuelas y demás intentos por colgarse de alguna historia principal que sí fue original en su momento.
Me encanta que cada capítulo te hace pensar seriamente mínimo en tres ocasiones muy marcadas: cuando intentás adivinar por dónde va a irse la historia, cuando reconocés nuestro mundo actual en la crítica que lleva cada episodio y finalmente, cuando al terminar de ver el capítulo te preguntás ¿Qué haría yo en esta situación? ¿Quien me representa dentro de la serie? Finalmente, es un alivio que sean capítulos independientes, eso me permitió parar de verla antes de terminarla por completo y ahora, disfrutarla ocasionalmente, como un buen platillo que sabemos que se acaba pronto.
La segunda mini-serie, es el documental de Kate del Castillo sobre su versión de los hechos que rodearon la ya famosa visita al Chapo Guzmán. Me interesa porque es un trabajo muy convincente pero claramente sesgado, al punto de convertir a Del Castillo en una víctima de las circunstancias ante la opinión pública, mientras que prácticamente se culpa al actor Sean Penn de ser un soplón, traicionar al capo del narco y de paso, a la actriz mexicana, seducida por él y dejada sin protección ante la tormenta mediática.
A muchos conocidos les he visto dictar sentencia sobre el caso, basándose en este producto. Como comunicador le aplaudo el ser una muy efectiva herramienta de relaciones públicas que, como era de esperar, ya rebasó los límites del guion. En la vida real, Penn la emprende contra Netflix y la producción por no contar “su lado de la historia”, la producción (Kate del Castillo, por cierto figura como productora) asegura que el actor nunca respondió sus peticiones de participación.
Por último: The Punisher, de Marvel. Para mí, el producto mejor logrado de la ya larga colección de series sobre los superhéroes de este estudio. No parece Marvel (por lo adulto de su temática, su violencia gráfica pero no gratuita y los claros subtextos políticos que la llenan como un campo minado). Muy satisfactorio ver un Frank Castle que mas allá de ser una máquina de venganza, es víctima de su propio estilo de vida, del estrés post traumático de una guerra sin sentido y del corrupto aparato político de su país.