Hoy, Martín, de 17 años, trabaja como misceláneo en la Biblioteca de Hatillo, en San José. También estudia para obtener su título de bachillerato de colegio.
Dos años atrás, su realidad era otra. Martín, cuya identidad fue cambiada por tratarse de un menor, no pensaba en trabajar para ganar dinero y su visión era muy distinta a la de ahora.
En el 2013 –confesó– su necesidad de tener efectivo lo llevó a asaltar, junto con un amigo, a un transeúnte.
Eran las 9 p. m. de un día de noviembre. Martín y su compañero andaban por la iglesia católica de la zona. “Vimos pasar a un muchacho que estaba como tomadillo y pensamos que era nuestra oportunidad”.
Ya todo estaba fríamente calculado desde antes, agregó. Martín sería el encargado de intimidar con un cuchillo a la víctima y el amigo era quien le pediría sus pertenencias.
Entonces, Martín se le abalanzó por la espalda al peatón, pero lo atemorizó con una cuchara, no con un cuchillo.
“Antes de irnos, mi amigo me dijo que lo dejáramos, porque si la Policía nos agarraba, iba a ser peor. Lo dejé en una esquina, pero bien guardado, para luego volver por él. Por dicha, le hice caso”, contó.
Cuando estaban “en lo más y mejor” del asalto, varias patrullas llegaron y, cinco segundos después, ambos tenían su rostro pegado al asfalto y las manos esposadas.
“Nos llevaron a los Tribunales de Goicoechea, pasamos la noche ahí. Al día siguiente nos soltaron y mi mamá me estaba esperando. Desde entonces, sentí pena y arrepentimiento”, relató.
La luz. En aquel momento, todo estaba oscuro, recordó Martín. Pero comenzó a ver una posibilidad de recomenzar cuando su abogado le comentó que había un programa, llamado Justicia Restaurativa, el cual le daba la oportunidad de optar por una medida alterna a la cárcel.
“Cuando él (jurista) me dijo eso, yo no sabía nada ni entendía nada. Sinceramente, todo sonaba tan bueno que yo no creía nada. Me parecía mentira, pura hablada”, recordó.
A pesar de ello, decidió intentarlo y, en julio de este año, le dieron la audiencia temprana, donde llegaron al acuerdo de que debía hacer 45 horas de trabajo comunal en la Biblioteca de Hatillo y asistir a unas charlas con el proyecto Surgir.
“A la gente de la biblioteca le gustó como trabajé y me contrataron como misceláneo. ¡Ya hasta tengo trabajo! Este programa me demostró que yo no solo existo para robar”, expresó.
Pero eso no es lo único que resalta. A Martín, este plan le enseñó a aprovechar las oportunidades que se le presentan en la vida. “Ahora, yo soy otra persona. Me dieron una oportunidad que no pensé merecer y eso no hay cómo pagarlo. Bueno, sí hay cómo devolverlo: portándome bien”.