Nadie notó que Róbert Hernández se había puesto sus Google Glass . Costaron $1.635, pero él no los pagó. Luego volvemos a esto.
Él estaba en un seminario en el diario El Comercio (Quito), donde ofreció una charla hace un mes.
Había sacado de su mochila dos teléfonos, una computadora, una iPad y una batería, pero fue cuando habló con su dedo índice sobre la sien derecha que atrajo todas las miradas.
Ok Glass, repetía y repetía Hernández mientras ordenaba a sus anteojos tomar fotos, subirlas a Facebook o a Twitter.
Los curiosos lo fotografiaban y preguntaban si eran las gafas inteligentes de Google. Sí eran. Veinte minutos antes de su charla, La Nación secuestró a Hernández para indagar su experiencia con ellos. Rehén cooperador, los cedió un rato a este diario para probarlos.
El primer reflejo es cerrar el ojo izquierdo para enfocar con el otro la pantallita luminosa; como quien usa binoculares por primera vez.
Al decir ok glass, google restaurants at Quito , salen sugerencias. Ok glass, take a picture y un suave y blancuzco destello confirma la captura gráfica. Todo es en inglés.
Un listado de palabras es el menú y este se navega deslizando la yema sobre la patilla derecha donde se aloja la batería, un puerto USB, 12 gigabytes de espacio para almacenar y un vibrador para alertas.
El juguete posee un poder hipnótico capaz de crear una brusca ruptura, como cuando a mitad de los 80 la gente se paraba a ver a esos primeros humanos hablando solos en plena acera con un aparato sin cables adherido a sus orejas.
El tuit ganador. Para Hernández todo arrancó el 22 de febrero cuando envió un tuit a un concurso de Google, la empresa buscaba exploradores que desearan probarlos.
Periodista y profesor de la Escuela Annenberg de Comunicación y Periodismo (Universidad del Sur de California) , propuso buscar nuevas formas de contar historias. Google le dio el “sí” un mes luego.
“Recibí un mensaje directo, pero soy periodista y no creí nada. Resultó que sí gané, pero solo el privilegio de comprarlos”, recordó.
Su universidad accedió a financiarlos y unos meses luego fue por ellos a un local de Google en Venice Beach (Los Ángeles).
“Eso era como un spa para nerds . Tenían su cocina con chef, te ofrecían cocteles, bocadillos; es Google, es divertido y es otra realidad”, añadió el estadounidense.
En una sala del sitio, llena de variantes de los anteojos, Hernández se probó varios antes de elegir. Luego ingresó a otro cuarto, donde los suyos llegaron en una caja sellada.
“Soy usuario de Apple y como no quiero cambiar de teléfono, debí comprar un Nexus 4 de Google para sacar verdadero provecho al Glass porque con el iPhone casi no se conectaba”, anotó el explorador.
De hecho, confesó, el uso tampoco es amistoso como con Facebook o Twitter porque el aparato se concibió para Google + “que es una red social bonita que casi nadie usa y por eso Google es astuto al tratar de mover usuarios a ella con Glass”.
El trato de Hernández con Google es explorar y, si es posible, sugerir cómo mejorarlos. Nada más. Eso sí, se prohíbe venderlos.
---¿Cómo los usas?
---Poco, me obligo a hacerlo. Pero los ando cuando voy conduciendo.
---¿Pero. y no es arriesgado?
---No, porque no soy loco. Tengo mal sentido de orientación y con ellos pido direcciones para ir a donde voy. De hecho, hasta me leen al oído correos mientras manejo.
Algunas personas miran a Hernández de reojo, pero, cuando juegan con ellos, “rápido captan el asunto y quieren usarlos más”.
“No utilizo cualquier producto. Uso Apple y Google; empero también los critico. Creo que estos Glass sí van a pegar, más si Google los vende en un rango de $300”, afirmó. Sus experiencias, dice, han sido positivas. Hace una semana, fue a la Universidad Effat (Arabia Saudita). Allí se los prestó a una estudiante y luego puso en Instagram la imagen de la joven usándolos.
Un hiyab (velo islámico), le cubre la cabeza y una enorme y blanca sonrisa el óvalo de su cara. Literalmente dijo “Oh mi Dios”, escribió Hernández en Instagram.