En el 2012, la empresa telefónica Orange cedió a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) 2,5 billones de registros de llamadas y mensajes de texto intercambiadas entre cinco millones de usuarios en Costa de Marfil, África.
Tras un concurso con decenas de jóvenes y expertos en análisis, un equipo de IBM analizó patrones a partir de los sitios desde donde fueron hechas las llamadas.
Con esa información, se detectó cómo simples y poco onerosos ajustes en las rutas de la red de autobuses de la ciudad más grande de Costa de Marfil, llamada Abidjan, podrían reducir hasta un 10% del tiempo requerido para trasladarse entre todos los destinos.
Además, el ajuste ofrecía dos beneficios adicionales: facilitar la llegada de escolares y de residentes de zonas rurales a las aulas y a la ciudad, respectivamente, así como reducir la contaminación ambiental de la ciudad.
Todo esto se logró con el uso y análisis amplios volúmenes de datos públicos y privados ( big data ) en un esfuerzo promovido por Naciones Unidas.
Resulta que en la babel de la diplomacia mundial funciona una oficina cuya meta es explotar las nuevas tecnologías para hurgar en enormes colecciones de información, generadas por las personas en redes sociales, blogs, celulares y comercio en línea, y así adaptar la respuesta de la ONU a las crisis.
La oficina se llama Global Pulse y allí se busca lo que ellos denominan como “señales de humo digitales” pues se parte de que, si las detecta, tras ellas habrá “fuego”, esa inminencia de una crisis humanitaria que, con su trabajo de minería de datos, podría evitarse.
Su hipótesis es que pequeños cambios en patrones en el uso de servicios (las “señales de humo”) pueden ser una alerta en una comunidades vulnerables.
Como una agencia publicitaria que traza patrones de consumo, Global Pulse intenta seguir en tiempo real problemas como desempleo, epidemias o alzas de precios para tomar mejores decisiones y hallar oportunidades.
Otro ejemplo de su uso se dio en Indonesia. El análisis de menciones en redes sociales permitió ‘prever’ con exactitud alzas de precios del arroz hasta con dos meses de antelación a las estadísticas oficiales.
“El propósito es dotar a los programas de desarrollo y ayuda más capacidad de observación inmediata y predicción”, asegura Global Pulse en su sitio web.
Esto, de paso, también aportaría a los tomadores de decisión política de todos los países agilidad y precisión ante escenarios cambiantes, especialmente en caso de emergencias humanitarias.
En un desastre natural, por ejemplo, articular de forma asertiva la información disponible de un sitio podría originar una mejor dinámica del transporte y distribución de agua, medicinas y comida antes de recibir reportes oficiales.
Global Pulse se originó en el 2008, cuando la ONU ya preveía que la crisis financiera golpearía a países en desarrollo y cuando el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, reconocía los límites de los instrumentos clásicos para seguir el ritmo del desarrollo en un planeta cada vez más digitalizado. Global Pulse emergió solución.
Filantropía de datos. Por la popularización de celulares en el mundo, los datos capturados por las operadoras son hoy el mayor aporte para el grupo, escribió Robert Kirkpatrick, director de Global Pulse, quien aboga por la filantropía de datos; es decir, que el sector privado regale big data para el bien.
Kirkpatrick cree que el sector privado debería interesarse por su propia conveniencia pues comunidades económicamente saludables son mercados más atractivos.
Su propuesta es que, para despejar temores por razones de privacidad, los datos deben primero limpiarse de referencia a información personal, dejando solo el contenido para análisis. Aun así, funciona.
Eduardo Ulibarri, embajador costarricense en la ONU, confirmó que Costa Rica se ofreció a la ONU como destino para que Global Pulse abra un laboratorio en el país y ya hay un proceso encaminado.
Si prospera, el país y países vecinos podrían beneficiarse de información generada por las personas con un teléfono en la mano.