Berlín
Del desierto de Australia a la ciudad de Hiroshima y del sur de Francia a México, invernaderos cada vez más tecnológicos logran que tomates o fresas maduren a mayor velocidad, supervisados por una computadora y sin energías fósiles, pesticidas químicos o agua potable.
Ejemplo de ello es la granja solar de Sundrop Farms, fundada a finales de 2016, en Australia. Allí, los tomates crecen en el desierto gracias a dos recursos naturales gratuitos –el sol y el agua de mar– en un complejo único en el mundo.
Su dueña, la compañía holandesa Van der Hoeven, la presentó a principios de febrero en el salón Fruit Logistica de Berlín.
El proyecto, creado junto con el danés Al Borg, consta de 200.000 metros cuadrados de invernaderos de cristal, rodeados de 22.000 espejos. Estos atraen los rayos del sol y los concentran en lo alto de una torre convertida en una especie de caldera gigante, que eleva el agua marina a 800 grados centígrados. Así, la desaliniza, lo que permite refrescar e irrigar las plantas con ella.
Van der Hoeven negocia un proyecto similar en Arabia Saudí, según indicó Peter Spaans, su director comercial, a la AFP.
Por todo el mundo
En todas las latitudes se han adquirido invernaderos de alta tecnología: las estepas de Kazajistán, Hiroshima en Japón y en la selva tropical de México.
“Allí, en México, el desafío es deshumidificar”, dijo Spaans.
“En México, en una zona tropical donde la humedad y las enfermedades propias de ese clima obligarían a aplicar un tratamiento químico a diario, los invernaderos han hecho caer la frecuencia de aplicación de tratamiento a una vez al mes”, explicó Antoine Lepilleur, presidente de Richel Equipement, primer constructor francés de invernaderos.
“Con el cambio climático, cada vez se producen más fenómenos extremos, como lluvias en plena temporada seca en zonas donde no llovía nunca, y todo un sistema de producción puede hundirse de golpe”, comentó Lepilleur.
El único problema de granjas como estas es el precio: 100 millones de euros. Para hacer viable estos proyectos, los inversores debieron obtener un compromiso sobre el precio mayorista de los tomates a tres dólares el kilo durante 10 años.
Se trata de un precio impensable en Europa, donde el kilo oscila entre 1 y 1,5 euros.
Aún así, hay quienes creen que vale la pena, como Vincent Clément, productor de tomates agroecológicos, que se ha pasado al sistema Van der Hoeven bautizado “eco invernadero”.
Su interior, prácticamente hermético, mantiene a raya a los insectos y las plagas, limita el uso de fungicidas por el control estrecho de la temperatura gracias a una computadora y no requiere tratar las raíces, porque las plantas se obtienen de injertos. “Es una revolución como la que no hemos conocido en 25 años y que no volveremos a conocer en otros 25”, aseguró Clément a la AFP.