José Manuel Arroyo tiene 62 años y 37 de ellos los ha ocupado en su labor judicial.
El vicepresidente de la Corte y magistrado de la Sala III está seguro de que, “por salud mental, uno tiene que irse un buen día”, pero no sabe cuándo será.
Él afirma que la justicia es una vocación y dice tener proyectos institucionales que desea seguir apoyando como el plan para reformar las leyes orgánicas fundamentales del Poder Judicial, el cual se empezó hace poco más de una década.
“Lo último que logró don Luis Paulino Mora (expresidente de Corte que falleció) fue llevar la discusión del capítulo constitucional (...). Se supone que hay que empezar a discutir las otras y quién sabe cuánto nos va a llevar”, explicó.
La preocupación sobre el Fondo de Pensiones y Jubilaciones, no le parece “nada nuevo”, aunque admite que las propuestas de reforma para fortalecerlo inciden en las salidas. Pero no en él.
“No nací magistrado. La vida me ha dado más de lo que yo hubiera esperado y estoy dispuesto a seguir pagando impuestos, porque no se vale entrarles a los sistemas salariales y de pensiones y olvidarnos del problema fiscal”.
Sobre privilegios por el cargo o el poder, él asegura que tampoco lo atan a su trabajo.
“El ejercicio del poder es una trampa, porque usted termina siendo el rol que le han asignado. Estoy convencido de que tal vez de eso es de lo que más cuesta desprenderse, llegar un día a la casa, verse al espejo y decir: ‘¿qué me queda de mí mismo si no soy magistrado?’ Pero yo tengo para mí, que, en mi caso, yo soy algo más que un magistrado”.