Juan Fernando Lara S.
La llegada de Intel cambió la dinámica exportadora costarricense. Las ventas al exterior, en particular las de zonas francas, progresaron gracias a la inversión inicial de Intel entre 1997-1998, lo cual alteró su dinámica y estructura.
Tal fue el peso de Intel en el sector de componentes electrónicos para microprocesadores que este se convirtió en el motor de empleos de alta productividad, ricos en destrezas y conocimientos avanzados.
Además, la venta de microchips, propiciada por Intel, alteró el ritmo de crecimiento y transformó la capacidad productiva del país en términos de valor total, por unidad de tiempo e impulsó el desarrollo paralelo de industrias basadas en ciencia, tecnología y conocimiento, como la de dispositivos médicos, manufactura avanzada y servicios empresariales de alto valor agregado.
Esto todavía no se sabía hace dos décadas, cuando se anunció que el productor mundial más grande de microprocesadores se instalaría en San Antonio de Belén, con una inversión inicial de $150 millones y la apertura de 1.500 puestos de trabajo.
No obstante, con los años, sus ventas representaron un 13,7% de las exportaciones totales de Costa Rica en el 2013 y marcaron un hito en la estrategia de atracción de inversiones.
Con Intel en Costa Rica, varios Gobiernos, Comercio Exterior y la Coalición Costarricense de Iniciativas de Desarrollo (Cinde) centraron sus esfuerzos en convencer a inversionistas de que Costa Rica era el mejor destino para cualquier compañía de alta tecnología. Si Intel estaba allí, era por algo, decían.
Según un estudio realizado por Cinde, Intel invirtió hasta $900 millones en suelo costarricense y llegó a emplear a 3.300 personas en el 2006.