“Yo no tuve problema para obtener un beneficio carcelario y salir de prisión porque tenía mi casita. Fue un proceso muy rápido. Me indicaron un lunes, por decir algo, que me iban a dar el beneficio y, en poquitos días, ya estaba libre”.
Heidy Camacho González, de 58 años, creía para ese momento que lo peor ya había pasado, pero se equivocaba. “Ya sabía lo que era consumir crack porque lo hice por mucho tiempo. Ya había estado presa (cometió el delito de venta de droga), ya sabía lo que era estar en una celda con un montón de mujeres más, que me respiraban en la nuca.
”Ya sabía lo que era pasarla mal; así que mi esperanza era que todo mejorara; no había forma de que algo más malo me pasara o al menos eso era lo que yo creía”.
Gracias a esa actitud positiva que la embargaba, logró hacerle unos arreglos a su casa, debido a que durante su paso por la cárcel, los maleantes se la desmantelaron. “Pero eso no era nada, busqué platita y así fuera con materiales de segunda, la levanté de nuevo”.
Pasó cerca de un año viviendo ahí tranquila, pero un día la llegaron a desalojar. “Nunca entendí qué pasó; era mi casita y me la quitaron”.
A la preocupación de dónde iba a vivir se aunaba el estrés que le generaba que le revocaran el beneficio carcelario.
“Yo no quería regresar a prisión, aunque, como no tenía adónde ir, hasta pensé que sería una buena idea. Al menos ahí tendría qué comer, aunque tuviera que soportar otra vez estar encerrada”.
Sin embargo, antes de que eso pasara, el área técnica del centro Vilma Curling se comunicó con ella para ofrecerle vivir en Casa Paz.
“No sabía qué era y tenía miedo de venir, pero era eso o quedarme en la calle o regresar a la cárcel. Me vine y llegar aquí fue recibir luz en medio de un oscuro túnel”, describió.
Nuevo respiro
Camacho termina su condena en octubre y hasta esa fecha permanecerá en Casa Paz. “Me inquieta porque aún no sé qué voy a hacer después de que me vaya de aquí”.
De momento, contó, se dedicará a vender confites en las afueras de la iglesia católica de Heredia para comenzar a ahorrar dinero.
“Me encontré ¢1.000 en la calle hace unos días, así que con esa plata voy a comprar chupas para venderlas. La idea es ir recogiendo plata para poder alquilar un cuartito cuando me vaya de aquí”, narró.
Pero ella no piensa en irse a vivir sola. También planea ahorrar lo suficiente para buscar a su hijo, quien, según contó, es drogadicto y vive en las calles de Cartago.
“Yo creo que la oportunidad que me dio la vida de llegar aquí es por algo y es porque tengo que mejorar mi vida y la de mi hijo y, aunque sé que me va a costar mucho, voy a trabajar fuerte para conseguirlo”, concluyó.