Javier Solís y José Pablo Cortés viajaron a Doha, Catar, con un objetivo en mente: el de lograr que Pac-Man, su robot, lanzara una pelota, derribara la mayor cantidad de bolos y hasta hiciera chuzas.
La cita no era un mundial de boliche, pero sí uno de robótica, donde se pondría a prueba el trabajo de seis meses y alcanzarían lo que ningún tico, hasta el momento, había logrado: el cuarto lugar en la categoría universitaria de la Olimpiada Mundial de Robótica (WRO, por sus siglas en inglés).
Antes de la competencia, Pac-Man tuvo algunos problemas de actitud en Costa Rica, pues se estuvo “portando mal”.
Y en Estados Unidos, mientras se preparaba para viajar a Doha, hasta puso nerviosas a las autoridades del aeropuerto, porque un aparato lleno de sensores y cables no suele ser un pasajero común en un avión, relató Luis Esteban Campos, tutor del equipo e instructor de Mecatrónica en el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA).
Sin embargo, al llegar a Catar –país situado cerca del golfo Pérsico– todos, hasta Pac-Man, se concentraron y enfrentaron tres retos.
“El primero era derribar 10 bolos agrupados en forma de triángulo. El segundo era el mismo: derribar 10 bolos, pero, agrupados en forma de rectángulo. Ahí había un bolo de color verde, que si usted lo botaba, ganaba más puntos.
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”Y el tercer reto eran los 10 bolos en posición de triángulo, con tres bolos como obstáculo; había que encontrar la manera de derribarlos sin tocar esos tres”, explicó Javier Solís.
De antes. El esfuerzo y la preparación dieron frutos. A la ecuación del triunfo, también se sumó la pasión por la robótica que estos muchachos ya traían desde la infancia.
Cuando Javier Solís era un niño, veía cómo su papá arreglaba electrodomésticos y pensó en “estudiar esto (Mecatrónica)” para ver si el día de mañana podía montar un negocio. “Me metí al INA y me nació el amor por todo esto”, rememoró.
La historia de José Pablo es similar, pues sus tíos son electricistas y recuerda que una travesura común en su infancia era desarmar los carros de control remoto de sus hermanos para quitarles el motor. “Cortaba una botella de tres litros a la mitad. Le pegaba un motor con una hélice. Lo metía bajo el agua y servía por una hora; después se dañaba”, contó.
Experiencia. A pesar de que la Olimpiada era un “duelo de intelectos”, en la convivencia con los otros competidores reinaba la solidaridad, pues hasta intercambiaron consejos entre ellos.
Los ticos pudieron haberles ganado a sus contrincantes: dos equipos de Taipéi, China, y uno de Rusia, reconoce su tutor, pero hubo algunos factores que jugaron en contra.
“Nosotros éramos nuevos en la competencia; hubo algunos detallillos que se nos fueron, pero es parte del crecimiento que vamos a ir tomando”, aseguró Campos.
Originales. Los nacionales no solo destacaron por el lugar obtenido en las justas mundiales, sino también por Pac-Man, su robot, que atrajo las miradas y la curiosidad de otros concursantes.
“Llevamos un modelo muy nuestro, que no fue copiado de otro robot. (Los otros competidores) sí se copian entre ellos los mecanismos. Llegaban a observar el robot nuestro y les preguntaban a los muchachos cómo les surgió la idea de que el robot tomara las bolas de la forma en que lo hacía”, recordó Campos.
Esto fue motivo de orgullo para los jóvenes competidores, por cuanto, como les enseñan en el INA, tarde o temprano, la disciplina vence a la inteligencia. “Los ticos tenemos muchas ideas creativas que aportar, pero también tenemos que ser constantes en esas ideas. Ahí es donde se logra estar más cerca de la perfección”, comentó Solís.