Una mujer de apellido Gutiérrez, quien hoy tiene 76 años, fue arrestada por primera vez el 23 de abril de 1998 en barrio Cristo Rey, al sur de San José, por vender drogas.
Cuatro años después, recordó un oficial de la Policía de Control de Drogas (PCD), la volvieron a detener –el 26 de junio del 2002–, esta vez en barrio Los Ángeles, junto con un hijo de apellido Narváez, que hoy cuenta con 47 años.
El 26 de noviembre del 2003, en Cristo Rey, aprehendieron a otra hija de Gutiérrez (de apellido Narváez, de 50 años) y su compañero apellidado Guillén, de 37.
La familia siguió cayendo por drogas y en el 2010 detuvieron a una mujer, de apellido Alvarado (22), nieta de Gutiérrez. Este clan heredó el negocio hasta que la mayor parte de sus integrantes terminaron en la cárcel.
Un estudio del Instituto Costarricense sobre Drogas (ICD) y la Policía de Control de Drogas (PCD) determinó que la ambición al dinero fácil es el imán que atrae a estas familias a dedicarse a la venta al menudeo de crack , cocaína y marihuana.
Las narcofamilias operan en barriadas pobres. Es gente que tiene baja escolaridad y que no le gusta trabajar, reveló el estudio.
Según los datos, en los últimos seis años un total de 171 narcofamilias ( tienen como mínimo tres integrantes) fueron desarticuladas. Este año ya suman 31.
Origen. Mauricio Boraschi, comisionado nacional antidrogas, dijo que la narcofamilia surgió cuando traficantes extranjeros dieron pequeñas cantidades de cocaína a costarricenses para pagar la colaboración en el trasiego al dar combustible, transporte o bodegaje.
“La gente creyó que con un kilo de cocaína se volvían Pablo Escobar o Chapo Guzmán, pero cuando se dieron cuenta que no tenían la capacidad de moverla al exterior terminaron en narcomenudeo para convertir la droga a dinero”, explicó el funcionario.
El negocio se inicia con un miembro de la familia, pero termina arrastrando al resto pues –según Boraschi– se convierte en un modo de vida, que involucra a esposa, hijos, tíos y hasta abuelos. “Por eso es difícil de combatir. Siempre un familiar toma el negocio” .
Este parece lucrativo. Por cada ¢1.000 de venta se ganan un 40% (¢400), pero no logra sacar las familias de la pobreza. “Les pintan una bonanza económica, pero cuando se hacen los allanamientos las condiciones que se encuentran son de pobreza. Creemos que son explotados por gente de mayor rango. No hay que olvidar que es la última rama del narcotráfico” , agregó.
Las narcofamilias toman la actividad para subsistir, pero gastan en bienes como pantallas planas de televisión y tenis caros, pero sus casas se están cayendo, expresó aquel experimentado agente de la PCD.
Hay excepciones. El jueves, la PCD desarticuló una narcofamilia en Chacarita, Puntarenas, donde el líder –Sandí– vivía entre lujos.
“Para un policía, combatir la narcofamilia es doloroso. Hoy se detiene al papá y la mamá. A los años se vuelve por los hijos, como me pasó con la familia Gutiérrez”, dijo el agente de la PCD.