Upala
La Navidad de este año será muy diferente para una gran cantidad de familias upaleñas que todavía luchan por volver a la normalidad.
En medio del barro pegado en las calles, el miedo a nuevas crecidas del río Zapote y las lluvias que persisten en ese cantón alajuelense, la gente trata de retomar sus vidas.
La misión no es fácil, pues todavía ayer, los aguaceros provocaron inundaciones en la comunidad de El Carmen, debido al represamiento del temido cauce. Hubo necesidad de llevar a 25 personas al salón comunal de Quebradón.
Frente al aeródromo que está a la entrada de Upala, en una casa de madera que apenas soportó el embate del huracán Otto, José Morales, de 62 años, y una de sus hijas, trataban, el martes pasado, de tensar un alambre de unos 30 metros que pasaron sobre el río hasta una urbanización cercana.
La idea es colocar luego un tubo que permita a esa familia de ocho miembros volver a tener agua potable. El ducto se perdió en la emergencia.
“Esta vez no nos vamos a comer ni el tamal, y a los niños solo muñecos de barro les podemos dar”, dijo Morales.
Él tiene empleos ocasionales y su hija trabajaba en un hotel, pero la despidieron luego del paso del ciclón por la baja ocupación y los gastos de reparación.
Personal de la Comisión Nacional de Emergencias (CNE) les dijo que deben reubicarlos, pero ellos no saben cuándo será eso y, mientras tanto, deben sobrevivir ahí.
Para Édgar Espinoza, de 57 años y vecino de la urbanización El Real, la Navidad será “como Dios mande”.
El hombre se mostró agradecido porque no les ha faltado la comida y hasta juguetes para los niños, les han dado. La tranquilidad vuelve a poquitos.
Dijo que el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) les dio ¢1 millón para comprar lavadora, cocina y otros electrodomésticos. En esa zona, todas las familias perdieron bienes y tuvieron que salir en vagonetas a sitios altos para salvar sus vidas aquella noche del 24 de noviembre.
Cuando volvieron de los albergues a sus casas, la CNE les ayudó varios días con comida caliente, y agua, mientras compraban los enseres básicos para cocinar.
Espinoza, afirmó que el agua se llevó todo porque llegó a más de un metro de altura; hasta el árbol de Navidad desapareció.
Pensó que todo había pasado
Una de las que pensó que iba a morir fue Luisa Díaz, de 60 años, residente de barrio Verdún.
Ahí fue donde el río creció hasta superar los dos metros desde el cauce a la carretera y subió al menos uno más hasta arrasar con varias viviendas y negocios.
Ella sintió el paso del huracán, pero como la calma volvió, se acostó a dormir. Fue hasta que el agua se llevó el gallinero y lo pegó contra el cuarto de su hijo, que supieron que el río se había rebalsado, y comenzaron a rezar. Su casa y la de un vecino fueron las únicas que quedaron en pie.
Con sus dos hijos y un yerno, tuvieron que arriesgarse a caminar con el agua a la cintura y sin luz, unos 200 metros, hasta llegar al sitio donde los socorristas, con una potente lámpara, les iluminaban para que pudieran salir.
“Realmente, creí que era la última noche para nosotros. Dios escuchó nuestros ruegos”, dijo. El agua hacía borbollones al frente y con un foco vieron pasar lavadoras, sillones y ollas flotando.
Volvieron a su casa ocho días después y piensan rehacer su vida en ese mismo lugar.
“No me he acordado de la Navidad, aunque soy cristiana”, confesó la mujer.
A kilómetros del río
Mary Madrigal, trabajadora de un hotel cercano al recodo por donde se desbordó el río Zapote, afirmó que tuvieron que sacar barro de ocho habitaciones de esa posada.
El hecho de estar en una pequeña loma hizo que la afectación fuese menor, pero según dijo, barrios que están a unos 13 kilómetros del río, como Nazareth, resultaron afectados.
En medio de todo esto, los niños upaleños asistieron el martes a la la fiesta de la alegría y el miércoles a las graduaciones de kínder y de sexto grado.
Colaboró Edgar Chinchilla, corresponsal