Estuvo a punto de perder dos hijos y a su esposo y ahora encara la dura realidad de quedarse sin casa.
En una caja plástica Brenda Hernández Guillén, de 40 años, guarda una gran cantidad de documentos y todavía le piden más, para optar por una solución de vivienda.
Sin poder contener el llanto, la mujer narró lo vivido aquel 24 de noviembre de un año atrás y cómo todavía se asusta cuando llueve mucho. A su antigua casa no volverá más.
Luego de la tragedia, afirma que ha sido una lucha extenuante de repetidos viajes y reuniones al centro de Bagaces y a San José.
“Para nosotros es entendible que declaren inhabitable la zona. En mi lugar de madre yo digo que no regreso a esa casa, ya que Dios me dio la oportunidad de salvar a mis hijos”.
Afirmó que ante la declaratoria de inhabitabilidad que dictaron las autoridades en Unión Ferrer, comunidad del cantón guanacasteco, los vecinos esperaban que les iban a dar casa en otro lado con prontitud.
“Al principio nos dijeron que nos iban a dar casa y aceptamos salir porque no queremos regresar ahí, pero en junio la Municipalidad nos llamó a sesión y nos dijeron que no podían hacer nada por nosotros, ya que las casas las iban a tramitar por un bono”.
Todos ellos, recordó, tuvieron que dejar su casa obligados por un desastre, aunque era un techo propio. Ahora, corren para cumplir con muchos y complicados requisitos para optar por un bono.
Los damnificados buscaron ayuda en San José, en instituciones de ayuda y con asesores de diputados, hasta que se firmó la ley para un segundo bono a afectados por desastres. La nueva normativa benefició a la mayoría de los propietarios, que no calificaban para otro tipo de ayudas por el monto de salarios. Ahora se subsidia a familias con ingresos iguales o inferiores a ¢776.000.
Para hacer las diligencias, dice, han contado con Isidro Bermúdez, quien era electricista y ahora trabaja como taxista informal. Es él quien conduce el carro para ir a San José a hacer las gestiones en el Ministerio de Vivienda y la Asamblea Legislativa. Entre todos le ayudan con la gasolina.
En un trámite adicional les piden un certificado del Comité Municipal de Emergencias, porque sin ese documento no son considerados de zona no habitable.
“Seguimos varados, esperando a ver que nos resuelven”, acotó Brenda, quien vive en una casa que alquila cerca de la iglesia evangélica de Fortuna, a unos seis kilómetros de donde le sorprendió la avalancha que originó el huracán Otto.
Mientras tanto, seguirán en casas alquiladas con fondos del IMAS que les extendió el contrato hasta marzo del 2018.
La viceministra de Vivienda, Marian Pérez, les dijo que en febrero esperan darles la solución porque ya se compró una finca frente al cementerio de Guayabo. Ahí ubicarían a unas 25 familias.
En la zona afectada, la mayoría de jefes de hogar trabaja por temporadas en el proyecto geotérmico del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE). Los damnificados tienen un grupo de Whats App para comunicarse.
Pueblo fantasma
La de Brenda Hernández era una casa de madera y concreto que quedó en una especie de pueblo fantasma, frente a Thermomanía en Unión Ferrer, Fortuna de Bagaces.
Ella estaba con su esposo y dos de sus cuatro hijos cuando el agua comenzó a subir de nivel, aquel jueves.
Tuvo que salir a oscuras con su hijo Wilbert, de 14 años, y con Sherry, de 11, pero el agua los arrastró y solo un milagro les permitió ser rescatados aguas abajo y salir con vida la noche del huracán.
La misma suerte corrió su esposo, quien pudo salir por otro lado, sin saber el paradero del resto de la familia hasta el día siguiente, cuando una maestra allegada les indicó que todos habían sobrevivido y estaban en distintos albergues.
Shelybeth, otra hija adolescente, que se salvó porque no estaba en la vivienda, vivió un drama similar porque estaba con una familia amiga en Río Naranjo y casi enloquece al saber que el agua había arrasado la casa de sus padres y no sabía nada de ellos ni de sus hermanos.
Lo mismo vivió el segundo de los hermanos, quien se salvó de vivir esa situación porque estaba en casa de familiares.
Ahora la familia espera volver a tener una casa propia y que el huracán sea cosa del pasado.