Palmar Sur.
Minor Vargas tenía poco menos de un mes de haber llegado a Finca 7 de Palmar Sur de Osa, Puntarenas, cuando tuvo una conversación que a la postre le salvó la vida a él, a su esposa, a su hijo y a 47 personas más.
Empezaba el invierno del 2013 y un cambio de trabajo provocó que Vargas y su familia se mudaran de Buenos Aires a Palmar, en el Pacífico sur del país. Recién llegado allí, habló con algunos lugareños, quienes le confirmaron que las inundaciones eran muy usuales, sobre todo a finales de año.
Esa conversación caló en Vargas a tal punto que decidió hacer un rancho encima de su casa. Consiguió un tanto de melina y otro tanto de láminas de cinc para construirlo.
Este trabajador de una plantación bananera solo necesitó de sus manos y de las de su esposa, Cecilia Camacho, para levantar, en tres meses, el rancho de 16 metros cuadrados que quedó a tres metros del suelo.
"Lo hice por un tema de prevención, jamás pensé que lo fuera a necesitar", aseguró Minor Vargas al contar que, durante la inundación del jueves pasado, ese cuarto se convirtió en el "Arca de Noé" que sirvió de refugio para su familia y sus 47 vecinos. Ellos permanecieron ahí por 48 horas.
Si no hubiese construido ese rancho, "aquí se hubieran muerto muchos niños y personas, porque no había para dónde coger", declaró Vargas a La Nación este miércoles, una semaña después de que la tormenta Nate azotó Costa Rica.
Lo que sigue es un relato de cómo recuerda este hombre, de 48 años, como fueron los dos días más largos de su vida, y como se acompañaron amigos y vecinos para sobrevivir a la fuerza de la lluvia y del embate del río Térraba.
¡Socorro! Es la noche del miércoles 4 de octubre. A lo lejos, Vargas comienza a escuchar árboles quebrarse y un ruido indescriptible. Siente temor, sabe que la tormenta Nate está causando estragos y sabe, también, que el agua viene para la comunidad. Sale de su casa y los vecinos, agitados, le indican que se viene la inundación.
Pasan dos horas. Es la 1:30 a. m. del jueves 5 de octubre. En casi un abrir y cerrar de ojos, Minor tiene el agua más arriba de la cintura. Ya se le dificulta caminar por su casa, por lo que le pide a su esposa y a su hijo de 11 años que suban al rancho.
Él les dice que vayan ahí más que todo por un tema preventivo y no porque crea que se aproxima la llena más fuerte de los últimos años.
Mientras ellos se ponen a salvo, Vargas prepara una lancha que tiene, por si acaso la tiene que usar. "No creo, pero mejor la preparo. Igual, no la voy a usar", piensa.
Pasan menos de diez minutos y el agua ya le llegaba por el cuello. Sube las empinadas gradas que dan al rancho para ponerse a salvo, pero escucha a lo lejos que otras personas piden ayuda. Se detiene.
Ve para atrás y lo único que apenas distingue es agua y los pocos enseres que tiene, flotando. Baja las gradas y se dirige a la lancha. Se monta en ella y se lleva a un vecino suyo, identificado solo como Juan José.
Él rema, mientras que Juan José saca el agua que se filtra por los huecos que tiene la panga. "Esto es un coladero, pero no dejemos que se meta el agua, porque nos hundimos", le dice Minor a su vecino.
Ellos toman rumbo hacia las casas, de las cuales solo se ven los techos y las personas paradas sobre ellos. El resto está tapado por el agua. La vista que tienen es casi nula, pues la oscuridad de la madrugada los acompaña.
Chocando contra árboles y contra cualquier otra cosa, llegan a la primera casa y ponen a salvo a los vecinos. Se dirigen al rancho de Vargas y les indican que entren, que ahí estarán bien. Esa maniobra la repiten una y otra vez hasta que logran salvar a las otras 46 personas, incluida una bebé de 22 días de nacida.
Arca de Noé. Puede haber pasado ya una hora, o quizás dos. Todos los vecinos están en este rancho, aglomerados, casi que sin poder moverse, pero a salvo.
Eso sí, el ruido que hace el agua al pasar los atemoriza; piensan que el rancho puede ceder a esa fuerza y caer. "Tranquilos, esto no se cae. Yo soy como indio y sé cómo hacer construcciones que no ceden ante nada", recuerda Vargas.
Les grita que lo que importa en este momento es que están vivos, algo que minutos antes no era una garantía.
Nadie puede dormir, El nerviosismo, el hambre, la sed y el calor no dejan que nadie descanse. Entre algunos vecinos comienzan a recoger agua de lluvia para poder hacer arroz en un fogón colocado en medio de todos.
También recolectaban de esa agua para que los niños puedan tomar algo. Durante las siguientes horas, la prioridad fueron los más pequeños.
Las horas pasan y el sol comienza a asomarse. A una hora que Minor no recuerda, llegaron tres cruzrojistas en un pequeño bote, demasiado pequeño para poder sacar a alguien. Al final, el rancho también se convirtió en refugio de esas tres personas que, en teoría, llegaron a ayudarlos.
"Aquí se quedaron con nosotros. Aunque ya no había más espacio, nos movimos para que ellos entraran", detalló.
El día se hace eterno y vuelve a caer la noche. La ayuda todavía no llega. Nadie logra cerrar un ojo. La preocupación se extiende y la desesperación también.
Al menos, el agua ya comienza a bajar, poco a poco. "Hasta que esto no se recomponga un poco, nadie vendrá a ayudarnos, así que hay que mantener la calma", sigue rememorando Minor, quien perdió todos sus electrodomésticos y ahora trabaja en la limpieza de su casa.
Ya pasaron casi 48 horas de que comenzó la llena y este hombre, su familia y los vecinos siguen apretujados en ese pequeño espacio de madera. Todos rezando para que el rancho no se venga abajo.
Es la noche del sábado 7 de octubre y se escuchan los primeros socorristas que vienen en camino. Los damnificados gritan de felicidad y se ponen ansiosos.
"Las autoridades llegan por nosotros y, recuerden, estamos débiles, pero felices porque estamos vivos", aconseja Vargas al resto.
Abordo de una lancha, los socorristas empezaron a trasladar a los afectados a un albergue en Finca 9. Todos esos vecinos lo perdieron todo: se quedaron sin casa y sin enseres. Pero reconocen que, gracias a esa Arca de Noé, tienen lo más importante: su vida.
Al cierre de esta nota, hay poco más de 50 personas (no se obtuvo el dato exacto) en ese albergue, las cuales provienen de Finca 7, Finca 8 y Finca 9, todas en Palmar Sur de Osa, Puntarenas, confirmó el alcalde Alberto Cole.