Andrey Marín Sánchez, de 12 años, no hablaba de sus problemas con sus papás. No porque no les tuviera confianza, sino porque no quería involucrarlos en sus peligrosos líos.
El niño, quien fue asesinado el 14 de abril en calle Bribrí de Lomas del Río, Pavas, San José, consumía marihuana desde marzo, pero siempre lo supo disimular, según dijo su papá, Marco Marín.
De hecho, ellos se enteraron del vicio de su hijo porque, 15 días antes de su muerte, un amigo de Marco les advirtió de que el niño “andaba en malos pasos y con malas influencias”.
Por esa razón, una cuñada de Andrey lo llevó a hacerse una prueba de doping , la cual resultó positiva, aseguró el padre.
“Cuando lo encaramos, él lo aceptó, pero andaba malcriado. Antes pensaba que era por la edad, pero después supe que no. A mi hijo lo usaron y luego me lo mataron (sin especificar a lo que se refería)”, lamentó Marco, al tiempo que aseguró que no vendía drogas.
Lucha perdida. Los papás sabían que tenían que ayudar a su hijo a salir de ese vicio. Según contaron, lo llevaron al Instituto sobre Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA).
“Ahí lo que nos dijeron es que si lo íbamos a internar. Pero eso me lo dijeron delante de él y mi muchacho salió corriendo, huyó”, contó Luzmilda Sánchez, mamá del menor.
Esa noche, recordó, Andrey no llegó a dormir. Preocupados por el paradero de su hijo menor, interpusieron una denuncia por la desaparición ante el Organismo de Investigación Judicial (OIJ).
Las autoridades no lo encontraron; él regresó voluntariamente, agregó la madre. No obstante, solo volvió para comunicarles la decisión que tomó: irse de casa.
“Nos dijo que si no lo dejábamos ir, se iba a ahorcar. Imagínese que a uno le digan eso”, expresó la madre entre sollozos.
A pesar de esa amenaza, ni Luzmilda ni Marco se dieron por vencidos. Ellos contaron que, dos días antes de que lo asesinaran, acudieron al Patronato Nacional de la Infancia (PANI), pero allí “no atendieron el asunto con importancia”.
“Lo más que hicieron fue meter a mi hijo en una sala con una muchacha, no sé ni quién era. Salió de ahí igual que como entró: indiferente, malcriado”, describió Marco.
Ese día, relató, Andrey le dijo que se iba a vivir a Guanacaste; empacó ropa en dos bolsas y se fue. Su destino no era esa provincia; su plan era vivir en una casa que estaba a unos kilómetros de la vivienda de sus padres.
“Nosotros pensamos que él volvería, pero no fue así, nunca volvió”, dijo el padre. Pasadas las 9 p. m. del 14 de abril, una amiga de Andrey golpeó desesperada los portones de la casa y gritó: “¡Mataron a su hijo. Lo mataron, ya no está aquí. Está muerto!”.