Guillermo Campos, o ‘Memo Camarón’ como lo llaman los otros reos, tiene 40 años de estar preso en distintas cárceles del país, y desde hace seis meses fue trasladado a la de San Sebastián.
Con sus sandalias puestas, y una escoba apretada entre sus manos, ‘Memo’ se dedicaba a limpiar un pasillo del centro penal. Lo hace para ganar un día de descuento en su pena por cada dos de trabajo.
“Me gusta más reciclar porque me pagan. Me gano ¢2.000 por quincena”, dijo.
Si bien, no todos los reos corren con su suerte, él no escapa de los problemas a los que se enfrentan muchos privados de libertad por el hacinamiento: escasez de agua, pocas visitas al médico, aulas de estudio pequeñas, problemas de enfermedades, incomodidades al dormir.
Voces. ‘Apuy’ –como pidió que lo llamaramos– tiene 11 meses de pasar sus noches en el centro penal en San Sebastián, y asegura que ha tenido que dormir, en un espacio de 20 centrímetros entre el suelo y debajo de un camarote porque en su celda hay 14 hombres de más, y ya no caben.
Otro reo, Manuel Ureña, de 38 años, con un rollo de papel higuiénico en la mano, vociferó tenazmente: “Hace poco, tuvimos un brote de diarrea, y si no es por las pastillas que nos traen los familiares, todavía estuvieramos enfermos”.
Ureña manifestó que ir al médico es complicado por la larga lista de espera. De hecho, en ese centro penal, hay un médico para los 939 reos, y únicamente se atienden 30 por día.
Sin duda, la temperatura entre las celdas aumenta un poco; los mismo reos prefieren olvidarse de su camiseta por un rato.
Ellos reciben una hora al día de sol; pero, si se comportan bien, los premian con una más, expicó Luis Mariano Barrantes, director del centro penal.
Liberia y San Carlos. Dos cárceles que preocupan a las autoridades son las de Liberia y San Carlos. En la primera, hay 235 reos de más; en la otra, 140.
Incluso, en uno de los cuartos del centro penal de Liberia, la capacidad es para 22 personas, y allí duermen 47.
En resumen, el espacio por recluso se resume prácticamente a medio metro cuadrado.
Algunos de ellos, deben dormir en los baños, en los pasillos, o en parejas en las espumas.
De acuerdo con las reglas mínimas para el tratamiento de reclusos, de la Organización de Naciones Unidas (ONU), cada recluso debe disponer de una cama individual y de ropa de cama individual suficiente. Esto no se cumple del todo.
Es muy usual, observar las espumas, con las que duermen los privados de libertad, guindando de las ventanas de las celdas, arrolladas con una sábana. La mayoría son espumas delgadas, sucias, húmedas y con mal olor.
Quienes tienen suerte, duermen en los camarotes de cemento. Están ahí porque son los más viejos y respetados de cada uno de los ámbitos. Incluso, cada reo tiene un número consecutivo al ingresar, y cuando alguno sale del centro, el que le sigue tiene el derecho a adquirir su espacio en el camarote.
Reiteradamente, la Sala Constitucional, los jueces de ejecución de sentencia, el Ministerio de Salud han determinado las condiciones deplorables en los centros penales del país. De los quince que existen, cuatro tienen limitación de ingreso, lo que infla el resto.
El aumento acelerado de cautivos impide que las autoridades penitenciarias puedan organizar a la población de reclusos por grupos homogéneos.
Muchos primerizos, que han cometido ilícitos menores, se mezclan con delincuentes de mayor connotación o vinculados a bandas criminales.
“Tengo miedo de salir de la cárcel algún día. Todavía, seguiré aquí más tiempo”, concluyó ‘Memo’. Colaboraron los corresponsales Édgar Chinchilla y Christian Campos.