A sus 24 años y a punto de obtener el título de Derecho, el joven Mario Zamora Cordero casi nada sabía sobre ser policía y quizá conocía todo lo que un oficial debe dominar para cumplir su tarea.
Corría el año de 1994 y asistía religiosamente a las discusiones legislativas en la Comisión de Asuntos Agropecuarios (a falta de una especializada en Seguridad), sobre la necesidad de la profesionalización de la Policía.
Un tema que a nadie le importaba, dice ahora, 20 años más tarde, el ministro de Seguridad Pública que dejará el cargo el 8 de mayo, tras permitirle al Gobierno saliente presumir de la seguridad ciudadana como uno de sus grandes logros y hacer mérito a la promesa en campaña de la presidenta Laura Chinchilla.
“En aquel momento era como que a vos te diera hoy por estudiar el régimen laboral de los muchachos que recogen la basura. Todo el mundo lo veía rarísimo porque no era atrayente”, recuerda.
Sin embargo, al rebuscar entre los posibles temas para su tesis de licenciatura, a él sí le interesó.
El debate llegó al Congreso luego de la muerte de un niño a causa de un disparo de la unidad antiterrorista y debido a una propuesta de crear un Ministerio del Interior, que reuniera a todas las policías.
“Había toda una discusión de si se iba a generar un germen de un futuro ejército”, dice en relación con ese plan. Pero el plan se abandonó y se empezó a delinear la Ley General de Policía, aprobada en mayo de 1994, pocos días después del cambio de administración del país.
Desde adentro. “Uno de mis lectores de tesis fue don Ángel Edmundo Solano (exministro de Seguridad). Él me dijo: ‘Para trabajar temas policiales, usted no puede estar fuera de la Policía, tiene que estar adentro’. A mí me pareció una exageración”, cuenta Zamora.
Para acatar el pedido, el estudiante laboró ocho meses como asistente legal en la delegación de barrio Cuba (San José), donde, junto con un abogado y otro asistente, tenían a cargo a unos 50 oficiales.
Cuando concluyó su tesis y, paralelamente se aprueba la ley, Zamora procura poner el estudio que realizó al servicio de las autoridades. No obstante, el ministro de la cartera no lo pudo atender.
“Pero me dijeron que había una nueva viceministra. No se me olvida que le pedí una audiencia y me recibió y además me dio tiempo de que le explicara mi tesis”.
Ese fue el primer contacto de Zamora con Laura Chinchilla, quien, le planteó que fuera asesor para implementar el primer curso de la Policía profesional, que se impartió por primera vez a 80 policías.
“Para el segundo curso, doña Laura me preguntó que qué pensaba de asumir la subdirección de la Escuela, pero que, para eso, tenía que ser policía. Entonces llevé un curso de antiterrorismo. Pensé que era una cosa menor...”.
Se puso el uniforme y, cuatro meses después de un intenso entrenamiento, en el que aprendió a disparar armas y a dar protección a políticos, obtuvo el grado de teniente. Posteriormente, fue capitán y luego, mayor.
Después, Zamora pasó a la Defensoría de los Habitantes (donde conserva su plaza), hizo estudios en el extranjero, fue director de Migración en el segundo mandato de Óscar Arias (2006-2010).
Tras un año de la administración Chinchilla, le tocaron nuevamente la puerta para que fuera ministro de Seguridad.
“Lo vi no solo como la oportunidad de volver a trabajar con mi jefa, sino de volver a los orígenes de la Ley General de Policía y saber dónde le teníamos que entrar para concluir ese proceso que se inició en mayo de 1994. Fue como tener una novia y casarse”.
Hoy, Zamora ve hacia atrás y compara aquellos años en que el reclutamiento de oficiales se basaba en las cartas de diputados recomendando a los “pegabanderas”, con la carrera policial instaurada ahora, el uso de la tecnología y las estadísticas en seguridad. Su balance es positivo, pero no se conforma del todo.
“Quiero usar el símil de que tenemos cáncer, nos ha ido muy bien con la quimioterapia, pero seguimos teniendo cáncer”, reflexiona a pocos días despedirse de la oficina en la que pasó la mayor parte de su tiempo en los últimos tres años.